Entre ciencia y libertad

Claudio Alvarado | Sección: Política, Sociedad

Pierre Manent comienza su Curso de Filosofía Política interrogando quién detenta la autoridad hoy. La pregunta no se refiere al titular coyuntural de tal o cual cargo público, sino a qué o quiénes gozan de legitimidad ante el hombre democrático para fijar las directrices de la vida común. Y la respuesta de Manent es tan clara como sugerente: el ciudadano del siglo XXI encuentra esas directrices en la ciencia y la libertad. La relación entre ambas, sin embargo, no es pacífica. Si por momentos la evidencia empírica se asume como unívoca e indiscutida (es lo que suele pasar en los debates económicos), a ratos ocurre lo mismo con la autonomía individual (basta pensar en aborto, eutanasia u otra polémica de esa especie).

Advertir ese tipo de tensiones, profundas y de largo aliento, permite entender mejor las polémicas sobre el medioambiente. La sensibilidad ecológica tiene a su favor un punto aparentemente irrefutable: el dominio ilimitado de la naturaleza se ha vuelto conflictivo, el clima está cambiando y ahí están los números para comprobarlo. No hay peor ciego que el que no quiere ver (o, en los términos de Sebastián Piñera: uno tiene derecho a tener sus propias opiniones, pero no sus propios datos). Ahora bien, quienes miran con recelo o escepticismo el fenómeno Greta Thunberg también tienen un punto, por incómodo que resulte: ninguna cifra podrá eximirnos de deliberar acerca de cómo enfrentar el problema (o, en los términos del propio presidente: no estamos obligados a firmar Escazú). Es la libertad versus la ciencia y la ciencia versus la libertad.

No es fácil salir del laberinto, pues al fin y al cabo se trata de un rasgo característico del mundo moderno. Todo esto confirma la necesidad de tomarse muy en serio la profundidad del desafío ecológico; la necesidad de abordarlo en toda su complejidad. En ese sentido, es pertinente subrayar la lucidez de Pedro Morandé. En un texto de 1993, mientras nuestras élites aún bebían entusiastas del embriagante elixir del “fin de la historia”, el sociólogo chileno ya vislumbraba las hondas implicancias antropológicas que acá están en juego.

En concreto, Morandé advertía que “la sola apelación a la idea de sobrevivencia para justificar los esfuerzos a favor del mejoramiento ambiental carece de un fundamento cultural sólido”. En efecto, “¿por qué habríamos de querer que nuestros descendientes hereden un mundo mejor si no nos vincula nada con ellos? […] Si no descubrimos ese vínculo que une todo lo humano a un destino común, no se adivina tampoco que pueda existir una razón por la cual las personas vivas quieran sacrificar su presente”.

La dificultad reside en que, para descubrir ese vínculo, necesitamos algo más que las modernas ciencia y libertad.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Segunda, el martes 8 de octubre de 2019.