Ignorancia, error y maldad en el conocimiento histórico

Gonzalo Rojas S. | Sección: Educación, Historia, Sociedad

Poco tiempo atrás, un alumno universitario me preguntó si habían sido los estadounidenses los que habían levantado el Muro de Berlín; las entrevistas públicas de hace unos años mostraban las más inauditas respuestas sobre quién había sido Pedro de Valdivia; un concurso televisivo, digitado desde la Concertación, eligió a Salvador Allende como el personaje más importante de la Historia de Chile (mientras Manuel Montt ni siquiera cualificaba entre los top 60); y esta misma semana, una cadena de noticias altamente prestigiosa se permitió afirmar que la Armada había determinado los nombres de… ¡los 8 mil combatientes chilenos del 21 de mayo de 1879! (plop).

Ignorancia a raudales, errores no corregidos y una buena dosis de maldad explican tanta barbaridad.

Profesores secundarios y universitarios que entregan bibliografías unilaterales y que descalifican otras aportaciones (“no son de historiadores”, afirman) que publican artículos y libros tuertos, como quedó de manifiesto con el primer tomo de la Historia de Chile de la Universidad Adolfo Ibáñez: hice el cálculo de la mínima presencia que tenían en esa obra los historiadores no marxistas ni liberales y, ante la evidencia numérica , no hubo respuesta; súmele gentes que escriben supuestas historias secretas y que las promocionan con todo el aparataje de la izquierda (sí, obviamente, Baradit); y agréguele comunicadores que machacan la palabra dictadura referida al Gobierno militar chileno, mientras adornan con finos matices a Maduro; y políticos, como la vocera de Gobierno, temerosos de apuntar a la faceta incendiaria de Carlos Altamirano, para privilegiar su silencio durante la nueva democracia (sí, el síndrome Lavín).

Con este panorama, qué otra cosa puede esperarse que el conjunto de vacíos, deformaciones y mentiras con que va trasmitiéndose a la fuerza, una “historia” de Chile casi por completo inventada. Y vaya usted a contradecir la cantinela oficial, porque de inmediato se le tachará como promotor del discurso del odio y candidato a la cárcel por negacionista. 

¿Cómo procurar un poco de verdad, un poco de rigor? 

Las medidas pueden ir desde la reposición de los estudios serios sobre Grecia y Roma en el curriculum escolar, hasta la edición barata de esas historias de Chile que abarcan todo nuestro pasado (sí, Eyzaguirre y Vial) o etapas muy concretas (la Historia de la República de Chile, coordinada por Fernando Silva, la de Chile de 1960 en adelante, coordinada por Alejandro San Francisco en la USS, la de Hermógenes Pérez de Arce sobre la Revolución militar chilena, etc.).

Pero, además, hacen faltas medidas de más corto alcance: una muy buena página web con críticas especializadas y certeras a todo lo que vaya apareciendo en el ámbito histórico nacional; pronunciamientos sobre la calidad de la historiografía nacional, libro a libro, por parte de la Academia Chilena de la Historia y de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía; en fin, secciones periodísticas con análisis de “verdadero” y “falso” sobre lo que van diciendo los diversos historiadores.

No hace falta censura, hace falta desenmascarar con argumentos la ignorancia, el error y la maldad.