Vivir para trabajar

Andrés Berg | Sección: Política, Sociedad

La profecía del fin de la historia y del triunfo final del liberalismo que imaginó Francis Fukuyama, aunque taquillera en los noventa, duró menos que la Guerra Fría. Por el contrario, cada vez se hace más evidente que muchas de las cuestiones políticas en disputa están lejos de ser zanjadas. Una de ellas, a propósito de la modernización laboral impulsada por el Gobierno, dice relación con la práctica del trabajo, tema central tanto para el liberalismo como para la ideología socialista.

En los manuscritos de 1844, Karl Marx concebía al trabajo como parte de la esencia del hombre –un fin-, en tanto que el salario, un medio para la subsistencia. Pero observaba que, en la sociedad capitalista de la época, el trabajo se transformaba en un medio para sobrevivir y los medios materiales que se obtienen del trabajo en el fin último del hombre. De allí que considerara la alienación del trabajo como la raíz de todas las alienaciones.

Como fuere, en las sociedades capitalistas de hoy –casi todas autoproclamadas liberales- la idea del trabajo pareciera estar curiosamente más cercana a lo que tenía en mente el autor del Manifiesto del Partido Comunista. “Vivir para trabajar” es ley recurrente en muchas de las oficinas de El Golf. Cierto feminismo progresista, en tanto, parece ir en la misma línea: es la promesa de liberar a la mujer de las cadenas patriarcales del hogar para introducirla, en consecuencia, al mercado del trabajo -24/7 si es necesario- con el fin de equilibrar la inequidad salarial. La clase política, por su parte, vive inmersa en un activismo demencial, extendiendo la figuración pública a cuanta feria, junta vecinal o inauguración se pueda. Y sus asesores se empeñan en replicar en las redes sociales las salidas a terreno, aparentando su abnegación al trabajo sin fin.

Las señales que da la cultura liberal moderna del trabajo hacia otras esferas de la vida social, como la vida familiar, la práctica religiosa, los clubes sociales y deportivos o el ocio –en especial el intelectual- son preocupantes. Vivimos en una sociedad en la cual el trabajo se pretende como la única plaza de realización humana. Asegurar espacios para la vida familiar, como abdicar del comercio y los malls los domingo, por ejemplo, sería una reforma digna de atender en virtud de nuestra libertad. No es una burda aspiración conservadora: hay implícito ahí un legítimo reconocimiento de la realización humana que trasciende al trabajo.

A pesar de su intensidad y polarización, el actual debate sobre flexibilidad y extensión de la jornada laboral resuelve aspectos marginales de nuestra sociedad. Probablemente, el proyecto beneficiará en mayor medida a los trabajadores de mayores ingresos y oportunidades. Mientras, las víctimas de nuestro orden social enfrentadas al mercado laboral exclusivamente por necesidad, terminarán contribuyendo a la inflación de nuestros indicadores OCDE de ingreso e igualdad, a punta de jornadas dobles de lunes a lunes.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Segunda, el miércoles 22 de mayo de 2019.