Face App (or down)

Paula Schmidt | Sección: Sociedad

Me imagino que una de las consecuencias de la locura instalada por FaceApp será el aumento de las ganancias en el mercado de la estética. Cómo no, si desde que hizo su aparición, dos años atrás, hoy son millones las personas que han bajado la aplicación gratuita más popular de Apple Store para visualizar cómo será su rostro en 30 años más. Más de alguno ya estará preocupándose del asunto, pensando cómo dignificar el paso de sus años incorporando una mejor alimentación, la aplicación de ungüentos y cremas y sudando más horas en el gimnasio. En fin. Para mí, aplicaciones como FaceApp, son una excentricidad más en el ecosistema de la Era Digital.

No obstante, es un fenómeno interesante y curioso, ya que, por una parte, el mundo de hoy concentra su atención sobre la juventud asociada al éxito, la felicidad y la belleza y, por otra, desprecia los surcos que mapean un semblante porque no los reconoce como señales de mayor experiencia y madurez. Por lo tanto, que FaceApp haya logrado cautivar a miles para que desplieguen públicamente sus futuras canas y arrugas es una tendencia moderna, pero que tiene otra cara menos distinguida al estar diseñada por una inteligencia artificial que desea obtener algo más sofisticado que la mera sonrisa en una selfie.

Los genios de FaceApp se encuentran en San Petersburgo y es así como la ciudad que vio nacer al imperialismo ruso hoy siembra otro tipo de revolución. Una capaz de orientar las preferencias, segmentar a la población y canalizar la información sin derramar una gota de sangre ni doblegar la voluntad de nadie. ¿Cómo? Fácil, pinchando “acepto” en los “términos y servicios” (que nadie lee) para bajar alguna de las 88 mil aplicaciones que actualmente existen en Play Store. En un solo click aplicaciones como FaceApp están autorizadas para acceder a una licencia perpetua, irrevocable, no exclusiva, sin derechos de autor, gratuita y transferible para usar, reproducir, modificar, adaptar, publicar y traducir el contenido del usuario en todos los formatos de medios y canales conocidos o desarrollados posteriormente sin compensación para éste. Próxima vez, habrá que leer dos veces antes de “cliquear” el contrato.

El New York Post, a raíz de la viralización de FaceApp, publicó recientemente: “Ahora, los rusos son los dueños de todas tus fotos viejas”. Es cierto, pero los rusos son solo una nano-gota que se pierde en el vasto mar que se nutre de nuestra incapacidad de delimitar cómo y cuándo exponemos nuestra información personal en la red, a pesar de haber conocido los escándalos a la invasión de la privacidad de Facebook o Cambridge Analytica.

Por otra parte, el Instituto Internacional de Ciencias Computacionales de Berkeley, junto a IMDEA Networks Institute de Madrid y la Universidad de Calgary advirtieron en un estudio de 2018 que son miles las aplicaciones que acceden a información privada del usuario, incluso aunque éste se los haya denegado, aprovechándose de las vulnerabilidades del sistema o adhiriéndose a otras aplicaciones “socias” que comparten información entre sí. Un ejemplo es Shutterfly, a la cual se le abre la puerta para que acceda a la tarjeta de memoria del usuario, permitiéndole saber, entre otras cosas, los lugares (con fecha y hora incluidos) que ha visitado una persona mucho antes de haberla instalado en su celular.

Es por eso que asimilo los efectos de FaceApp a las particularidades del gas natural: inodora, incolora e insípida, pero sumamente tóxica, por lo que más que especular en un solo click sobre la cantidad de arrugas o canas que me brindarán los próximos 30 años, prefiero aguardar lo que será un largo proceso para que los futuros contratos virtuales se vean obligados a resguardar, respetar y jamás invadir mi privacidad.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero en  https://ellibero.cl/opinion/paula-schmidt-faceapp-or-down/, sábado 20 de julio de 2019.