Gabriela Mistral en el País de la Ausencia

Cristián Warnken | Sección: Educación, Historia, Sociedad

El episodio de la estatua de cera de Gabriela Mistral es solo un ejemplo más de una larga lista de maltratos, de “ninguneo” (verbo acuñado por ella) de su obra y de su persona. Chile está lleno de horribles estatuas que se han hecho de ella, que la muestran siempre ceñuda y seria. Cuando se publican fotos de ella, se eligen las peores, incluso en ediciones de su poesía de editoriales con prestigio. Gabriela Mistral tenía la risa fácil, su humor está presente en su obra de distintas maneras, pero sin embargo hemos preferido “inmortalizarla” y recordarla como una mujer mal agestada, gris, sin chispa, sin gracia ni encanto. Y todo en Gabriela Mistral es fuego, vida, radicalidad en el existir y sentir, asombro, epifanía, gozo y también dolor, y no hay un solo rostro o identidad de ella, porque ella es muchas “otras”, y entre las “otras” que aparecen en su obra están las que desvarían, las que deliran, las que danzan.

Gabriela Mistral es mucho más que los pobres manuales de literatura y las biografías oficiales nos han querido mostrar. No solo una inmensa poeta, también una prosista genial, una pensadora original y lo que pasa es que muy pocos en Chile se han dado el trabajo de leerla a fondo. Preferimos —como siempre— quedarnos con los rumores y chismografía de su vida privada, antes que dialogar con su escritura. Somos flojos los chilenos: no leemos a nuestros poetas, que son el patrimonio más importante que tenemos. No sabemos lo que tenemos en casa, y estamos siempre mirando para afuera para copiar lo ajeno que siempre nos deslumbra y a lo que le rendimos pleitesía. En educación, por ejemplo, en vez de leer el pensamiento pedagógico de Mistral, escuchamos a los “expertos” que nunca han pisado una sala de clase, y que no tienen el fervor que ella tenía por la educación. Bastaría que hubiéramos recogido algunas de sus propuestas e intuiciones pedagógico-poéticas (para ella la “pedagogía es la más alta de las poesías”) para que hubiésemos hecho un poco mejor las cosas en Educación. Nos la hemos farreado. Hemos convertido a Gabriela Mistral en una estatua, en una horrible figura de cera, y cuando murió la embalsamamos, a ella que quería fundirse con la tierra. Todo lo hemos hecho mal.

La semana pasada —por una iniciativa de un grupo de “conversos” a la pasión mistraliana— inicié una gira que pretendo hacer por todo Chile compartiendo mi pasión por la obra de Gabriela Mistral. “Gabriela Mistral en el País de la Ausencia” —así hemos bautizado esta sencilla iniciativa que no tiene otro objetivo que mostrar la Gabriela Mistral viva, vivificadora, no la señora tediosa y triste en que la hemos convertido. No es una charla académica (la academia también ha tendido a embalsamarla), sino una declaración de amor, un acto de reparación a su figura noble, genial, pionera. Vamos a ir predicando la fe mistraliana pueblo a pueblo. Pero no desde ningún púlpito, sino de lector a lector, de alma a alma.

Partimos en La Serena, seguimos en Montegrande, con teatros llenos de chilenos y chilenas que la están redescubriendo, nuevas generaciones que se sorprenden con su fuerza y potencia. Continuaremos en Temuco, Punta Arenas, los lugares donde Mistral ejerció de profesora y en muchos otros sitios de ese Chile que amó, pero que no le devolvió ese amor como ella merecía. 

Hay que reemplazar las deplorables estatuas por su verdadero rostro, por su risa, por su luz. Hay que transmitirles a las nuevas generaciones la verdadera Gabriela Mistral, no la impostora creada por personas que no la han leído ni la aprecian. Llegó la hora de sacar a Gabriela Mistral del “nicho helado” en que los chilenos la pusimos. Para que ella pueda regresar por fin y de verdad a Chile, el Chile profundo, no el superficial y farandulero país en que nos estamos convirtiendo, un país culturalmente indigente, que descuida lo propio y prefiere las candilejas a las verdaderas estrellas. La poeta del Elqui es la estrella de la mañana de Chile. Mistral escribió “País de la Ausencia”, un poema misterioso, que habla de las pérdidas que acumuló a través de su vida, incluyendo la de Chile (“las patrias que tuve y perdí” —dice). Al abandonarla, al no verla, al no entenderla, nos hemos convertido nosotros en el País de la Ausencia. Nosotros la hemos perdido, y tenemos que ir a buscarla. Y ella no está en una tumba ni en una estatua, ni menos en un Museo de Cera. Ella está en el aire, en el agua, en el fuego, las huertas, las materias que cantó y nombró, dotándolas de Presencia. Gabriela Mistral es la Presencia en el País de la Ausencia.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago el miércoles 26 de junio de 2019.