Los coleccionistas de heridas

Alfredo Enrione C. | Sección: Política, Sociedad

El FBI, la poderosísima agencia norteamericana de inteligencia y seguridad doméstica de Estados Unidos, es también la cuna de varios escritores célebres. Por ejemplo, John Douglas, cuya autobiografía es la base de la serie Mindhunter, el éxito de Netflix. Otro de estos ex agentes que hoy se ganan la vida con libros que venden millones de ejemplares es Joe Navarro, quien se dedicó por décadas a perseguir a terroristas internacionales.

Al adentrarme en el fascinante y “cinematográfico” mundo de Navarro me topé con un concepto nuevo y muy interesante. Un verdadero descubrimiento que me ha permitido entender mejor por qué personas normales terminan exhibiendo conductas extremas de odio e incluso violencia. Como las atrocidades cometidas en Europa en nombre del Islam, los delirios independentistas del presidente de la Generalitat catalana, o los atentados de La Araucanía en Chile.

En efecto, las génesis y las dinámicas de los grupos que fomentan el odio tienen explicaciones que siempre responden a múltiples causas. Sobre simplificar o caricaturizar sería irresponsable. Sin embargo, muchos de estos individuos y grupos comparten algunos patrones en común. Comportamientos que no deben ser vistos como relaciones de causalidad, pero que merecen la pena ser analizados con mayor profundidad.

Uno de dichos comportamientos o patrones fue registrado por Joe Navarro en su libro Cazando Terroristas: Una Mirada a la Psicopatología del Terror (2013), donde intentó identificar rasgos comunes en terroristas y extremistas, que él denomina “coleccionistas de heridas”. Para Navarro, los extremistas son “individuos que se desviven por coleccionar desavenencias sociales, quejas históricas, injusticias, tratos indignos o dispares, o simplemente errores, ya sean reales o imaginarios. No perdonan ni olvidan y no quieren avanzar. Se revuelcan en las transgresiones reales o, a menudo, percibidas de los demás y permiten que los sentimientos de animosidad y venganza se filtren y suban a la superficie por su constante y siempre atento cuidado de esas heridas percibidas”.

En un mundo imperfecto siempre habrá injusticias, las personas cometeremos errores, o diremos y haremos cosas verdaderamente estúpidas de las que después nos arrepentiremos. En este sentido, un “coleccionista de heridas” no tendrá que esforzarse demasiado para empezar a sentirse víctima.

Navarro insiste en llamarlas “heridas” y no agravios o injusticias, porque lo ve como una enfermedad. Se trata de heridas psicológicas, patologías que sirven para sustentar ideas y comportamientos extremos. El concepto de heridas psicológicas no es nuevo. Muchas personas las han padecido de un padre o cónyuge abusivo, o de otros traumas de la vida real. Pero las personas normales no buscan alimentar dichas heridas. Al contrario, aunque puedan haberlas sufrido, la mayoría de los seres humanos trata de olvidarlas y dejarlas atrás.

El coleccionista de heridas va por el camino opuesto. Se va colgando de todas las heridas que percibe, y usa su tiempo y energía para recolectar más. Además, actúa con lo que la psicología denomina “sesgo de confirmación”. Es decir, busca selectivamente todas aquellas cosas que pudiesen confirmar su visión y descarta cualquier evidencia de lo contrario.

Ellos buscan, interpretan y recuerdan selectivamente todo aquello que nutra sus prejuicios. Paso a paso empiezan a alimentar sentimientos de odio hacia aquellos que causan dichas heridas. Para estas personas nunca hay una solución o una cura. Las disculpas no son suficientes y siempre habrá otro evento que será percibido como un agravio para seguir alimentando el odio. Un círculo vicioso que pone a estos individuos al borde de explotar. Cualquier chispa es capaz de detonar su ira.

¿Estas descripciones psicológicas le resultan familiares? Apuesto que sí, porque, a pesar de que Joe Navarro no lo sabía, estaba hablando del Chile de hoy. Un país que parece lleno de coleccionistas profesionales. Todos los días se preocupan de buscar (o inventar) heridas nuevas, aunque éstas tengan diez, cuarenta, o doscientos años. Son afrentas imperdonables y las van sumando a su cuidada colección. Ellos son las víctimas, mientras que los victimarios son los empresarios, las Fuerzas Armadas, la derecha y todos los huincas.

Que quede claro. Es una patología y tenemos que buscar una cura.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, www.ellibero.cl