Vamos quedando pocos

Gonzalo Rojas S. | Sección: Política, Sociedad

Así se expresan como frecuencia   quienes comprueban a diario la claudicación de amigos, compañeros de trabajo, familiares o  -lo más triste-  de compinches en mil batallas pasadas en la cosa pública. Y agregan, a veces: “cada día somos menos”.

¿En qué ámbitos o respecto de qué temas se producen esas acomodaciones que, en algunos casos, llegan a ser calificables como traiciones?

Por supuesto, el más llamativo es el de la verdad histórica, y, en concreto, el de la lealtad con el Gobierno Militar. Ahí aparece entonces fulanito con el consabido “si yo hubiera sabido” y la menganita con el “no era para tanto, debió durar menos” (aunque obviamente ambos votaron que Sí en su momento).

Pero los claudicantes se dan también y con más frecuencia -porque en el tema anterior pareciera que ya no queda nadie indiferente- en materias morales y de fe. Ahí surgen entonces expresiones tan profundas como “hay que adaptarse a los tiempos” o “hago lo que quiero, porque los curas nos han engañado”. Y bajo esas premisas, toda mutación personal parece autorizada y se comienza a ofrecer incienso en los altares del relativismo y del paganismo, mientras las antiguas y veneradas aras son destrozadas a fuerza de agresiva retórica. Cuando no vives como piensas, terminas pensando como vives.

Una tercera especie es la que se adapta al nuevo ambiente o clima institucional. “Saben leer los escenarios,” suele decirse. Son las personas que ahora se preguntan en primer lugar: “¿Qué quiere el jefe?” (antes se preguntaban: “¿Qué pide el bien común?”) y que implícitamente funcionan con el “¿cómo me mantengo en esta posición y después subo (trepo)?” cuando antes sólo pensaban en cómo servir mejor. Pero claro, han cambiado los tiempos, y ellos sí que entienden que los tiempos son más importantes que las instituciones.

¿Qué explica estas claudicaciones? ¿La simple maldad?

A veces sí, pero en muchas otras oportunidades no es más que la debilidad humana, esa condición nuestra que aparece por aquí o por allá, en el propio carácter o en la capacidad de trabajar duro.

Contra estas manifestaciones de debilidad, la persona habitualmente emprende una lucha decidida, a partir de su reconocimiento. Pero cuando la debilidad aparece disfrazada de nueva coherencia, el portador está perdido: inició la pendiente definitiva -si no pega un buen golpe de timón- hacia su total deterioro humano.