La sociedad del acoso sexual

Alejandro Navas | Sección: Sociedad

Un clamor de indignación recorre el mundo. Por fin se ha roto la ley del silencio y las víctimas del acoso sexual pierden el miedo para denunciar a los depredadores que las humillaron durante decenios. Lo que tantos sabían o intuían se hace público: en Hollywood -y en el mundo del arte, de la moda o de la política-, las posibilidades de hacer carrera de bastantes mujeres dependían de los favores sexuales cobrados por los machos alfa del sector.

¿Qué tipo de sociedad es la que posibilita la generalización de esa conducta? Vivimos en una sociedad altamente sexualizada; los jóvenes no conocen otro mundo distinto, pero los mayores recordamos que esto no siempre fue así: sufrimos las consecuencias de la «revolución sexual» que estalló en los años sesenta del siglo pasado.

La sexualidad ha ocupado siempre un lugar principal en la vida de los seres humanos y de las sociedades. Están en juego nada menos que la reproducción individual y la continuidad social. Y como se trata de una fuerza muy potente, que puede descontrolarse, las sociedades institucionalizan su práctica: regulación del matrimonio y la familia, establecimiento de roles sexuales. Incluso se intentó encauzar posibles excesos, a modo de desahogos o válvulas de escape (desde la tolerancia de la prostitución hasta la celebración del carnaval). ¿Qué aporta de novedoso la revolución sexual contemporánea?

Tenemos, de entrada, la preparación intelectual: no hay revolución sin teoría previa, sin proyecto. En este caso hay que remitir a Freud y sus seguidores, que confluyen con planteamientos de inspiración marxista (Herbert Marcuse) y pansexualista (Alfred Kinsey). Socavar los viejos «tabúes» de la moral sexual clásica parecía un objetivo inseparable de la lucha contra el orden social capitalista-burgués. La erosión de los valores tradicionales se convierte en un elemento central del programa cultural y educativo antiautoritario y emancipador.

Debemos añadir la revolución social que implica la salida de la mujer del hogar. El feminismo proporciona los argumentos, y las dos guerras mundiales la ocasión práctica: con los varones en el frente, las mujeres se ocupan del funcionamiento de buena parte de la sociedad. Lo hacen bien, y ahí se quedarán. Se pone término así a un reparto de papeles milenario, con la mujer en el hogar, criando a los hijos y al tanto de la economía doméstica, y el varón fuera, trabajando o guerreando. Sin embargo, la mujer seguía siendo la «víctima» de una sexualidad desinhibida, pagando con el embarazo imprevisto o no deseado. La píldora, comercializada a comienzos de los sesenta, promete el control de su fisiología. Esa mujer, con formación y trabajo, cuenta ahora con el recurso «infalible» para sumarse a la fiesta del sexo, sin miedo a sus consecuencias.

Para completar el cuadro, mencionaré la influencia de los medios de comunicación masivos: cine, televisión, publicidad. La lucha por las audiencias llevará a una presencia creciente de la violencia y el sexo en sus contenidos. Más recientemente se suma internet. El sexo es su gran asunto, al hilo de la triple A: accesibilidad, anonimato, abaratamiento. A estas siguen otras dos aes consecutivas: aceptación, agresividad. La pornografía se convierte en materia de consumo global, y su carácter adictivo causa estragos en adultos y adolescentes. En este contexto se puede incluir también a la moda. Gilles Lipovetsky describe la del siglo XX como la historia del desnudamiento del cuerpo femenino.

Nos encontramos, por tanto, con una sociedad que enaltece el sexo liberado. Suecia encarnaba en aquella época el modelo que había que imitar, y su ministra de Educación declaraba en los sesenta: «Hay que enseñar a la gente a servirse de su sexo como a manejar los cubiertos. Cuando se sabe estar a la mesa, no se piensa más en ello. Con el sexo debe pasar lo mismo: no plantearse más el problema. Por otra parte, nada está mal, nada es anormal«. Los programas educativos, que pasan por encima de la voluntad de los padres, apuntan a la sexualización de la adolescencia e incluso de la infancia. Se calcula que el comienzo de la menstruación en las adolescentes occidentales se ha adelantado unos tres años durante el último siglo. Entre las causas se señala el ambiente social erotizado.

La promiscuidad sexual como ideología y como forma de vida tiene consecuencias, algunas de ellas criminales. Es urgente atender a las víctimas y castigar a los culpables. Antes, se tiene que aplicar la tolerancia cero y revisar códigos y reglamentos allí donde la legislación es demasiado laxa o deja inquietantes zonas de sombra. Pero no menos urgente es adelantarse y trabajar en la prevención. Si no se incide en los factores culturales y educativos que, en buena medida, están en el origen de esos lamentables incidentes, gastaremos nuestra energía en perseguir efectos sin atacar sus causas. Quien siembra vientos recoge tempestades.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.