No suprimir la filosofía: Saber escucharla

Juan de Dios Vial Larraín | Sección: Educación, Política, Sociedad

#02-foto-1En un rincón de la prensa diaria apareció la noticia de que la filosofía había sido eliminada del currículo de nuestra enseñanza media. No mereció mucho relieve en la página del diario: no parecía cosa muy alarmante, tenía aspecto de noticia filtrada; más de algún estudiante pudo inclusive celebrarla, puesto que le aliviaba la carga.

Si de la noche a la mañana se anunciara que la biología se elimina del currículo de medicina, reemplazada por la acupuntura o el estudio de algunas yerbas; o que la matemática ya no se enseñaría en las ingenierías, sino en su reemplazo algunas martingalas de los juegos de azar, alguien de buen humor sonreiría ante tamaños disparates. Pero, ¡cuidado! Hay que tomar en serio estas cosas: recuérdese lo que ya le ocurrió a la historia.

Voces autorizadas de nuestro mundo intelectual con clara vocación filosófica o responsabilidad profesional docente en ese campo han salido al paso de esta oscura noticia, con buenas razones y justa indignación. Es alentador observarlo. Pero no se trata solo de rasgar vestiduras con indignada nobleza en la defensa de un alto valor del espíritu. No equivoquemos el tiro al abordar este asunto.

Ciertamente no es la filosofía lo que está en juego: ni su significado, ni su valor. Sino, aparentemente, la conveniencia de enseñarla en una etapa de la educación general. Discutir esta conveniencia es cosa válida. Hay países donde no se la enseña, pese a ser la filosofía uno de los grandes valores de su tradición intelectual (puede ser Inglaterra). Y otros donde la enseñanza media en algunos liceos de excelencia culmina con esta disciplina (ha sido el caso de Francia y me consta que sus estudiantes llegan a saber más que profesores de filosofía de otros países).

La cuestión real no es si se enseña o no filosofía. Hay una cuestión de fondo más compleja, que es previa y le da sentido: ¿Qué debe enseñarse? Haber empezado con la supresión de la filosofía es dispararse en el pie. Si se tiene la respuesta a esa cuestión previa, ¿por qué se la oculta? Y si se la ignora, ¿a título de qué la eliminación de la filosofía? Lo que está en juego es el plan de estudios, no la filosofía.

La filosofía no necesita ser acreditada por otra cosa que no sea ella misma. Esta no es una arrogancia suya, sino algo que ocurre con las cosas mejores, con las cosas que son realmente buenas, que poseen un valor en sí. Estas no se intercambian económicamente unas con otras. No se miden desde fuera. La verdad es que estas cosas buenas son frutos de una creación original, de una acción libre. En el caso de la filosofía, se trata de una creación humana por excelencia: el saber, la acción de la inteligencia a la que es preciso ir dando forma históricamente.

Ese hecho histórico surge fundamentalmente en Atenas, como un amor al saber que le da nombre en el diálogo entre Sócrates, Platón y Aristóteles. De ahí en adelante irán apareciendo formas distintas del saber que podrán llamarse sabiduría, ciencia, arte, acción práctica, técnica, y así sucesivamente. Es decir, un corpus de disciplinas que aparecen ya en la «República» de Platón y en la «Ética a Nicómaco» de Aristóteles y van a inspirar el currículo de las universidades que nacen en la Edad Media y sus siete artes liberales, un trivio de disciplinas matemáticas y un cuadrivio de disciplinas del lenguaje y el discurso humano que van a configurar el saber en la cultura de Occidente, la cultura europea que nos educa.

Reformar la educación es responder a la pregunta qué enseñar hoy, cómo educar a nuestros hijos en ese contexto histórico al que pertenecemos, cómo transmitir lo que hemos recibido al mundo en el que a ellos les toca vivir. Empezar diciendo que debe suprimirse la filosofía es casi un lapsus freudiano que nos deja entender sin mayor psicoanálisis que aquí no estamos ante una reforma de la educación, sino ante una maniobra demagógica.

Me atrevería a decir que Chile tiene hoy una buena oportunidad de hacer algo serio en este terreno. ¿Dónde puede estar, entonces, la filosofía dentro de un plan de estudios reformado? Fundamentalmente, en la concepción del plan educativo. Este no puede ser el producto de una especulación en abstracto, y menos de una improvisación ideologizada, sino de una estructura concreta diseñada con libertad creadora.

#02-foto-2Permítaseme un par de observaciones en esta dirección. Pienso que dos columnas básicas de un plan educativo deben ser una etapa inicial concentrada exclusivamente en disciplinas del lenguaje –del logos– que enseñe a hablar y escribir bien a lo menos en español y a discutir en la lógica de la aritmética y la geometría, y otra etapa que no sea un desparramo de minidisciplinas dadas en fórmulas, sino una historia de la cultura que permita al hombre joven una experiencia viva de lo que han sido las diversas formas de la cultura humana. Esto solo requiere buenos maestros, algunos buenos libros, papel y lápiz. La poesía y la pintura, la música y la danza deben alegrar la vida en ambas fases. Es necesario dar al proceso educativo un aire fresco de libertad, sencillez, autenticidad y alegría. Animar el florecimiento de la personalidad humana, despertar la inteligencia.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.