El sentido de Misión del cristiano

José Tomás Hargous F. | Sección: Historia, Religión

Los últimos meses hemos sabido de horrorosos casos de abuso sexual dentro de la Iglesia, y en particular los ocurridos al interior de la Compañía de Jesús. Duele que la institución fundada por Nuestro Señor para perpetuar su obra redentora sea utilizada para atropellar la dignidad de los fieles con fines degenerados y contrarios a la más básica visión cristiana del mundo y de la vida. En esta columna no me quiero referir a ningún caso en particular, sino en la importancia de volver a lo central en la Iglesia, y vivir según la máxima del Padre Hurtado: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”.

Días atrás, volví a ver La Misión (1986), un filme de Roland Joffé, espectacular por donde se le mire. Pensaba que podía ayudarnos –no sólo a los jesuitas, a todos los católicos– a reflexionar sobre nuestra misión como católicos durante nuestro paso por la tierra. 

En primer lugar, es admirable la valentía y el ímpetu misionero que llevó a los jesuitas del siglo XVIII a evangelizar los lugares más recónditos de América, como los donde establecieron las misiones jesuíticas de Paraguay. Y formaron auténticas sociedades cristianas que generaban la envidia de españoles y portugueses. La Iglesia ha insistido en el último tiempo con renovar el sentido de misión del cristiano, que no corresponde sólo a los sacerdotes, sino que a los católicos en general, y que ese llamado universal hoy es más necesario que nunca en un ambiente descristianizado.

En segundo lugar, tenían la claridad de que había que poner a Cristo en el centro y no el poder, el dinero o el placer, pasiones que han tentado durante toda la historia a los hombres para poner en ellos el corazón, “porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón”, nos exhortaba el Evangelio de este domingo. Fueron capaces de defender la cristianización de los guaraníes sin importar las presiones que recibían desde Roma, España o Portugal. Y qué costo pagaron, terminaron expulsados de los dominios de casi todos los imperios, y finalmente fueron disueltos por el Papa. Era rebeldía, sí, pero rebeldía por el amor a Jesucristo.

Las diferencias con los casos que hemos visto son muy notorias. Personas que utilizaron a la Iglesia para beneficio personal, y el abuso de decenas de personas que tenían encomendadas para su guía espiritual o su apoyo material. Personas que olvidaron qué significa ser sacerdote, y qué significa ser cristiano. 

Entonces, La Misión nos enseña que debemos volver a lo importante y poner a Cristo en el centro de nuestras vidas. No como un suple del domingo o de ciertos hitos importantes, sino que debe impregnar nuestra vida y darle un sentido. Y ese vivir al modo de Cristo –fortalecido con la oración y los sacramentos–, nos debe impulsar a vivir nuestra misión de cristianos, de ir a predicar el Evangelio a todas las gentes. Que somos poca cosa, por supuesto. Que el ambiente es adverso, también. Pero la Historia de la Iglesia nos muestra el ejemplo de tantas personas que eran instrumentos muy débiles y, sin embargo, cumplieron su propia misión. 

Como decía el Padre Hurtado, a quien celebramos en este mes de agosto: “El mundo está cansado de discursos, quiere hechos, quiere obras, quiere ver Cristianos que encarnan como Cristo la verdad en su vida. ¿Queremos salvar al mundo? Comencemos por hacernos Verbo, Verbo de verdad, de pureza, Verbo de caridad, Verbo de amor a Dios y al prójimo”.