Prohibido piropear

Hernán Corral T. | Sección: Política, Sociedad

«Coma más ensalada para que conserve su linda silueta«; bastó esta frase dirigida a una muchacha, para que Carabineros cursara un parte por «acoso» al peatón de Las Condes que tuvo la mala idea de elogiar la figura de la joven. El alcalde Lavín, impulsor de la draconiana ordenanza municipal que sanciona el «acoso callejero«, incluyendo todo tipo de «piropos«, manifestó su alegría por el hecho: «La cultura del machismo, del piropo en Chile, debe terminar«, sentenció, anticipando un juicio que compete al juez de policía local.

Inmediatamente se suscitó una fuerte y justificada polémica, porque tal represión a la libre expresión resulta insólita en una democracia que se jacta de liberal y pluralista. El sentido común se rebela frente a la represión de una frase que no es ofensiva ni causa menoscabo alguno a la dignidad de la persona a la que fue dirigida. Se trata nada más que de un piropo, fome si se quiere, pero no denigratorio. El sentido propio de la palabra «piropo» no tiene connotaciones ofensivas: la Real Academia de la Lengua lo define como un «dicho breve con que se pondera alguna cualidad de alguien, especialmente la belleza de una mujer«. ¿Por qué la belleza femenina no podría ser resaltada y admirada si se lo hace de un modo cortés y respetuoso? Si el piropo denunciado hubiera sido proferido por una mujer para elogiar a un caballero de «fina estampa«, ¿también hubiera sido considerado acoso y digno de multa?

La «ola feminista» de las últimas semanas puso en la agenda pública la necesidad de avanzar hacia una mayor igualdad de derechos para la mujer. Nada puede objetarse a esta reivindicación, puesto que, sin duda, existe mucho que hacer en materia cultural, educacional, laboral y previsional para poner en un plano de igual dignidad y autonomía a las mujeres en una sociedad que mantiene fuertes dosis de machismo.

El problema es que en aras de esa causa legítima se incurre en extremos que arriesgan convertir lo que es una reclamación por derechos en una pretensión de imponer, mediante una regulación punitiva omniabarcante, un pensamiento único que excluye cualquier opinión disidente y condena sin matices toda desviación del dogma autoproclamado. Ya lo hemos visto cuando se intenta excluir la lectura de obras cumbre de nuestra literatura y poesía de los planes educacionales. Los profesores universitarios se sienten amenazados de que cualquier expresión que se juzgue atentatoria a la «igualdad de género» sea motivo de denuncia sobre la base de «protocolos» que van mucho más allá de las leyes y que usan expresiones abiertas a todo tipo de interpretaciones. La libertad de cátedra queda así por los suelos y campea la autocensura. Hasta se propone que las bibliografías de los cursos deben ser corregidas para que haya el mismo número de textos de autoras como de autores. Al parecer, esta fue una de las peticiones que el rector de la UC debió aceptar para que se bajara la toma de su casa central, pero sus voceras advirtieron que insistirán en el petitorio original, que contiene exigencias como uso de un lenguaje «inclusivo» en clases y evaluaciones, medidas de corrección y reinserción de los acusados, mantención en la hoja de vida de denuncias ya desestimadas y cursos obligatorios con «perspectiva de género«. Del «prohibido prohibir» del mayo francés del 68, pasaremos así a un «prohibido no prohibir«.

Lo más lamentable es que estos excesos desacreditan la totalidad del movimiento y menoscaban la legitimidad de reclamaciones que sí son razonables y necesarias para esa enorme y silenciosa mayoría de chilenas que son madres y sacan adelante sus familias en un entorno social y jurídico que no las apoya ni valora sus esfuerzos. Son ellas las que sufren las discriminaciones, los abusos y las agresiones reales; esas que no se solucionan a punta de multas municipales ni con medidas sobreideologizadas exigidas por minorías vociferantes de un feminismo elitista y talibán. Por cierto, dudo que a esas mujeres les moleste un piropo como el anatematizado en Las Condes.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.