Selección sí, meritocracia no

Pablo Ortúzar | Sección: Educación, Política, Sociedad

A todos los seres humanos nos preocupa ser validados por la comunidad. “Mérito” significa merecer lo que se tiene. Es decir, que la comunidad reconoce como justa y correcta esa posesión. Luego, todos queremos ser meritorios.

Dicho mérito, la mayoría de las veces, opera retroactivamente. Se llega a merecer lo que se obtuvo por mera suerte. Esto puede lograrse por varios medios: donando a la caridad, dilapidando festivamente, trabajando duro o sometiéndose a evaluaciones o instituciones exigentes. Heredar una posición de privilegio, en este sentido, no vuelve a una persona poco meritoria, con tal que se ponga a la altura de dicho privilegio. Como en la parábola de los talentos, el juicio es proporcional al punto de partida. La condena moral al mendigo que, siendo joven y sano, prefiere no trabajar, es reflejo de ello. Todos debemos responder por el uso de nuestros talentos, por modestos que sean.

La retórica “meritocrática”, que idealiza a los “ganadores” y trata como descarte a los “perdedores”, en cambio, tiene poco que ver con una concepción razonable del mérito. Ella refleja, en general, la ansiedad de reconocimiento por parte de quienes recién conquistaron una posición de privilegio, por un lado, y también de quienes viven como impostores, intuyendo que no merecen lo que tienen, por otro. Los primeros buscan un sobre-reconocimiento y los segundos validación gratuita.

En base a lo dicho me parece correcto que la izquierda critique duramente un proyecto de selección escolar basado en la retórica “meritocrática”. Pero, al mismo tiempo, me parece equivocado que ataquen la selección per se. La selección escolar es uno de los mecanismos que permite que las personas puedan buscar merecer sus talentos, desarrollándolos todo lo posible. Los grupos humanos con capacidades más o menos homogéneas son necesarios para una buena experiencia pedagógica, especialmente cuando son numerosos. Pero si se estandariza por completo la educación, se sacrifica a los que tienen más dificultades, que se van quedando atrás, y a los más talentosos, que se van frustrando.

La educación chilena debe darles la oportunidad a todos los estudiantes de aprender a su ritmo, y hasta donde sus capacidades lo permitan. También debe darle la oportunidad a aquellos cuyas dotes sean principalmente deportivas o artísticas de desplegarse en esos ámbitos. Lograr estos objetivos exige seleccionar en el momento adecuado (que no es, por ejemplo, el primer ciclo básico en el caso académico).

Algunos dicen que las instituciones educativas de alto rendimiento son como hospitales que sólo aceptan pacientes sanos. Eso es falso: todos los estudiantes, incluyendo los más dotados, requieren ambientes proporcionalmente desafiantes. Si no se les daña. Tal como los hospitales dividen a sus pacientes según sus dolencias y la gravedad de ellas, el sistema educativo debe segmentarse para atender, con igual dedicación, a todos los tipos de estudiantes que recibe. Eso es calidad. Ni winnerismo ni imbunchismo: ni descartar a los que no destacan, ni ahogar a los que sí. El secreto de la pedagogía, al igual que el de la terapia, es darle a cada cual lo que necesita, en el momento preciso y en la dosis correcta.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera en  https://www.latercera.com/opinion/noticia/seleccion-meritocracia-no/660723/, el sábado 18 de mayo de 2019.