Los problemas del “sexo fácil”

Aceprensa | Sección: Sociedad

El sexo se ha “democratizado” y se ha vuelto más accesible, una evolución que, pese al optimismo que rezuman las palabras democratizar y accesibilidad, no puede decirse que esté ocurriendo precisamente para bien. Tal es la teoría que el sociólogo Mark Regnerus, profesor asociado en la Universidad de Texas, desarrolla en su libro Cheap Sex: The Transformation of Men, Marriage, and Monogamy (Sexo barato: La transformación de los hombres, el matrimonio y la monogamia), en el que efectúa un análisis de la situación a partir de varios estudios sobre las prácticas y preferencias de los jóvenes norteamericanos de 25 a 34 años.

En Cheap Sex (Oxford University Press), Regnerus constata el cumplimento de los pronósticos hechos en 1992, en la era pre-Internet, por el teórico social Anthony Giddens en The Transformation of Intimacy (La transformación de la intimidad). El pensador británico se anticipó a fenómenos muy actuales, como que la exclusividad sexual, lejos de ser presumida, puede ser objeto de negociación; el florecimiento de múltiples expresiones e identidades sexuales, el incremento de las relaciones de muy corto recorrido y la “fobia” a comprometerse, entre otros. “Para muchos jóvenes estadounidenses –apunta Regnerus–, todas estas son realidades obvias, el modo normal de ser de las cosas”.

El experto estadounidense lo ilustra en un artículo publicado en el Wall Street Journal acerca de su libro. Uno de los jóvenes entrevistados por él y por su equipo, de 24 años, les dijo que sí, que algún día se casaría, pero no pronto, pues “no soy tan estúpido. Todavía puedo salir y tener sexo con millones de chicas”. Y Regnerus, que ha tomado nota, advierte que “es difícil convencerlo de que su estrategia no funcionará, porque para él, y para un incontable número de hombres, está funcionando”.

El control de natalidad, en la raíz del problema

En 2014, al abordar en  The Public Discourse la cuestión del matrimonio en EE.UU., el investigador echaba mano de números bastante positivos. Al preguntar a los jóvenes de 25 a 34 años si consideraban que casarse era ya algo anticuado, más del 60% respondieron negativamente. Los de 18 a los 24 años respondieron igual en proporción aún mayor. La institución sigue gozando de un prestigio mayoritario.

Sin embargo, el Censo muestra, señala Regnerus, que si los jóvenes de 25 a 34 años que estaban casados constituían el 55% en el año 2000, frente al 34% de no casados, en 2015 la proporción se había invertido: los no casados sobrepasaban a los casados por 53% vs. 40%.

Algunas hipótesis apuntan, por ejemplo, al descenso de los salarios de los hombres durante la crisis como un factor que incide en que no quieran pasar por el “sí, quiero”. Sin embargo, un estudio del National Bureau of Economic Research (NBER), de mayo de este año, sobre hombres residentes en estados favorecidos por el boom del fracking, demostró que los salarios al alza no impulsaron las uniones conyugales en la misma dirección.

Las razones del declive son, para Regnerus, de otro calibre: “Para los hombres estadounidenses, el sexo se ha vuelto barato. Si comparamos con el pasado, hoy muchas mujeres esperan poco a cambio del sexo en términos de tiempo, atención, compromiso o fidelidad. Ellos, por su parte, no se sienten obligados como antes a suministrar esos bienes. Es la nueva norma sexual para los norteamericanos, hombres y mujeres por igual, de cualquier edad”.

Del porno a la apatía relacional

Para aproximarse conceptualmente al modo en que están funcionando los mecanismos de emparejamiento, Regnerus utiliza términos propios de las relaciones económicas, como costo, precio, mercado, etc. Así, en un resumen de su obra, explica que acceder al sexo nunca tuvo un costo tan bajo como en el presente. Existen los medios para disociarlo de la posibilidad del embarazo y de la crianza de hijos, que son caros en términos de tiempo e inversión. “Las relaciones sexuales les cuestan a los hombres, en promedio, menos que antes”.

