El sexo de la municipalidad

Joaquín García Huidobro | Sección: Educación, Familia, Política, Sociedad

#03-foto-1-autor¿Se justifica la polémica en torno al libro “100 preguntas sobre la sexualidad adolescente”? Desde el punto de vista político hay al menos cuatro razones que me hacen pensar que está completamente justificada.

La primera, porque los progresistas llevan años convenciéndonos de que no es tarea del Estado imponer ni proponer una determinada imagen del hombre. Y aquí están borrando con el codo lo que escribieron con la mano, porque quien lea las 160 páginas del libro verá que chorrea por todos lados una filosofía muy determinada: la de ellos. ¿O alguien puede ser tan ingenuo como para creer que está amparado por la neutralidad de la ciencia un manual que transpira una antropología hedonista, y que entiende al sexo como una actividad mecánica sin vínculo con la afectividad permanente?

Por supuesto que la postura contraria está también llena de filosofía, pero por favor digamos las cosas por su nombre: no hay neutralidad en materias educativas, y el que piense lo contrario está pasando de contrabando unas ideas que en una sociedad democrática deben someterse a discusión. Quien, en nombre de una pedagogía no contaminada por la moral, pretenda que lo liberemos de esa discusión, está haciendo mala política. Otro tanto sucede cuando habla de los componentes nutricionales del semen, o su papel rejuvenecedor de la piel de la cara, con la misma tranquilidad con que hablaría de las propiedades de la mostaza francesa.

En segundo lugar, esta discusión tiene importancia política porque aquí los padres no aparecen por ningún lado (salvo donde explican qué significa ser papá o mamá antes de los 18 años, o se habla de las causales de aborto). Y vaya si no constituye una medida política importante la de omitir su papel esencial en la educación sexual de los hijos. Ellos los engendran, pero otros les enseñarán cuándo iniciarse sexualmente.

Pero hay más: sucede que los papás y mamás que han confiado la educación de sus hijos a la enseñanza pública de Santiago no tendrán derecho a pataleo ante lo que el psiquiatra Ricardo Capponi ha descrito como una “educación aberrante”, agregando que “incluso algunas personas podrían decir que perversa, en el sentido de que se muestra algo malo como si fuera bueno”. De ahora en adelante, solo los padres pudientes gozarán del lujo de que sus hijos reciban una educación según sus convicciones. El resto aprenderá que el sexo anal y el oral están al mismo nivel que aquel que nos trajo al mundo.

En tercer lugar, tiene importancia política el modo en que se elaboró el manual: se basa en un elenco de preguntas formuladas por jóvenes y seleccionadas por un grupo de adolescentes, lo que, en opinión de las autoridades, es su logro mayor. Con esto nos dan una importante lección política a quienes pensábamos que la educación tenía algo que ver con la orientación y formación de las personas más jóvenes. Confío en que las autoridades edilicias no empleen el mismo procedimiento a la hora de definir la forma de enseñar matemáticas o química.

Hay una última razón por la que toda esta discusión tiene relevancia política. Sin perjuicio de que reconozco que este libro contiene aciertos, él nos muestra de modo clarísimo qué hay detrás de una parte de nuestra izquierda, esa que ha aparecido con gran fuerza con el experimento de la Nueva Mayoría: una mezcla muy curiosa que podríamos llamar “estatismo individualista”. Es estatismo, porque vemos que en este campo (como en el laboral, universitario, las pensiones, la educación escolar, etc.), el Estado nos aparece hasta en la sopa: todo lo controla, todo lo regula, todo lo determina. Este no es un sexo cualquiera, es un sexo socialista (con perdón de los socialistas respetables, que, aunque arrinconados, aún no han desaparecido del mapa político nacional).

Pero es también individualista, porque lo que sale de un libro como este no es un ciudadano solidario, amante de su patria, atento a sus responsabilidades y a las necesidades de sus semejantes. Aquí, las categorías relevantes son “me gusta/no me gusta”, “me da placer/no me da placer”, “tengo ganas/no tengo ganas”. Los criterios de juicio son siempre autorreferentes.

Este individualismo es la consecuencia de enfrentar la sexualidad humana con los mismos parámetros con que se mira la reproducción animal. Quizá les habría salido más barato si hubiesen bajado de internet el magnífico “Manual de Prácticas de Reproducción Animal”, de A. Porras y R. M. Páramo, publicado por la UNAM. Les recomiendo el capítulo 12, dedicado al manejo reproductivo en porcinos.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.