So fofa

Alberto López-Hermida R. | Sección: Política, Sociedad

La semana pasada el destino de la Sofofa ha quedado sellado en buena parte por los próximos años. Y es que la intempestiva renuncia de Rodrigo Álvarez a su candidatura le deja el camino despejado a Bernardo Larraín para ser quien encabece la multigremial.

Nuevamente, la manoseada y prostituida idea de la postverdad irrumpe, pues el futuro para este importante colectivo de empresarios chilenos tiene mucho que ver con ese concepto que, para sobrevivir, precisamente disfruta de ser manipulado y degradado. La postverdad se alimenta de quienes nos desternillamos de ella.

La inminente presidencia de Larraín Matte es el resultado palpable de unos meses que cualquier “manual postverdadero” debería incluir entre sus capítulos.

En primer lugar, ningún candidato que haya aspirado a presidir la Sofofa ha sido perfecto. Evidente. Sin embargo, en una campaña contemporánea, donde abundan las doncellas ofendidas, parece que los defectos adquieren todos por igual status de anatema y no son permitidos por periodistas sin mácula y aficionados a las redes recién caídos del Cielo.

El gran pecado de Álvarez parece haber sido su estrecho vínculo con el mundo político, mientras el de Larraín es el estar -léase el verbo en presente- involucrado en uno de los casos más bullados de colusión de nuestra historia republicana. Ambos “vicios” fueron esgrimidos en igualdad de condiciones, pues hoy, ser político -da igual si se fue elegido sucesivas veces como el mejor parlamentario- es tan complejo como el estar hasta el cuello involucrado en un procedimiento judicial que podría conducir ciertamente a que el futuro presidente de la Sofofa se pasee por los juzgados. Da igual la gravedad de los defectos… quien los berree más fuerte, gana.

En segundo lugar, resulta preocupante que tan pocos hayan sido los que se atrevieron a dar la cara por Álvarez. Mientras Larraín Matte cuenta con un escuadrón de campaña y un generoso puñado de groupies, Álvarez Zenteno parecía solo, aunque tanto él como su “secreto” equipo de campaña insistían que muchos votos estaban asegurados pero que por temor a los grupos económicos importantes guardaban silencio.

¿Qué se puede esperar en un escenario en el que incluso importantes empresarios no alzan la voz por temor a los más poderosos entre los suyos? Nada bueno.

Hasta los pequeños entre los más grandes parecieran moverse finalmente por intereses más que por valores. Difícil que después sea creíble un discurso de transversalidad, inclusión y respeto.

Un tercer rasgo postverdadero es el papel de la prensa y de algunos de quienes participan del proceso: confundir la dinámica, mecánica y lógica de lo que es una elección interna de una institución con la de un proceso electoral municipal, senatorial e incluso presidencial.

Flaco favor le hacen quienes esgrimen la idea de que una elección entre 120 personas, con una dinámica particular y que conduce a un mandato de corte técnico, tenga que dirimirse de acuerdo al tono de la discusión a campo traviesa, en la prensa y en las redes. Algo tan descabellado como tener que votar los 17 millones de chilenos por quien va a presidir la Cámara de Diputados.

Por todo lo anterior y mucho más, está por cristalizarse una Sofofa de unos pocos mientras se buscaba una de todos; una Sofofa cerrada, mientras se buscaba una abierta a la comunidad; una Sofofa lenta y convencional, mientras se aspiraba a una obsesionada por recuperar la confianza. De unos pocos, cerrada, lenta y convencional. Alfredo Moreno puede sentirse aún más solo en su noble cruzada desde la CPC.

Se viene una Sofofa que le hace honor a su acrónimo.

Tan Fofa.

So Fofa.

Sofofa.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Pulso, www.pulso.cl.