Una reflexión sobre nuestra identidad nacional

Joaquín Muñoz López | Sección: Historia, Política, Sociedad

#10-foto-1Se acercan las Fiestas Patrias, el momento ideal para preguntarse sobre qué significa ser chileno y, una vez que se tenga esta respuesta, poder enfrentar nuestra realidad. Algo de suyo muy importante, más aún en momentos de grandes cambios e incertidumbre, aunque generalmente no se haya considerado importante esta interrogante y su respuesta.

En una nación, el elemento más importante es la población. Ésta se establece en un territorio, luego se organiza política y jurídicamente, naciendo así el Estado. Simplemente, un país, que tiene determinadas características, conocidas éstas como “identidad nacional”. Sin un adecuado conocimiento y valoración de esta identidad, es imposible que un país se desarrolle. En esta línea, es necesario saber qué ofrece el territorio, por ejemplo, recursos naturales; la institucionalidad debe estar acorde con las características de la población, así le será útil, y, finalmente, la población debe darse a sí misma la oportunidad de crecimiento intelectual y moral, lo que se traducirá en un desarrollo pleno que alcance para todos los que lo deseen.

¿Nuestras Raíces?

Sistemáticamente, he oído hablar de “nuestras raíces”, pero, cada vez que esto sucede, oigo cosas desagradables. Sí, desagradables, porque molesta oír malos comentarios de nuestra querida patria, y doblemente desagradables, porque dichos comentarios se sustentan en argumentos débiles o, francamente, errados.

Tal vez el cariño que tenemos a nuestro terruño haya derivado en sobrevalorar el aspecto territorial en nuestra identidad. Es un lugar común decir que nuestras raíces están aquí desde siempre: los pueblos indígenas. Esto es correcto, pero muy parcialmente. Se les llama “pueblos originarios”, dejando de lado a castellanos y vascos, quienes también han dado origen a lo que somos –también hay otros europeos–. Sin duda, el ejemplo de lucha araucano nos llevó a esto; fue inspirador –inclusive nuestro Himno Patrio se refiere al tema en su IV estrofa–, pero no debemos equivocarnos, además, muchos indígenas pelearon por el Rey.

Entonces debemos preguntarnos cuán occidentales o cuán indígenas somos. Chile es un país del mundo occidental. Así lo corroboran muchas características. De partida, en nuestro país, todos hablamos español (salvo unos pocos inmigrantes recién llegados). También tenemos al español como primer idioma de uso, y esto vale para todos, salvo para los citados inmigrantes. De todos modos, es importante decir que los casos que pudieran salir de esta regla son, principalmente, europeos –alemanes o ingleses avecindados hace mucho–.

Otro argumento para sostener esta idea es la composición genética de la población. Todos los estudios dan que entre el 2 y 4% de nuestra sangre es africana; el 52% o más, europea -inclusive podría ser hasta el 59%-, quedando cerca del 40% de sangre indígena. Aquí surge un tema muy importante: cuánta sangre mapuche hay. Los mapuches, por ser belicosos y por su distribución geográfica, no se mezclaron mucho. La mezcla fue principalmente con picunches y diaguitas. Este dato es muy importante ahora que está de moda el mal llamado “Conflicto Mapuche”. Bajo el argumento de “nuestras raíces”, mucha gente ve con simpatía este movimiento. Esto se debe, en parte, a la moda del indigenismo y ecologismo impuesta por el marxismo gramsciano. No reflexionan sobre el ínfimo porcentaje de representatividad que tiene dicho movimiento entre los mapuches, quienes se consideran a sí mismos chilenos en su casi totalidad. En el último censo, mucha gente se consideró mapuche sólo por esto, haciendo subir el porcentaje de mapuches artificialmente; superó el millón cuatrocientos mil. Tal vez la cifra real sea la mitad (al respecto, ver de Alejandro Saavedra Peláez “Notas sobre la población Mapuche actual”, en Revista Austral de Ciencias Sociales, N° 4, 2000).

Un tercer aspecto muy importante en la identidad de un pueblo es la religión. La religiosidad indígena llega sólo al 0,1%. Las confesiones cristianas alcanzan, en cambio, el 85%. El resto de la población también adhiere a credos venidos del Viejo Mundo, y muy pocos, a ninguno.

También hay que mencionar otro error de percepción: el desprecio y baja valoración del conquistador español. Normalmente, se le tilda de lo peor. Prácticamente, se trataría de bandidos, de gente miserable que no tenía lugar en el Reino. Totalmente errado. Las duras condiciones de la Capitanía General del Reino de Chile hacían que la riqueza buscada por ellos sólo fuera una ilusión. Escaseaba el oro, pero no los veranos secos que dificultaban la agricultura, los terremotos y, sobre todo, la guerra. Simplemente, los atraía el servicio al Rey y la aventura sangrienta del “Flandes Indiano”. Los buscadores de fortuna fácil y los bandidos no se quedan donde no haya riquezas. Si este elemento humano era tan malo, ¿por qué fuimos los primeros en tener un “Estado en forma”? Una república formada bajo los principios y formas occidentales.

#10-foto-2En resumen, aunque el aporte indígena es importante, no es suficiente para determinar la esfera cultural del país ni tampoco para alejarlo de la Civilización Occidental. Chile no es un Estado plurinacional. No entender esto es muy peligroso porque una gran fortaleza de nuestro país es su cohesión interna. Cualquier medida que apunte en contrario puede causar un daño inimaginable.

A modo de “bonus track” dieciochero: la cueca, expresión cultural nacida espontáneamente, tiene cinco instrumento basales: la guitarra, el arpa, el pandero, el acordeón y el tormento. Los tres primeros vinieron de la Península Ibérica; el acordeón, de la cultura alemana –fue inventada en Austria–, y solamente el tormento es autóctono, nació en la Zona Central durante la Colonia.