Frente a la ideología de género, algunos principios

Leonardo Bruna | Sección: Familia, Sociedad

La persona humana es una unidad substancial de alma espiritual y cuerpo. El ser espiritual del alma, fundamento de la dignidad personal del hombre, es participado por el alma al cuerpo haciendo que el cuerpo humano tenga un ser, una dignidad y un obrar de nivel personal. En otras palabras, el cuerpo humano es “alguien” y no meramente “algo”. La persona que es Juan o Francisca es su cuerpo. Ciertamente no solo su cuerpo, porque es también su alma, pero realmente es su cuerpo.

El cuerpo es por tanto un constitutivo esencial de la persona humana y por ello su vida personal se realiza y expresa no sólo en los actos puramente espirituales que realiza por su alma, sino también en todos los actos corpóreos que son verdaderamente personales en cuanto el sujeto es una persona.

El cuerpo y los actos corpóreos por una parte expresan la singular interioridad de esa persona y por otra afectan positiva o negativamente, según cómo se realicen, la vida interior de la misma persona y la de aquellas con las que convive. Y por eso no da lo mismo el lenguaje utilizado, el vestido y los adornos, los gestos corporales y manifestaciones físicas de las emociones, los juegos, etc. Ellos expresan u ocultan, de alguna manera, la verdad de la persona, su dignidad y vocación.

Por ser corpórea la persona humana es sexuada. El sexo no es algo que el hombre “tiene” o posee como una cosa, sino que es esencial en su ser personal. Cada persona humana “es”, junto con su alma espiritual, su cuerpo y por tanto su sexualidad. Pedro es su sexualidad en cuanto es, durante toda su existencia, un varón. Es verdad que no es solo su masculinidad, pero también lo es que su ser varón no es algo ajeno a su ser personal.

En virtud de lo anterior resulta que todos y cada uno de los actos no específicamente sexuales, tanto los espirituales como los materiales, de la persona humana incluyen siempre y necesariamente una dimensión sexual en cuanto el sujeto que los realiza es un varón o una mujer. E inversamente en cada una de sus conductas específicamente sexuales está siempre y necesariamente implicada la persona humana completa y su dignidad.

La vocación propia de la persona humana al amor, como sincera y completa donación de sí misma a otra persona, hace que su cuerpo sexuado tenga naturalmente un significado esponsal. Esto significa que el cuerpo y por tanto la sexualidad del hombre está para ser entregada, como parte del don completo de sí, a otra persona y en definitiva a Dios. Esto se realiza en la vida conyugal, dándose a Dios mediante el cónyuge, o en la vida consagrada por la entrega directa a Dios.

La persona humana es naturalmente, desde el instante de su concepción y durante toda su existencia, persona humana varón (XY) o persona humana mujer (XX) y sus actos son siempre actos de un varón o de una mujer. Varón y mujer, iguales en la naturaleza humana y en la dignidad personal, pero completamente distintos y por ello complementarios en la sexualidad. Iguales en la especie, tanto en el ser como en el obrar; distintos y complementarios en el modo, tanto en el ser como en el obrar.

La natural diversidad sexual varón-mujer, que constituye respectivamente la masculinidad y la femineidad, tiene su principio en el cuerpo, pero se constituye y manifiesta no solo en la dimensión física sino también en la psicológica y racional del ser humano en el modo de ser y de obrar. Y en virtud de la unidad de cada persona humana lo propio del ser humano varón y lo propio del ser humano mujer se realiza y expresa en todas las dimensiones de su existencia: física, psicológica y espiritual.

La amistad, o comunión en el amor, a la que todo hombre está llamado como perfección y felicidad de su ser personal se realiza y se manifiesta mediante el cuerpo humano sexuado y sus actos, verdadero lenguaje de la persona. De un modo específico mediante la unidad sexual en la vida conyugal. Y de modo general en toda forma de comunión humana, en cuanto la persona humana es y obra siempre como varón o como mujer.

La riqueza específica del ser personal humano se encuentra, en la naturaleza humana, separada y como distribuida en los modos de ser humano varón y ser humano mujer y por ello varón y mujer están naturalmente destinados a la plena unidad conyugal que se realiza en el matrimonio. La diversidad, en la línea del modo, de la perfección física, psicológica y racional propias del varón y de la mujer se ordena a la complementación y mutuo enriquecimiento de su ser personal en la unidad y comunión conyugal, mediante la cual se habilitan recíprocamente para realizar aquella acción de amor donativo que les es propia, en cuanto esposos, que es la procreación y educación de los hijos. La diversidad sexual se ordena al matrimonio y éste a la constitución de una familia por la paternidad.

La comunión personal de los esposos, que incluye como característica propia la unión sexual, es la forma originaria de comunión personal en la vida humana y como tal es naturalmente para los hijos el primer referente o paradigma ejemplar del amor y de la comunión entre los hombres. Por ello la sexualidad se encuentra esencialmente implicada en el principio originario de la vida humana, y de su comprensión y vivencia depende radicalmente la perfección y felicidad del hombre en la comunión de amor interpersonal.

Como consecuencia del pecado original la persona humana se encuentra debilitada en la natural inclinación de su tendencia sexual a su finalidad donativa propia que es la unidad personal de los esposos y la paternidad. Y por ello, permanentemente expuestos al peligro del desorden y el egoísmo en el orden de la sexualidad, los niños que se están formando necesitan una educación que les permita comprenderla y vivirla prácticamente en la verdad de su dignidad y perfección personal.

Puesto que la sexualidad es una dimensión esencial de su ser personal y que de su correcta vivencia depende su felicidad, el niño necesita ser educado en su dimensión sexual y requiere que esa educación sea integral, es decir, congruente con su ser y dignidad personal, con su vocación al amor.

Las personas que están naturalmente mejor capacitadas para realizar esta educación son los padres, porque requiere una comprensión de la singularidad del niño, una delicadeza y un contexto de confianza e intimidad que sólo sus padres pueden dar. Al profesor, en la sala de clases, sólo le compete presentar los principios universales de la naturaleza y el sentido de la sexualidad en la vida humana. Pero la iluminación y guía de la vivencia concreta de la sexualidad de un niño, con sus progresos y dificultades propias, le corresponde a sus padres o, excepcionalmente, a otra persona pero sólo en cuanto realice una cierta paternidad.

Porque el niño que se ha de educar padece una cierta debilidad moral, en virtud de la cual es siempre posible un desorden de su tendencia sexual (utilización de su cuerpo o el de otro como un mero medio de placer), necesariamente requiere una formación en las virtudes morales (justicia, fortaleza y templanza), particularmente en la virtud de la castidad y en el sentido del pudor. Se trata de que logre el dominio de su tendencia sexual integrándola en la unidad de su ser personal para que un día pueda hacer la completa entrega de si, en el matrimonio o en la consagración religiosa.

En esta educación se requiere especialmente, no sólo una palabra o decir verdadero sobre la sexualidad junto a la formación del hábito de la pureza, sino también el cuidado de que los ambientes, vestimentas, comportamientos, las diversiones, el lenguaje, etc. de las personas que educan y son educadas sean congruentes con la verdad que se dice sobre el amor humano y la sexualidad.