Votar sin miedo

Benjamín Lagos | Sección: Política

A medida que se acercan las elecciones de noviembre, reviven en el discurso político las distintas formas de movilización de los votantes. Así como la izquierda suele apelar a los suyos mediante la audacia y la agresividad, la derecha, en cambio, se sirve del temor.

El tópico del miedo en la retórica de dirigentes y electores conservadores no es nuevo. Frente al liberalismo alessandrista de 1920, el Frente Popular de Aguirre Cerda, el FRAP o la Unidad Popular de Allende, o la opción “no” en el plebiscito de 1988, la derecha chilena se limitó a enarbolar la bandera del repliegue y la contención. Mismo sentimiento que hizo migrar la votación del sector a Eduardo Frei Montalva y que hoy aparentemente beneficia a Sebastián Piñera.

Pueden señalarse distintas causas de este temor. Primero, una tendencia, consciente o inconsciente, en el votante conservador a explicarse la realidad política en términos puramente escatológicos y negativos: la amenaza de un caos -anarquía o tiranía- que hay que evitar. Segundo, la propia acción política de la izquierda, que echa mano a demostraciones de fuerza como manifestaciones y discursos violentos: síntoma de pobreza espiritual y a la vez método eficaz de amedrentamiento. Y tercero, la actitud frente al poder estatal: mientras la izquierda aspira a cooptarlo y hacerlo suyo, a la derecha lo domina cierta aversión a él, que le hace rehuirlo o enfrentarlo, sabedora de que la autoridad política monopoliza la fuerza.

Sin duda, la posibilidad de que acceda al poder un sector político que relativice los bienes esenciales que emanan de la naturaleza humana, debe alertar a los ciudadanos para oponerse a aquel mediante el voto, amén de otras formas de participación. Pero dicha alerta no puede consistir en una coacción psicológica tal que infunda temor: así, precisamente se hace el juego al adversario.

El problema de fondo es la filosofía de la historia que aquí subyace. Concebir a la izquierda como una vanguardia, siempre a la ofensiva, y a la derecha como una retaguardia que apenas se encoge de hombros, da cuenta de un progresismo implícito -cuya hegemonía no es difícil comprobar en la actualidad- que prevé el triunfo de esas ideas como inexorable.

Un proyecto político conservador, entonces, debe plantearse en serio su viabilidad. Si no se quiere ser un mero complemento de la izquierda, sino su real adversario, dirigentes y votantes deben superar el secular discurso del miedo que la ha sometido a aquella. Para esto se requiere una dosis de coraje cívico y moral que parece ausente hoy. La cobardía, nos dice C. S. Lewis en Cartas del diablo a su sobrino, es el único vicio del que los hombres no pueden enorgullecerse; tanto así, que el evitarlo incluso los empuja a la guerra. Siendo la política una vocación, no puede hacerse jamás en nombre del miedo: los hombres no están llamados a temer, sino a luchar. La Patria implica todo nuestro ánimo y sacrificio.