El dios de Camila

Gastón Escudero Poblete | Sección: Historia, Política, Religión, Sociedad

#03-foto-1-autorEl pasado 11 de octubre la diputada comunista Camila Vallejos presentó un proyecto de ley que reemplaza la frase “En el nombre de Dios” con el que se abre cada sesión de la Cámara de Diputados por esta otra: “En representación del pueblo de Chile, se abre la sesión”. La razón en que funda su propuesta es la laicidad del Estado chileno, en virtud de la cual “ningún Poder del Estado debe actuar en conformidad a un credo religioso determinado”.

Como era de esperar la moción causó polémica. Por mi parte, al principio me pareció razonable puesto que muchos de nuestros legisladores son ateos o agnósticos por lo que la invocación al nombre de Dios resulta un tanto forzada, por decir lo menos. Por otro lado, es contradictorio que “en el nombre de Dios” sean propuestas y aprobadas leyes contrarias al cristianismo que está en el origen de esta tradición. Por ejemplo, en nombre de Dios se aprobó en la Cámara de Diputados el proyecto de ley que despenaliza el aborto en tres causales específicas y, más allá de las diferencias que podamos tener quienes somos creyentes, estoy seguro que ningún cristiano cree que a Dios le resulta indiferente el asesinato de niños. Lo mismo puede aplicarse a muchas otras situaciones. Así pues, la iniciativa de Camila es, al menos, atendible.

Pero si se concede lo anterior, para ser consecuentes debiéramos revisar varios otros aspectos con el fin de aplicar a rajatabla la laicidad del Estado. Por ejemplo, los nombres de todas aquellas ciudades, pueblos, localidades y comunas que tengan connotación religiosa, partiendo por Santiago (bautizada así en honor a uno de los apóstoles) y continuando por Concepción (bautizada originalmente como “La Concepción de María Purísima del Nuevo Extremo”). ¿Se imagina el lío que se nos armaría, estimado lector, antes de acostumbrarnos a tantos nuevos nombres? Piense usted que uno de los lugares de Chile mejor posicionados en el extranjero en el ámbito turístico, San Pedro de Atacama, cambiaría de nombre. Además, para no ser discriminadores con los cristianos, habría que reemplazar también todos los nombres en idiomas de pueblos originarios (mapuches, atacameños, etc.) que tengan connotación religiosa (más de alguno debe haber).

Una vez terminada esta tarea, debiéramos continuar con los nombres de calles. Solamente en Santiago se me vienen a la mente Providencia, Santa María, Merced, Agustinas, Compañía, San Antonio, Santa Teresa de Los Andes, Salvador, Padre Hurtado y Santa Rosa, entre otras. Y, nuevamente, habría que revisar los nombres en idiomas de pueblos originarios de connotación religiosa. A propósito, sería esta una buena ocasión para llevar a cabo la idea de la alcaldesa de Santiago de reemplazar el nombre del cerro Santa Lucía por “Wuelén” (con “w”, no con “h”). Ojo, que esto implica botar a la basura los planos y mapas que quedarían obsoletos para reemplazarlos con otros nuevos que serían necesarios hasta acostumbrarnos a los nuevos nombres (afortunadamente los GPSs y mapas de celulares se actualizarían automáticamente).

Continuando con la revisión, desparecerían de nuestro calendario nueve de los quince feriados nacionales y dos feriados regionales, incluyendo Navidad, Viernes Santo y el Día Nacional de las Iglesias Evangélicas y Protestantes. Confieso que no me parece mal eliminar algunos feriados religiosos puesto que, en vez de ser usados con fines piadosos (que esa es su razón de ser) se prestan para cualquier otro afán. Pero, ¿se atreverá Camila a llegar a este punto en la aplicación de la “laicidad del Estado chileno”? Lo digo porque tengo la leve sospecha de que frente a una propuesta de este tipo la mayoría de los ciudadanos reaccionarían iracundamente para defender sus “tradiciones religiosas”, con el costo político consiguiente para ella. Y en relación con los feriados, también habría que quitarle al día domingo el carácter de “no hábil” puesto que se trata de otra tradición de origen cristiano.

También habría que modificar el Himno Nacional, pues su quinta estrofa (tiene seis, pero por obvia comodidad oficialmente se canta sólo la quinta y el coro) contiene alusiones de tipo religioso. Habría que buscar una nueva palabra que reemplace “Edén” para resaltar la belleza de nuestros campos en el verso “es la copia feliz…”, y cambiar el verso “que te dio por baluarte el Señor” por algo así como “que te dio por baluarte la naturaleza” para referirse a nuestras montañas.

Como sea, lo importante es que, una vez realizadas todas estas revisiones (y otras más que en este momento se me escapan), se habrán acabado las intromisiones religiosas en la vida social… ¿o no? Me temo que no, pues una vez consagrado en plenitud el destierro de la religión, en ese mismo momento habremos abrazado otra religión, sólo que ya no la cristiana. Me explico: los seres humanos somos necesariamente religiosos, en el sentido de que tendemos inexorablemente a aferrarnos a un sistema de creencias fundamentales que marcan el fin último de nuestras decisiones. En el caso de los cristianos es la fe en un único Dios que en su misma esencia es una familia constituida por tres Personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) que se relacionan entre sí en una dinámica de amor y a cuya semejanza fue creado el ser humano. En cambio, en el caso de los progresistas como Camila, las creencias fundamentales adoptan la forma de la ideología marxista versión 2.0 (con todas sus modalidades) y la fe en el Estado, al que todos los ámbitos de nuestra vida, incluso los más íntimos, quedan sometidos mediante la intervención de los funcionarios públicos (sacerdotes de esta religión). Por eso, una vez desterrado el cristianismo de nuestras instituciones y del debate público, los legisladores harán su tarea no en el nombre del Dios cristiano sino de la ideología de género, o de la reivindicación de los pueblos originarios, o de la igualdad, o de los derechos de los animales, o de los derechos “de bragueta” o de autonomía sexual, etc., etc. ¿Exagero? Para nada, pues esto ya está ocurriendo.

#03-foto-2Por eso, la propuesta de Camila no consiste en la prescindencia religiosa del Estado sino en cambiar una Religión (con mayúscula inicial) por otra religión (con minúscula, pues no merece más), o en cambiar un sistema de creencias fundamentales por otro, porque como dijo el gran Chesterton: “Cuando el hombre deja de creer en Dios termina creyendo en cualquier cosa”. En consecuencia, la cuestión de fondo no es cambiar la confesionalidad por la laicidad del Estado, sino en cambiar el Dios cristiano por el dios de Camila.