Alemania: dos lecciones para Chile

Benjamín Lagos | Sección: Política, Sociedad

Proceso electoral casi coetáneo al nuestro, los recientes comicios alemanes arrojan más de un paralelo con la coyuntura política chilena. De una parte, la fragmentación originada por el sistema electoral proporcional. Y, de otra, la transformación del sistema de partidos que se deriva de la constante búsqueda del “centro” por la derecha.

Los resultados de Alemania dan cuenta de una relativa atomización de la representación política. El retroceso de las formaciones mayoritarias, la alianza de demócrata-cristianos y socialcristianos (CDU/CSU) y el Partido Socialdemócrata (SPD), permitió la entrada al Bundestag (cámara baja) a dos partidos más –el Liberal (FDP) y Alternativa por Alemania (AfD)–, con lo que, sumados a los Verdes y a la Izquierda, totalizarán siete. La dispersión pudo ser mayor, de no mediar dos mecanismos: su carácter mixto, por el que los escaños se determinan en partes similares por fórmulas proporcionales y mayoritarias, y su umbral de acceso, un 5% de la votación nacional.

El sistema proporcional vigente en Chile desde 2015, en contraste, carece de los resguardos del régimen alemán. Al no integrar elementos mayoritarios ni barreras de entrada, expone a las instituciones políticas a un pluripartidismo extremo que concede un poder desmesurado a partidos minoritarios o a independientes. Con perplejidad, diversos analistas políticos de la plaza sostienen que el probable próximo gobierno de centroderecha en Chile no tendría mayoría en el Congreso. De ahí, entonces, surge la duda de por qué fue tan promovido el cambio del execrado sistema binominal (que no era sino un proporcional con dos cupos). No es segura la coexistencia pacífica de este sistema electoral con un presidencialismo con el que pugna ya en la norma. Sin un Ejecutivo dual ni con facultad de disolver el Congreso y convocar a elecciones anticipadas, complejos son los expedientes para lidiar con presteza con un órgano legislativo en que se esté en minoría. Si hubo un objetivo para la reforma electoral, ese no fue la gobernabilidad.

Una segunda lección para los chilenos radica en la inutilidad, incluso a corto plazo, del pragmatismo en política. La CDU obtuvo una victoria pírrica: siendo histórico el cuarto triunfo consecutivo de Merkel, deberá intentar una frágil e inédita coalición con liberales e izquierdistas verdes. Así, la centroderecha alemana fue víctima de su propia estrategia. La crisis de la inmigración incontrolada deviene de la decisión política de la canciller y su entorno, resueltos a desplazar a su partido hacia posiciones moderadas. Bajo Merkel, la CDU se convirtió en Die Mitte, “el Centro”, sumándose al consenso de la corrección política y, por tanto, de la defensa de las “minorías” –la canciller también empujó el “matrimonio” homosexual–, descuidando la base social, sobre todo de católicos, que votaba en bloque por ese partido. La consecuencia de todo ello fue la irrupción de AfD, con un programa nítidamente conservador.

El riesgo para todas las derechas, incluida la chilena, es similar. En la medida que sustituyan las históricas banderas del sector por las del adversario, su identidad se disolverá hasta perderse, disminuyendo su atractivo para el electorado más tradicional, que por permanencia y lealtad debería ser el primero en recibir atención por parte de la dirigencia. Los partidos de derecha en Chile, si aspiran a conservar su piso de votación, deberán articular una propuesta de país que acoja a estos sectores. De lo contrario, no puede descartarse el surgimiento de una alternativa conservadora. La desafección del votante de derecha con el sector que dice representarlo no es total, pero dentro de poco tal vez será muy tarde para revertirla.