Trump y el rancho del pueblo

Joaquín Muñoz López | Sección: Política, Sociedad

#04-foto-1-autor Terminado el 2016 es conveniente reflexionar sobre los hechos ocurridos durante ese año. Tal vez, lo más destacado sea el inesperado triunfo de Donald Trump, aunque en realidad era un triunfo esperable; la izquierda en una más de sus tendenciosas campañas caratuló con éxito la candidatura de Trump como perdedora y farandulera, así creyó que desanimaría al electorado afín a ésta y a posible votantes. Doblemente interesante es que a esta campaña se sumaran personas y grupos tradicionalmente antizquierdistas, de derecha o que supuestamente comparten los valores defendidos por Trump. Simplemente, se trataba de todos contra Trump, en otras palabras, los promotores de lo políticamente correcto y los poderes fácticos, es decir, los grupos de presión de las más diversas naturalezas que arman maniobras para beneficiarse, muchas veces, sin reparos morales. Lo políticamente correcto cada día se izquierdiza más, por ello, este candidato atípico molestaba tanto al progresismo en boga; hay que ser muy osado para decir que se le cerraran las puertas a quienes huyen de una guerra porque pueden ser terroristas o para decir que las encuestas de los grandes medios de comunicación están arregladas.

El fenómeno Trump muestra en su total miseria la incapacidad de las clases políticas y gobernantes de responder a lo que Occidente necesita. Hoy, como nunca antes, hay más ideologías, las que obviamente influyen en el devenir histórico y son, a su vez, principalmente promotoras de una sociedad “nueva”. Aquí “nueva” no significa renovación del Occidente que conocemos, sino una transformación ajena a su tradicional humanismo, ya bastante debilitado.

Lo importante y algo paradójico de Trump radica en que no es un intelectual –aunque inteligencia tiene de sobra–, es, ante todo, un hombre de acción, de ideas simples, pero concretas y que van donde deben ir. Podemos decir que mientras la izquierda y sus aliados circunstanciales viven de entelequias que pululan en la estratosfera de sus mentes y desde las cuales sustentaron la campaña presidencial; Trump, por su parte, sustentó su campaña en la realidad –hasta ahora no se ha inventado mejor forma de servir al bien común que desde la realidad–. Ejemplo de esto hay muchos: según el magnate la sociedad necesita ley y orden, por ello, no cree que el responsable de un robo sea el sistema, la ley mal hecha, la policía etc., sino quien comete el robo; también su discurso es profundo –considera el alma–, pues, aunque no lo parezca, ser un “don Juan” no le ha impedido percibir que una familia bien constituida da más felicidad que los negocios, de ahí, su rechazo a prácticas como el aborto, el matrimonio homosexual o la legalización de ciertas drogas. A diferencia, sus adversarios rinden culto al hedonismo; no es casualidad que Barack Obama use poleras con motivos alusivos a la marihuana o a Aleister Crowley, ese personaje oscuro que fundó una secta ocultista, cuyo principio era “Haz lo que quieras”.

Siguiendo con las ideas simples –las grandes ideas tienden a ser simples–, Trump planteó levantar su país con medidas tan obvias que, por ello, pareciera que nadie las consideraba. Seleccionar el tipo de inmigrantes –algo que aquí deberíamos copiar–; promover que los grandes capitalistas no se lleven sus empresas al exterior porque eso provoca cesantía, para ellos es rentable, pero la cesantía denigra a quien la sufre; no dejarse amedrentar por los grupos ecologistas que se oponen a todo sin proponer nada, para ellos es fácil la vida en las grandes ciudades, pero los trabajadores de las fábricas del interior del país que tienen que cerrar por las presiones de aquellos, viven otra realidad.

El sector de la defensa y la política exterior también son una muestra de este fenómeno, que es mucho más que estadounidense, sino occidental. La población de Estados Unidos no obtiene ningún beneficio a cambio de su sangre en las guerras por el petróleo de Rockefeller y Bush, por ello, la postura de rechazo de Trump causó tanto agrado en el ciudadano común y rechazo en los petroleros. Esto se da también frente a su postura sobre la presencia militar estadounidense en el exterior, la que significa grandes gastos para el erario nacional y pocas retribuciones. Los poderes económicos no podían aceptar esta política porque les significaba pérdidas, se fueron con todo: ante el anuncio de reducir los aportes a la OTAN, deus ex machina aparecieron muy bien publicitados cincuenta expertos en defensa republicanos sembrando el terror sobre un eventual triunfo de Trump, por su parte, los doscientos generales y almirantes que estaban con Trump diciendo lo contrario, casi no tuvieron difusión.

Occidente tiene actualmente dos grandes amenazas, a saber, China y el fundamentalismo islámico, Trump está dispuesto a enfrentarlas. Es casi tragicómico que su “eventual aliado” en esto sea Putin. Tal vez Spengler, desde su tumba, esté diciendo: “ven que yo tenía razón”.

El ciudadano común, esta vez, reflexionó y se percató de quien era el mejor candidato, de quien verdaderamente proponía ideas y no ideologías, de quien vive la realidad sin importar su gran fortuna porque también es un ser humano, es decir, “tiene mis mismas necesidades y me entiende”. Es de esperar que este hecho ayude a reflexionar sobre qué necesita el Occidente del siglo XXI, creo que simplemente necesita mirar la realidad, sin descuidar su esencia representada en sus tradiciones y humanismo.

#04-foto-2En octubre de 1973, un connotado intelectual nacionalista le aconsejó metafóricamente a la Junta de Gobierno “comer del rancho del pueblo”. No sabemos cuánta influencia tuvo este consejo, pero si sabemos que la obra de la Gobierno Militar se sustentó en la realidad y no en ideas difusas. Trump, sin duda, comió del rancho del pueblo y es de esperar que lo siga haciendo.