El investigador señala tres elementos facilitadores de esta dinámica: 1) la amplia difusión de las píldoras anticonceptivas, de la mano con la mentalidad de que el sexo es “naturalmente” infértil; 2) la producción a gran escala de pornografía, y 3) el advenimiento y la evolución de los servicios de citas online. “Los tres son ‘supresores’ del precio, y han alterado significativamente las dinámicas del mercado de emparejamiento, a menudo de modo invisible para las personas”.

Respecto al primero, parte de la culpa radicaría en el control de la natalidad: “Como el riesgo de embarazo ha decrecido radicalmente, el sexo ha aparcado muchos de los costos personales y sociales que una vez animaron a las mujeres a esperar”. En cuanto a la pornografía, Regnerus dice que esta está cerrando la brecha entre sexo falso y sexo real, y que es la causa de que un 15% de los hombres se abstengan de buscar pareja y de entrar al mercado matrimonial, con lo que se agrava la escasez de representantes masculinos (en EE.UU., la balanza demográfica se inclina a favor de las mujeres).

Y entran aquí las nuevas tecnologías, en dos vertientes: la de las webs o apps de citas, que hacen descansar la búsqueda de pareja informal en algoritmos que se hacen cada vez más eficientes al efecto, y el avance de la pornografía online. “Un portátil nunca dice no, y para muchos hombres, las mujeres virtuales son una genuina competencia a las parejas reales”.

Regnerus toma el pulso a la cuestión con la encuesta del NBER, a la que un 46% de los varones menores de 40 años, consultados sobre si consumían pornografía, respondieron afirmativamente, 30 puntos más que las mujeres.

Víctimas del “bajo costo”

El sociólogo estadounidense repara en que a la situación actual se ha llegado tras un paulatino cambio de modelo en buena parte de la población: del “amor romántico” a la “relación pura”, así definida por Giddens. Si el primero es vulnerable a los caprichos y deseos de la pareja, pero está enfocado precisamente en esta, la segunda es mucho más individualista y frágil. En el amor romántico, dice Regnerus, puede haber altos y arrancadas, pero el destino es la familia, y se asumen las diferencias y el magnetismo entre el hombre y la mujer. En cambio, la “relación pura” tiene su barómetro en la emoción y el gusto, se concede importancia vital al descubrimiento, y se busca no interferir jamás en la voluntad del otro.

Una dinámica de esta índole, más centrada en el individuo que en la pareja y que ha allanado el camino para que el sexo tenga el menor costo posible, dejaría forzosamente algunas bajas. Por una parte, estarían las mujeres que quieren casarse tempranamente, pues con un 15% de hombres abducidos por la pornografía, el “mercado matrimonial” muestra un importante déficit de oferta. Por otra, estarían los hijos, que experimentan en casa menos estabilidad familiar.

Respecto a la situación actual, Regnerus parece dar en el clavo, según opina en la  web del Institute for Family Studies la profesora Helen Alvaré: “Es muy difícil rebatir el mapa de Regnerus o sus cautelosas consideraciones sobre tendencias futuras. Para aquellos que tienen la esperanza de acotar el sexo barato y sus efectos negativos, el libro es un marco para futuras acciones”.

Esta es quizás la luz que pretende encender el sociólogo ante el sombrío panorama descrito: que para transformar la realidad, hay que empezar por comprenderla. “Creo que el libro nos capacita para ‘ver’ mejor la situación en la que estamos –dice al  Catholic World Report–, y reconocerlo puede ser de una extraordinaria ayuda. Sabemos que algo está mal, y tendemos a culparnos (…), pero no hubiéramos llegado a este punto sin la tecnología –la píldora, el porno, las citasonline– que han vuelto más fácil y por tanto más ‘barato’ el sexo. Entender cómo ha sucedido es un buen primer paso para ayudar a las personas a navegar en el mar de las relaciones de modo más casto y prudente. El cambio puede ocurrir, pero empieza por ver los problemas con claridad”.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Aceprensa, www.aceprensa.com.