La voz de la gente

Jorge Correa Sutil | Sección: Política, Sociedad

He escuchado la voz de la gente, dijo el Presidente Piñera; lo que falta es abrir espacios de participación, afirmó el presidente del Senado. Se inicia un período de discursos en que las diversas autoridades políticas van a pedir disculpas por no haber sabido escuchar la voz de la calle.

Las disculpas no servirán para recuperar el prestigio y la autoridad perdidos, y las promesas de escuchar a la gente quedarán en eso, porque, en una democracia representativa, el pueblo habla esencialmente a través de las elecciones y la humanidad no ha descubierto aún un modo mejor para escuchar la voz de la gente. Los jóvenes creen haberla encontrado en las asambleas, pero estas, en liceos y en universidades, son cada vez menos participativas. La fórmula juvenil entonces, al menos hasta ahora, reproduce viejas formas de elitismo y de fascismo, en que maquinarias bien aceitadas o, lo que es peor, la violencia de las tomas o de las bombas, sustituyen los argumentos o el peso de las mayorías.

No tengo claridad qué es lo que causa el estallido, aunque me parece necesario distinguir entre grupos descontentos, violentistas políticos y pillaje. Me parece que los que manifiestan descontento no son los más pobres, y creo atisbar que el movimiento es fuertemente juvenil. Aunque no reconozco bien lo que pasa, me niego a aceptar que alguno de esos tres grupos sea mayoría. ¿Qué prueba hay de ello? El hecho de que tengan pulsiones intensas, tanta rabia, que estén dispuestos a arriesgar sus vidas, no debe desatenderse, pero no los transforma en “la gente”. Para resolver acerca del modelo económico, el sistema de pensiones o la distribución del presupuesto, por mencionar algunas de las cosas que varios creen oír en la “voz de la gente”, solo cabe una alternativa acorde con la igual dignidad de todos, y esa es la deliberación pública y las elecciones periódicas. Quienes se arrogan pretensiones de representar “la voz de la gente” y “del descontento” al margen de la fuerza electoral que tuvieron, no respetan la democracia ni la igual dignidad de todos.

Pero claro, sobre los que obtuvieron los votos ha caído tal andanada de acusaciones de corrupción, de abuso, de frivolidad, que prácticamente todos andan inseguros, titubeantes, pidiendo disculpas o diciendo sandeces. Ese es un problema para nuestra democracia.

Lo ocurrido cambiará sustancialmente el sentido del viento. Me preocupa que las autoridades políticas, carentes de aplomo y con sentido de culpa, terminen tirando la guagua con la bañera. Me refiero al debilitamiento de la democracia representativa y su sustitución por un sistema como el que impera en los movimientos estudiantiles; uno en el que la gente termine por entender que su voz es más escuchada cuando se expresa de manera más o menos violenta que cuando lo hace en las urnas; termine por convencerse de que las protestas sustituyen la deliberación de los representantes; termine por asumir que la fuerza de sus intereses no está en los argumentos con que se exponen, sino en el arrojo con que se demandan.

Los que protestan, los que observan las manifestaciones con esperanza, los que lo hacen con desconfianza o con temor, y los que las repudian, estamos cerca de entender que el poder cambió de sede y que este no está precisamente en las urnas. Son noticias preocupantes para la democracia.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago, el 22 de octubre de 2019.