Utopía retrospectiva

Joaquín Fermandois | Sección: Historia, Política, Sociedad

#10-foto-1Se argumenta que hay que separar a los mapuches del cuerpo de Chile para que expresen su verdadera identidad, ahora oprimida y falsificada por casi quinientos años de mestizaje e inmigración. Habría una esencia original aguardando al mundo mapuche una vez liberado de la sujeción al Estado chileno.

Mas lo que es lo originario ha sido formulado por el mundo académico, por ONGs y funcionarios internacionales, ellos mismos representantes de la modernidad.

Una cosa es la comprensión de las raíces y evolución de una cultura; otra es proponer una experiencia arcaica como modelo de pervivencia, que sea una especie de utopía retrospectiva, ahora de pasado y no de futuro. No se ayuda en nada, pero satisface la sed de acción de intelectuales de transitar (por la vía errónea) de la teoría a la acción, y de misioneros de evangelios indigenistas que buscan su norte en medio de un vacío de motivaciones.

El error no reside en hallar en el legado cultural de las llamadas sociedades originarias (que prefiero llamar “arcaicas”) elementos valiosos para la experiencia moderna, sino que esos pueblos puedan con traducción moderna, cuasi-ideológica, de su herencia construir una existencia feliz en el mundo actual, desatendiendo a su evolución a lo largo de la historia. El mundo mapuche vive tanto de la conservación de un ethos en parte propio, como del enraizamiento en la sociedad chilena originado en los siglos coloniales en una frontera porosa y de intercambio intercalados con la Guerra de Arauco, que tras las primeras décadas alternó confrontación con mestizaje y síntesis cultural.

El argumento de la cultura intransferiblemente propia, una idea de la modernidad por lo demás, proviene de extrapolar un necesario rescate cultural y fundirlo con la racionalidad política del nacionalismo extremista. Este discurso tiene protagonismo en los conflictos del presente. Muchos de sus dirigentes que se divisan responden a un estilo más de “indios de Hollywood” antes que a una pervivencia arcaica. Son en primer lugar formuladores ideológicos que se desenvuelven en una atmósfera global -aunque de raíces occidentales- sumamente trendy ; solo hay que pensar qué sucedería con estas comunidades sostenidas artificialmente, la utopía retrospectiva, cuando estas ideas de laboratorios culturales pierdan protagonismo. No solo en el vestuario existe la moda; también en las ideas. El indigenismo actual consiste en una perfecta síntesis entre las tendencias que se podrían llamar reaccionarias de la política -como la nostalgia por el antiguo régimen en el siglo XIX- con las utopías revolucionarias del cambio radical, que al final resultan extáticas (de las cuales la gerontocracia de los sistemas marxistas fue uno de sus efectos).

Mis lecturas relacionadas con estos temas se iniciaron hace 50 años con la obra de Mircea Eliade, que mucho hizo por enseñarnos acerca del valor de la visión existencial del hombre arcaico, en el fondo más preparado para confrontar las tragedias de la historia que el hombre moderno. Sobre todo ahora que somos más conscientes -supongo- acerca de los límites en construir la sociedad perfecta con los métodos científicos y organizacionales modernos, a los que a la vez no podemos renunciar, el legado arcaico muestra una vía espiritual que puede auxiliar a la experiencia contemporánea. Esa herencia asomará con mayor vigor y actualidad como integrante de lo que es, una de las expresiones de la historia de Chile -como sucede en otras situaciones análogas en el mundo- y de las maneras de afrontar el desafío incesante del cambio y permanencia, eterno dilema de la existencia humana.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.