La hora de las tinieblas: El demonio viene por su paga.

Gonzalo Ibáñez Santa María | Sección: Política, Sociedad, Vida

Después de algún tiempo de debate y discusión, el proyecto de ley del gobierno en virtud del cual se hace legal la comisión del aborto ha sido aprobado. No interesa que lo haya sido en algunas causales o en todas. Lo medular es que, desde ahora, matar a un ser humano indefenso e inocente pasa a ser legal e, incluso obligatorio para el personal médico y paramédico.

El momento no puede ser más horrible: nuestro país ingresa al conjunto de países donde esta práctica bárbara es una realidad cotidiana ¡Qué triste y lamentable honor! Es cierto que aún queda el recurso al Tribunal Constitucional; pero, el solo hecho de que la Presidencia de la República y el Parlamento se hayan puesto de acuerdo en legalizar el crimen es un dato abrumador.

Es la hora de las tinieblas, en la que el mal parece enseñorearse en nuestra patria. Es, sin la menor duda, el momento en que el demonio viene por su paga. Ya que no puede nada contra Dios, su odio se vuelve contra sus criaturas, en especial las humanas. Ya se había anotado victorias. Por ejemplo, en el campo de arruinar la procreación humana por medio de políticas hasta tal punto anticonceptivas, que nuestro país camina a su paulatina extinción. También, por la vía de destruir el matrimonio entre un hombre y una mujer como escuela de amor y de perfeccionamiento mutuo, tanto como de paternidad y maternidad responsables. Enseguida, por la estrategia de vender la idea de que la homosexualidad es tan alternativa como lo heterosexualidad. Ahora suma a su palmarés este triunfo del crimen. Es el precio que el demonio cobra por su colaboración en miserables victorias humanas.

Lo cual es tanto más grave cuanto esta victoria se ha logrado con votos que se proclaman cristianos. Para ellos queda escrito el tercer mandamiento: no jurarás su santo nombre en vano.

Hoy clamamos como Cristo en la cruz: ¡Padre! ¿Por qué nos has abandonado? Sin duda, la fe no puede claudicar, pero este trago es muy amargo de beber; tanto más que proviene de quienes tienen la obligación de velar por nuestro bien; por el de todos los que formamos la patria y, por supuesto, de aquellos que, ya concebidos, están destinados a asegurar el futuro de todo el país y de nosotros sus habitantes.