Peinando la muñeca

Juan Ignacio Brito | Sección: Política, Sociedad

#09-foto-1Aparte de fome y ordinaria, la muñeca inflable que le regaló Asexma al ministro de Economía representa un símbolo de la radical desconexión con la realidad en que se encuentra la elite. Extraviados, confundidos y asustados, nuestros líderes no dan pie con bola.

El quehacer cotidiano del país transcurre en una dimensión que no alcanzan a rozar ni menos conocer. Engolan la voz, se declaran preocupados e incluso piden perdón –como hicieron ayer el presidente de Asexma y el ministro–, pero no hay caso: cada vez queda más claro que habitan una realidad paralela donde hasta el humor es distinto.

Se trata de una enfermedad contagiosa. ¿Ejemplos? La UDI y RN acaban de celebrar comicios internos en los cuales apenas sufragó 8% del universo habilitado. En la CUT, las elecciones terminaron en medio de la controversia. A nivel nacional, la participación electoral es cada vez menor.

Pero ni la abstención ni el escándalo arredran a nuestros líderes, que siguen como si nada ocurriera: en la UDI y RN festejan y nadie parece prestarle atención a la enorme mayoría que no se molestó en ir a votar; igual cosa ocurre con las municipales, donde dos tercios del electorado se quedaron en sus casas; en la CUT prefieren echar tierra a la polémica y hacer como que aquí no ha pasado nada; pese a contar con el apoyo en las urnas de solo el 25,6% de los votantes habilitados y tener una popularidad del 16%, la Presidenta Bachelet impulsa reformas que tienen al país en la confusión, con bajo crecimiento y una crisis de conducción política.

Mientras la elite se conforma contando unos pocos votos y haciendo gala de un “humor diferente”, la ciudadanía vive otra realidad. Una dimensión que resulta invisible para aquella, tan experta en mirarse el ombligo y en monopolizar la discusión con asuntos que solo a ella le importan. Pero Chile es más grande que cinco o seis comunas de Santiago.

Los chilenos enfrentan desafíos que ponen en riesgo su calidad de vida o, incluso, su dignidad, como la desintegración de la familia que está en la base de un vasto número de dramas sociales, el empleo precario que imposibilita consolidar una situación económica estable o las bajas pensiones que hacen que muchos miren con temor la perspectiva de la vejez. En parte importante, la frustración ciudadana está motivada por la escasa atención efectiva –más allá de los discursos– que reciben estas y otras dificultades, y en el hecho de que una elite que viene pregonando hace años que nos encontramos en el umbral del desarrollo no encuentra solución a situaciones que se prolongan en el tiempo.

Nuestros líderes conocen estos problemas, pero han preferido conformarse con habitar su pequeño mundo, postergando la búsqueda del bienestar general de la sociedad. Se necesitan menos ombliguismo y más prudencia, la virtud esencial que conduce a reconocer la realidad y a actuar de acuerdo a ella. Pero quizás eso sería pedirle mucho a gente que no solo infla muñecas, sino que también, hace un buen rato ya, la está peinando.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.