Neo-barbarie

Joaquín Fermandois | Sección: Educación, Política, Sociedad

Se idealiza muchas veces a la sociedad arcaica (originaria). Tenía fuste y de allí surgió la capacidad organizadora de la civilización. También la vida espiritual y la religión; las artes y finalmente las letras; la primera y persistente verdad de lo humano. Al hombre civilizado su propia realidad le parece en ocasiones un peso insufrible; el alivio viene a través de otras formas culturales, el carnaval por ejemplo. Si, en cambio, toma un atajo y retorna a la barbarie (idealizada), esta va a carecer del frescor del origen; será otra manifestación nihilista, de lo que el siglo XX estuvo lleno de ejemplos.

Es lo que se presencia ante la situación inaudita del Instituto Nacional y su neo-barbarie. Lo que fue un logro extraordinario para Chile, desde hace años se desmantela ladrillo a ladrillo. No se quiere poner las cosas en orden razonable por un equívoco de proporciones, acatando el virtual cogobierno de los estudiantes. La educación media no es el espacio para ello; dudoso que la universitaria lo sea (no soy partidario de él), pero al menos a esta última le es inherente alguna alteración intermitente, cierto desorden e inquietud manifiesta como tradición académica, con un límite infranqueable eso sí. La enseñanza media en cambio solo debe contener ilustración sobre asuntos públicos y se debe escuchar la voz de los padres, conversando con los estudiantes; no es la etapa de abrir compuertas para satisfacer cualquier impulso y veleidad.

En el ambiente actual se deslizan excusas baladíes como necesidades impostergables (¿qué tiene que ver el TPP11?). En dejo freudiano desgastado, se supone que reflejan un malestar en lo profundo, como queriendo decir que existe algo saludable en estas explosiones. Se asemeja a la propuesta estética del surrealismo, la que tiene su razón de ser en lo simbólico y ritual, pero se traduce en vulgarización que aniquila, y se vuelve lo contrario de sí misma cuando adquiere el rostro de lo concreto. Si la vida fuera arte concretizado, sería invivible, mentira además.

Un pequeño gran detalle. Si bien (casi) todos condenan a los encapuchados, existe un murmullo de felicidad por su actuación. Entre otras hazañas, emplean de manera abundante bombas molotov, cuyo objetivo manifiesto es quemar vivos a seres humanos. Hace unos meses hubo satisfacción por la condena final de un hecho análogo, cuando una patrulla militar quemó a dos manifestantes en 1986 (no concuerdo, sin embargo, con la condena a los subordinados); el empleo a discreción de las molotov, ¿no iba en la misma dirección? En las manifestaciones de las últimas décadas no escaseó el número de carabineros quemados, aunque no mortalmente.

¿Qué hacer? Una solución a la chilena es dejar que la institución se siga hundiendo en la crisis y alcance la mediocridad imposible de superar, y los recursos humanos y materiales se transfieran a otros proyectos, los Liceos Bicentenario por ejemplo. Es lo típico de vestir a un santo desvistiendo a otro. Sería resignarse a que la educación pública en Chile jamás va a mejorar; con algunos islotes tolerables, el resto vegetaría en el magma de la mediocridad, panorama incalificable. Si creemos, en cambio, que tenemos una oportunidad de mejorar decididamente la educación pública, el caso del Instituto Nacional —de cuyas filas me han llegado a la universidad estudiantes que brillaron extraordinariamente— pasa a ser un caso de prueba. Se deberá poner coto al desmantelamiento y erigir la frontera invisible que distingue lo que se tolera de lo que no se acepta. Con ese marco, una educación rigurosa entrega la base sobre la que se construye la verdadera libertad de elegir.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el martes 18 de junio de 2019.