Lavín o la reacción silenciosa

Pablo Ortúzar | Sección: Política

Lavín la sigue rompiendo en la CEP. Y todos intuimos por qué. De alguna manera se las arregla siempre para estar donde tiene que estar, en buena onda. Es un político que nunca transmite algo negativo, sino siempre cosas simpáticas, la mayoría de las veces nimias.

Pero, ¿quién es Lavín? ¿Qué representa? Algunos dirán que es una especie de caleidoscopio que mezcla y remezcla todo,  o un espejo que siempre logra reflejar a quien se mira en él. Pero Lavín no viene de cualquier parte. No es cualquier persona.

Lavín encarna a la clase media de la clase alta. A las casas pareadas de San Carlos de Apoquindo. A los primeros en llegar al mundo de los bienes de consumo a fines de los ochenta y comienzos de los noventa. A los JC Penney. A los primeros chilenos que tocaron junto a sus familias, volando en clase turista, las arenas de Miami y Cancún. No a los dueños de las empresas, sino a los gerentes. A los primeros hijos de la modernización capitalista y la cultura del consumo que luego fue chorreando, créditos mediante, hacia abajo. Lavín experimentó antes aquella seducción que, más de diez años después, alcanzó a grandes masas de chilenos. En algún sentido, entonces, es un adelantado a su época. A esta época.

Para comprobarlo basta leer (y recomiendo leer) La Revolución Silenciosa y Chile, Sociedad Emergente (escrito junto a Luis Larraín, de LyD). Ambos son parte importante de la literatura apologética del “milagro económico” chileno. Un discurso parecido, aunque ya sin pretensiones académicas, al de su primer libro, El Enriquecimiento de las Personas en Chile, editado por la Universidad de Concepción en 1980, cuando él fungía como decano designado de su facultad de Economía y Negocios. Capitalismo popular, ameno y cercano, y no adusto y severo como el de muchos de sus colegas. Capitalismo de dulce consumo, y no de doloroso ahorro.

Lavín ha sido Errols, Blockbuster y ahora Netflix. Ha sido pinochetista, chicago boy, Opus Dei, bacheletista-aliancista y activista LGBT (TQQIAAP+). Todo por encima, cerquita, pero sin quemarse. Esa es su virtud, la que ahora lo tiene en las puertas de La Moneda.

Pero los países no se conducen a punta de guiños simpáticos. En algún momento el presidenciable tendrá que fijar rumbo. Y ahí puede que no haya muchos cambios. Lo que no cambia en Lavín, lo que se mantiene constante bajo el mar de transformaciones superficiales que ha sufrido su personaje, es la fe en el mercado. El credo ochentero de Chicago, donde estudió un magister. El credo del Economía y Negocios mercurial donde ejerció como editor.

El riesgo, entonces, es que Lavín pretenda hacer un salvataje estético del capitalismo chileno y de la alicaída derecha Chicago-gremialista, en vez de las reformas necesarias para darle viabilidad a largo plazo a ambas cosas. Algo así como vender el agua de la comuna de Santiago para hacer una playa en el Mapocho y una cancha de esquí con máquinas de nieve. Algo así como pan para hoy, Frente Amplio para mañana.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera en  https://www.latercera.com/opinion/noticia/lavin-la-reaccion-silenciosa/698466/, el jueves 13 de junio de 2019