Una fachada fantasma

Sebastián Grey | Sección: Arte y Cultura, Sociedad

Un penoso final tuvo el edificio de la antigua Facultad de Ciencias Químicas y Farmacéuticas de la Universidad de Chile, obra del célebre arquitecto francés Eugenio Joannon (1860-1938), ubicado a pasos de la Plaza Baquedano de Santiago. En 2015, había sido objeto de una dura polémica entre diversas organizaciones -incluido el Colegio de Arquitectos de Chile- y el rector de la universidad, cuando se anunció su demolición para levantar ahí un centro cultural. Lo indignante era que la misma universidad había convocado a un concurso público el año 2010, en cuyas bases se hacía mención explícita del valor arquitectónico y patrimonial del inmueble y de la obligación de conservarlo, condición que los numerosos arquitectos participantes debieron cumplir, incluido el ganador. Concluido el concurso, la universidad resolvió darle al predio otro uso, para lo cual el autor desechó su proyecto original y presentó uno adecuado a los nuevos requerimientos. En esta nueva propuesta, todo aquello que había sido considerado importante y digno de mantener súbitamente desapareció. Luego de la discusión que encendió a la opinión pública, a las organizaciones ciudadanas y a los medios, el rector finalmente anunció un compromiso de generar un nuevo proyecto que sería presentado a la comunidad y, en cualquier caso, conservar a lo menos las fachadas principales.

Hace pocos días, durante un feriado, el edificio fue rápidamente demolido con maquinaria pesada. Ante la incredulidad y las protestas de quienes por años intentaron protegerlo de su desaparición, la universidad comunicó que se trataba de un «desarme» o «demolición controlada«, dejando entrever así que se habían rescatado algunos elementos ornamentales para su posterior aplicación en alguna parte. La verdad es que no solo hemos perdido un inmueble valioso, sino que, para mayor espanto todavía, ahora se pretende construir una simulación de la fachada perdida, un remedo, un artificio, una ficción, un verdadero delirio de pretensiones, como si la sustancia material de la que está hecha la arquitectura en conexión con el lugar y la época que le dio origen y gloria pudiese ser tranquilamente clonada y adornada con un puñado de vestigios originales. Pues no se puede.

Un edificio es un bien único e irreemplazable. No es su fachada lo que interesa conservar para el goce del intelecto y de los sentidos, pues no se trata de una composición inerte, desprovista de significado, replicable en cualquier lugar y con cualquier material, como si fuese una ilusión teatral; lo que importa conservar es la obra en su contexto espacial, temporal y cultural, lo que naturalmente incluye todas sus virtudes estéticas, cuando las tiene. Dadas las circunstancias, esta falsa fachada, que nos recordará para siempre lo perdido, no hará más que agregar un agravio a la herida.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.