Patricio Aylwin, chileno típico

Gonzalo Rojas Sánchez | Sección: Historia, Política, Sociedad

#01-foto-1-autorLos medios de comunicación no se han equivocado al dedicarle una gran extensión en tiempo y espacio a la figura de Patricio Aylwin Azócar.

El recién fallecido ex presidente sintonizó admirablemente con una porción importante –a veces mayoritaria– de los chilenos.

¿Por qué?

Porque Patricio Aylwin tenía tres condiciones  -no son virtudes, ciertamente-  que iban y venían desde lo nacional a lo personal, en flujos de ida y vuelta que se potenciaban.

Por una parte, su carácter sensible  -sensiblero, a veces-  que prefería una dulzura de tono, una placidez de mirada, una cadencia bonachona, condiciones tan propias de esos segmentos nacionales que  no osan levantar la voz, no miran de frente, no marcan el ritmo ni jamás interrumpen. Fue más un hombre de sintonías que de ideales.

Por otra, su infinita capacidad para adaptarse, en palabras y hechos, a las mareas del acontecer nacional. Hombre de un partido que ha hecho de esa piel sus vísceras, Aylwin asimiló perfectamente esa alma de taxista que tienen tantos chilenos: si el pasajero no está de acuerdo conmigo, yo, el que maneja, me pongo rápidamente del lado del pasajero. Al fin de cuentas, el paga, él vota.

Y, en tercer lugar, su religiosidad media, su intención de apartarse del así llamado fanatismo doctrinario o moral, o sea su especialidad en cultivar sentimientos de solidaridad y bonhomía adecuadamente distantes de la fe o de la devoción. En un Chile de crecientes críticas a la religión institucionalizada, nada mejor que un liderazgo más parecido a la filantropía que a la creencia.

Son tres vetas para que sus biógrafos se animen a estudiarlo mucho más como un político que como un esta