Marx versus Herder: desgraciadamente el primero va ganando

Joaquín Muñoz L. | Sección: Política, Sociedad

En las últimas semanas, un tema recurrente ha sido -y seguirán siendo por mucho tiempo- los departamentos sociales que el alcalde Joaquín Lavín pretende construir en Las Condes.  Frente a este asunto que está originando una gran polémica, bien podemos decir que “los árboles no dejan ver el bosque”, pues, no se trata sólo de cambiar de barrio a personas de bajos ingresos, abordando así el problema de la segregación, sino de algo mucho más profundo.  Terminar con la segregación se ha convertido en un mantra profusamente repetido, pero ¿quién puede decir con certeza cuán dañina sea ésta? o ¿acaso estamos frente a otra dogmática bandera de lucha de la izquierda?

Parece que el bacheletismo-aliancista laviniano se ha sincerado un poco más, transformándose en jaduismo-aliancista; aquí “sincerarse” quiere decir: mostrar su populismo a más no poder, que, teniendo como referente al alcalde Daniel Jadue -un comunista de viejo cuño-, no se detiene a reflexionar sobre cuán importante sea terminar con la segregación, cómo hacerlo de verdad y no para la galería o cuán perjudicial pudiera ser su “experimento”, sólo por mencionar algunos cabos sueltos.  El alcalde Lavín ha tenido éxito al mostrarse como un fiel ejemplo de la derecha “renovada”, ésa que sigue perdiendo y que sólo llega al gobierno con un candidato que la ataca sistemáticamente y que nunca se ha definido como de derecha, además, recibe los votos necesarios por miedo más que por convicción.  Una derecha entreguista y timorata.

La pobreza del debate se está manifestando en una soterrada lucha de clases.  Frente a esto, lo que queda en la mente del ciudadano común es el rechazo a las toallas colgadas; el miedo a los flaites diciendo piropos de aquellos -Lavín tendrá mucho trabajo cursando multas-; la molestia de los antiguos vecinos por escuchar un “sshigua qui ti pa”, etc.  Al menos en apariencia, todo esto tiene asidero y, a la vez, prescinde de ver en el prójimo a un igual con los mismo derechos a aspirar a una mejor vida.  Éste es el verdadero motivo de por qué esta medida puede estar per se condenada al fracaso, pues, se trata más bien de utilizar e ilusionar a personas de esfuerzo, que jamás podrán integrarse medianamente a su nuevo barrio porque sus ingresos les impiden llevar el mismo nivel de vida de sus ahora vecinos.  No podemos decir hasta qué punto se trata de una medida beneficiosa o no.

Los fantasmas de hace décadas empiezan a aparecer una vez más o, mejor dicho, a verse.  El meollo del asunto es la vigencia y hegemonía de la izquierda en la agenda política.  Los políticos “floreritos” tratan por todos los medios de apegarse a dicha agenda.  Tenemos aquí que el combate a la segregación pareciera una tarea sine qua non.  Sin embargo, este combate es muy peculiar, ya que sólo considera las diferencias del ingreso monetario de las personas.  Los otros factores de segregación simplemente son obviados por la izquierda, sus aliados y sus opositores timoratos.

Entre los numerosos factores de segregación, se puede citar el terrorismo e inseguridad en La Araucanía.  Éstos generan pobreza, es decir, personas que se marginan del desarrollo nacional, además, destruyen familias por la emigración forzada o agresiones directas.  Otro gran factor segregacionista es la delincuencia, que tiene perjuicios muy parecidos a los anteriores, además de los prejuicios sociales -los responsables en gran parte del rechazo a la construcción de las viviendas sociales-.  Lo suyo aporta la deficiente educación pública: los malos resultados de la prueba SIMCE fueron reconocidos por los propios gobiernos concertacionistas, también cabe mencionar que su mala gestión de los recursos ha transformado a la educación en un barril sin fondo y, como broche de oro, el gran acierto de los créditos universitarios: mientras el crédito fiscal universitario creado por el gobierno Militar tenía un interés del 1%, el crédito “solidario” de la Concertación, el 2%, y el crédito con aval del Estado, el 5,8%.  Un merecido espacio tiene la deficiente gestión del aparato estatal, que se traduce en el despilfarro de dinero con que se podrían mejorar todos los servicios del Estado, los que benefician principalmente a las personas de menos recursos, y qué hablar de las concesiones y “licitaciones”.  La politiquería hace su parte, ya que “los gustitos zurdos” son muchos, p.e., el aumento del número de parlamentarios y el “tongo” de los cabildos para redactar una nueva Constitución, innecesaria y cocinada anticipadamente, o sea, una pérdida de tiempo, energía y sobre todo recursos.  También genera división entre nosotros la deficiente preocupación por las regiones.  La lista es interminable.

