Los amos de la memoria

Eduardo Arroyo | Sección: Política, Sociedad

La Universidad de Exeter, en el Reino Unido, envió recientemente un correo electrónico en el cual se decía que “uno no puede permitirse perder oportunidades únicas a causa de una nimiedad”. Algún “listo”, gracias a la potencia de los buscadores de internet, pudo saber que la frase se atribuía a Erwin Rommel, el célebre “zorro del desierto” de la Segunda Guerra Mundial. Es importante precisar que la persona que redactó el texto declaró a los medios que no sabía quién era Rommel, cosa harto verosímil porque la ignorancia no solo es un problema español. Aunque la frase dice una obviedad y conozco una docena de personas que me han dicho algo parecido pese a tener muchas menos preocupaciones que Erwin Rommel, la universidad de Exeter ha llegado a emitir un comunicado en el que dice: “se trata de un error genuino pero en absoluto intencionado, sin embargo pedimos disculpas sin reservas a aquellos que hayan podido sentirse molestados. Hemos puesto en marcha todas las posibles medidas para que esto no vuelva a suceder otra vez”.

A veces uno piensa que nos hemos vuelto locos. ¿Cómo puede ser que más de setenta años después del fin de la Segunda Guerra Mundial andemos todavía así? Casos similares ocurren en el mundo todos los días. Recientemente, la empresa de maquetas mundialmente conocida Revell con base en Alemania, se ha visto obligada a retirar de su producción una maqueta del mítico “platillo volante”, el “Haunebu II”, supuestamente construido en aquel país en 1943. Una maqueta de 20 centímetros, de un vehículo volante que ni siquiera se sabe si existió, ha provocado una campaña en el “Frankfurter Allgemeine Zeitung” y Revell ha abierto una investigación para determinar “cómo pudo llegar al mercado un producto como ese”.

Esta histeria colectiva, en la cual cada uno rivaliza con el del al lado por ver quién es más vigilante, quién detecta más “intolerancia”, es la España que envidia nuestro presidente Pedro Sánchez. Históricamente, los gobiernos que han servido de modelo a nuestra izquierda –recuérdese a los prebostes progres de los años 60 en España, veraneando en la Rumanía de Ceaucescu o haciendo regalos, como nuestro PCE, al “glorioso líder” de Corea del Norte Kim-Il-Sun- han estado repletos de soplones. De ahí que los anhelos de Pedro Sánchez y sus chicos sea penar por ley la “apología del franquismo” y, por supuesto, que sean ellos los que dicen qué y qué no constituye “apología”. Es el mismo caso de Ada Colau, una analfabeta autosatisfecha e integrada, que se arroga el derecho a decir qué actos de “extrema derecha” deben ser prohibidos en Barcelona porque provocan “violencia”.

Lo que queremos destacar con todo esto es que cuando por todas partes nos inunda la retórica de la democracia y de las “libertades”, la libertad concreta para decir según qué cosas, se reduce con cada día que pasa. Paradójicamente, uno recuerda las publicaciones de “Ruedo Ibérico” durante el régimen de Franco, la literatura marxista editada ampliamente por entonces en Barcelona y la multitud de cargos académicos que militaban en organizaciones abiertamente financiadas por potencias hostiles sin que nadie les molestara, y comienza a pensar si no estaremos a punto de emular al régimen franquista que vende la propaganda de la izquierda, si bien con los papeles cambiados.

Y que nadie piense que esto es solo así en España, desde luego. En todo el mundo está muy claro lo que uno puede o debe decir para congraciarse con el poder.

Algunos no lo saben por ignorancia o por bondad. Y si no que se lo digan a Monika Shaefer, ciudadana canadiense de avanzada edad y antigua dirigente del partido de los verdes de su país, que lleva desde el 3 de enero en la cárcel de máxima seguridad de Stadelheim, Alemania, por sus opiniones sobre el holocausto hebreo. Se supone que en estos tiempos en que uno goza de la cobertura legal del Estado para insultar a Cristo o a Mahoma debería de poder opinar racionalmente sobre asuntos históricos. Al fin y al cabo siempre habrá quién opine de un modo o de otro. Pues no. Existe una élite de la opinión, una élite a la que nadie eligió y que no se circunscribe a una actividad pública concreta, que es capaz de conducirte al ostracismo más absoluto, a la muerte civil y a cosas peores. Ellos se encargan de decir lo que es opinable porque tienen el poder hacer leyes y “fiscales” a medida.

Por el contrario, las soflamas delirantes y estúpidas, hiperviolentas y trufadas de odio, del rapero Valtonyc o de Willy Toledo –por lo demás, ni uno ni otro pueden dar una opinión fundada sobre nada- son supuestamente perseguidas por ley pero, además de gozar de extensa cobertura mediática a favor y en contra, sirven para presentar en calidad de “mártires” de la “libertad de expresión” a los que no son más que la punta de lanza de un entramado político-mediático-financiero, empeñado las veinticuatro horas del día en demoler los fundamentos de la sociedad en que vivimos.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Gaceta, www.gaceta.es