El año que sigue

Alfredo Jocelyn-Holt | Sección: Política, Sociedad

#03-foto-1-autorSabemos como viene el año. Esto de que se cierra un ciclo y comienza otro es probablemente una superstición. Se podrá querer algo distinto y confiar en que la ansiedad ha de terminar algún día, es comprensible, pero no se deja de estar donde se estaba porque cambia el calendario. Fases o secuencias una vez iniciadas suelen persistir. Gobiernos ineptos sin remedio, desaceleraciones económicas difíciles de remontar, y efectos de sorpresas como las de este último año, lo más seguro es que continúen.

Sin duda, el 2016 fue un año infausto que nos tendrá hablando y procesando sus repercusiones más allá de lo poco que llevamos digerido. El descrédito del progresismo convencido de sí mismo (el prurito aquél de que solo gente de avanzada puede hacerlo bien), su reemplazo por el populismo antielite (la nueva soberbia en ascenso), la inviabilidad de las mayorías soberanas, y el chantaje terrorista (civiles, sus víctimas), parecen haberse instalado para un buen rato.

En escenarios así se corre el riesgo de que nadie esté por tratar de hacerlo como es debido, salvo contentar a una ciudadanía enrabiada (o solo un sector de ella, votos mediante) ofreciéndole chivos expiatorios. No habiendo mayorías indiscutibles (podrán haber muchas, pero ninguna se impone), tampoco está del todo claro cómo se resolverán conflictos que se nos presentan como pendientes, siempre empantanados.

Agréguese a este cuadro esos otros ingredientes, dieta diaria con que se nos gobierna. Desde luego, la sensación de que, estando todavía en el poder, se está exento de tener que dar excusas aun cuando hay críticas fundadas. Bachelet, por ejemplo, diciendo que todo está “funcionando extremadamente bien”, “nos acusan de improvisaciones y errores que no son tales”, “Chile cambió”. Sus ministros, otro tanto, conscientes de que digan lo que digan, hagan o no hagan, no se les va a remover, incluso aquél que sostuvo que disponía de la anatomía de sus subalternos encima de su escritorio.

Nada de qué extrañar, a un diputado –notable su jactancia– le dio lo mismo que se le condenara por injurioso. Maduro, en Venezuela, podrá ser más brutal, pero no menos descarado.

No es lo único que puede que continúe. La Araucanía lleva años sin que importe la radicalización en espiral creciente. El descrédito de la educación pública tampoco ofrece respiro. La judicialización de la política, esto es, la politización de los tribunales y fiscales, pudiendo también mutar en justicialismo popular, no se ve que vaya a cesar.

La queja respecto a seguridad, no solo una preocupación de ricos, no parece figurar alto en las agendas, tampoco el que se mejore a la clase media. Al contrario, importa más aprovechar las coyunturas para avanzar en esos otros asuntos que marcan “tendencia”: cuestiones de género, una nueva Constitución desde cero, reformas dudosas que pueden quedar en la nada, introducir cuánta normativa se les ocurre a activistas y ONG ciudadanas, la otra cara del lobby chileno… Así las cosas, les deseo mucho aguante y paciencia.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.