Un capítulo aparte merece la inmigración extranjera que está generando problemas en el desarrollo del país.  Sólo debemos pensar en la cantidad de campamentos que están surgiendo y cómo se están colapsando los servicios de salud de las comunas más pobres.  Si se trata de tener población segregada, los inmigrantes la están creando con ayuda del Estado.  Lo normal es que los recién llegados se adapten al país que los recibe, pero acá es al contrario.  Lo primero es restringir su ingreso, luego naturalizarlos.  No puede ser que se les celebre el Día de la Bandera a los haitianos, pero no a los chilenos -sucedió en algunas comunas-.  Tampoco es aceptable que se les dé preferencia en ciertos servicios públicos a los inmigrantes por el sólo hecho de serlo; sucede lo mismo con las escuelas en que no se conmemora el 21 de Mayo para no molestar a los alumnos peruanos.  El bono marzo para “inmigrantes-turistas” es vergonzoso, se les está pagando para que vengan a aumentar un problema, cuya solución es por todos sabida.  Ya hay conflictos entre nuestros compatriotas que se sienten perjudicados por la inmigración y los inmigrantes, o sea, más segregación.  ¿Acaso no es obvio?

No obstante, la inmigración no quiere decir segregación.  Los inmigrantes europeos se asimilaron bien a la realidad nacional, p.e., los primeros alemanes que llegaron a avecindarse se comprometieron públicamente a ser buenos ciudadanos.

De todos los factores de segregación mencionados, la agenda izquierdista sólo se hace cargo de las diferencias económicas, o sea, su concepto de lucha de clases sigue vivo, aunque no se note.  Lo grave de esta arma es que se sustenta en el odio, por lo que no puede producir nada positivo.  Si bien, sus consecuencias no serán las tragedias de antes, por lo menos, provocarán más pobreza, p.e., ¿quién puede dudar de que un sindicalismo bajo estas premisas no provoca cesantía?, ¿acaso éste no aleja la inversión o causa la quiebra de empresas?, ¿no es necesario un mínimo de cohesión social para enfrentar las grandes tareas nacionales?  Las interrogantes son muchas, todas con respuestas negativas.  ¿Cuál sería entonces el motivo de esta postura zurda?  Simplemente, la rentabilidad electoral.

¿Cuál es la postura de la izquierda frente a los otros factores de segregación?  La respuesta es obvia: no le interesa enfrentarlos.  Nadie puede decir, por ejemplo, que la izquierda se haya preocupado verdaderamente de la violencia en La Araucanía o de tener una adecuada política de inmigración.  Estos factores no le interesan porque no tienen para ella una rentabilidad electoral, muy por el contrario, generarían más integración social si se les erradicara, fortaleciendo así la entidad nacional, su gran némesis.

La política de departamentos sociales de Las Condes sacó a la palestra un asunto postergado últimamente.  De forma errada, se le ha visto como un asunto social -terminar con la segregación y el clasismo-, pero tiene un gran cariz ideológico.

Es el momento de citar a Marx y Herder para poder entender lo que está sucediendo.  Marx, el gran teórico de la izquierda, postulaba la lucha de clases, que convierte en enemigos a los diversos integrantes de una sociedad, es lo más alejado de la integración social y más cercano a la segregación.  Su fin era siniestro: llegar a instaurar un régimen totalitario, que donde se impuso dejó una herencia de sufrimiento.  Por el contrario, Herder postulaba que, en el Estado, había una sola clase social: el pueblo, al que pertenecían el rey al igual que el labriego.  Su fin era exaltar la nacionalidad, es decir, un bien cultural y espiritual, que genera la integración necesaria para el progreso de cada pueblo.

Lo que está haciendo el alcalde Lavín tiene muchas ramificaciones, no sólo dar un beneficio social a personas esforzadas, también desnuda características humanas y, especialmente, delata quién es quién en la erradicación de la pobreza y en la capacidad de crear y liderar una agenda beneficiosa para el país.  Estos departamentos son la punta de un iceberg que bajo el agua no tiene precisamente hielo.