Política exterior: mucho más que un capricho

Juan Ignacio Brito | Sección: Política

Hace unos pocos meses, la prioridad inequívoca de nuestra política exterior parecía ser el cambio de régimen en Venezuela. Incluso el presidente Sebastián Piñera viajó a fines de febrero a Cúcuta para participar de la frustrada entrega de ayuda humanitaria organizada por Juan Guaidó para provocar el derrumbe del gobierno de Nicolás Maduro.

Hoy, aunque todavía es visible la preocupación por los asuntos regionales, la prioridad ha variado y parece estar puesta en la agenda medioambiental. El Presidente dedica tiempo y energía a participar en cumbres y reuniones globales sobre el cambio climático, más llenas de glamour que de resultados concretos. La exposición es elevada; el roce, de alto nivel; las declaraciones, rimbombantes. Todo muy bien, pero la pregunta es qué tiene que ver esto con los objetivos de fondo de nuestra política exterior y con el interés nacional que ella está llamada a promover. ¿Se trata de una moda para estar en el tema del momento? ¿Una distracción que entrega algo de oxígeno a un mandatario impopular? ¿Hay algo sustantivo en juego para Chile? ¿Mera frivolidad envuelta en una buena causa o defensa del interés nacional?

La Constitución entrega al Ejecutivo la conducción de las relaciones exteriores. Pese a lo anterior, ha devenido en lugar común sostener que nuestra política exterior es “de Estado”, con lo cual se pretende sostener que, al involucrar la representación del país en el exterior, ella se ubica más allá de partidismos y posiciones sectarias y cuenta con el respaldo de un amplio espectro político, institucional y social. En teoría, esta dualidad obliga al Presidente a buscar equilibrios y alejarse de personalismos a la hora de conducir la política exterior. En la práctica, sin embargo, no siempre ocurre así. Hay temas en los que existe amplio consenso (por ejemplo, la defensa de la soberanía territorial puesta en entredicho por litigios con países vecinos), pero también otros en los que las posiciones son divergentes (como ocurre con la crisis venezolana).

La tentación personalista es otro de los peligros del mandato constitucional a los Presidentes de la República. La agenda exterior ofrece numerosas ocasiones de lucimiento a los jefes de Estado, cuya investidura les abre un sinfín de posibilidades de entrar en contacto con personalidades y celebridades globales y de participar en citas de alto nivel. En general se trata de situaciones de bajo riesgo político y elevado retorno en términos de prestigio. Sin embargo, las relaciones exteriores no pueden ser vistas meramente como una oportunidad de figuración o posicionamiento personal, sino más bien como una política pública que tiene que estar enfocada hacia la defensa y promoción del interés nacional.

Hacia finales de la administración anterior, la Presidenta Michelle Bachelet realizó una serie de acciones y actividades que le facilitaron un mejor posicionamiento para luego acceder al cargo que hoy ocupa como Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU. Ahora, el Presidente Piñera parece encandilado con la visibilidad global que le está entregando la calidad de anfitrión de la COP 25 en diciembre: se muestra como un entusiasta adalid de la causa medioambiental e incluso acepta encargos de países poderosos sin ponderar si ellos están alineados con nuestros intereses, como ocurrió cuando Emmanuel Macron lo convirtió en coordinador de su plan de ayuda para extinguir los incendios en la Amazonía.

Hay que recordar que la COP 25 le llegó a Chile de rebote, debido a que Brasil desistió de organizarla. Es cierto que se ha aprovechado una oportunidad, pero ello no debería significar un giro radical en una política exterior que tiene que estar atenta a promover los intereses permanentes del país y a utilizar sus recursos limitados para buscar espacios en que, más que figurar, Chile logre influir de veras según sus necesidades.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, el jueves 26 de septiembre de 2019.