Horrores del socialismo: la hambruna en China

Gastón Escudero Poblete | Sección: Historia, Política

El socialismo marxista se instauró oficialmente en China en 1949 con la victoria de los comunistas, liderados por Mao Tse-Tung, sobre los nacionalistas (Kuomintang), que puso fin a una guerra civil de más de 20 años. Desde el comienzo Mao buscó, y obtuvo, el apoyo de la URSS e imitó sus políticas de planificación central. A partir de 1953 esa colaboración se intensificó y el gobierno chino adoptó el modelo soviético de desarrollo basado en la planificación a cinco años (planes quinquenales) orientada al desarrollo de la industria pesada y de la producción agrícola. Sin embargo, Mao no esperó los resultados del primer plan quinquenal y en septiembre de 1957 anunció una estrategia de desarrollo denominada “El Gran Salto Adelante”, un conjunto de medidas económicas, sociales y políticas orientadas a la industrialización y colectivización agraria con el fin de transformar a China en una potencia económica al nivel de las grandes naciones capitalistas.

Como el país no disponía de los capitales necesarios, la nueva estrategia contempló la movilización masiva de la población para hacer un uso intensivo de mano de obra. Bajo este prisma el Gran Salto estuvo conformado por tres conjuntos de políticas: (1) agrupación de los campesinos en “comunas” autosuficientes conformadas por varios miles de familias donde todo era compartido; (2) aumento de la producción agrícola; (3) aumento de la producción de acero.

El primer aspecto, que comenzó en el verano de 1958, implicó cambiar la forma de vida de 600 millones de personas (el 90% de la población). Los campesinos fueron organizados en agrupaciones o comunas de hasta 20 mil familias. En cada una la dirección estaba a cargo de funcionarios del partido ‒los “cuadros”‒, quienes disfrutaban de privilegios negados al resto (confirmando el aforismo socialista acuñado por Orwell: “todos son iguales, pero unos son más iguales que otros”). Se abolió la propiedad privada y todos los ámbitos de la vida pasaron a estar regulados. Hombres y mujeres dormían en galpones separados y no se les permitía tener intimidad sexual. En muchas comunas desapareció el dinero. También desapareció la vida familiar; por ejemplo, las comidas se hacían en cantinas colectivas en las que el alimento se repartía de acuerdo con el aporte de cada cual al cumplimiento de las metas. Cuando más adelante escaseó la comida se acentuó el poder de los cuadros generando corrupción: como eran ellos quienes decidían cuánta comida se le entregaba a cada persona y no había suficiente para todos, terminaban teniendo prácticamente un poder de vida o muerte sobre cada individuo y muchos terminaban haciendo cualquier “favor” con tal de obtener algo de alimento.

El segundo aspecto del “Gran Salto”, el aumento de la producción agrícola, se procuró mediante la construcción de grandes obras de regadío y la introducción de nuevos métodos de cultivo. Sin embargo, como tantas veces en la historia del socialismo, lo planificado no se convirtió en realidad, ello debido a múltiples razones. Muchas obras hidráulicas fueron hechas de prisa y resultaron inútiles. Algunos de los métodos de cultivo aplicados no dieron resultado; por ejemplo, la propuesta de Mao de aumentar la densidad de los cultivos pues “con la compañía las semillas crecen fácilmente, cuando crecen juntas se sienten a gusto”; lo mismo ocurrió con la idea de Mao de eliminar a los gorriones porque se comían los granos, lo cual devino en una proliferación de insectos y parásitos que terminó por disminuir el rendimiento de los cultivos. Por otro lado, la imposibilidad de que los campesinos se apropiaran del fruto de su trabajo eliminó la motivación por lograr mejores cosechas.

El fracaso de los esfuerzos por aumentar la producción estuvo acompañado por una especie de locura colectiva: las autoridades locales, contagiadas con el voluntarismo de Mao, se impusieron metas de producción irreales sobre las cuales se fijaron las cantidades que cada comuna debía entregar al Estado. La escritora Jung Chang, en su libro autobiográfico “Cisnes Salvajes”, relata: “En aquella época abundaba hasta un grado increíble la práctica de contarse fantasías a uno mismo y a los demás para luego creérselas. Los campesinos trasladaban las cosechas de varios campos y las reunían en uno solo para mostrar a los funcionarios del partido que habían logrado una cosecha milagrosa… Gran parte de la población se vio arrastrada por aquella atmósfera de desatino y confusión… Quienes se atrevían a expresar dudas eran inmediatamente acallados o despedidos, lo que implicaba asimismo la discriminación para su familia y un triste futuro para sus hijos (…) En muchos lugares, aquellos que se negaban a alardear de masivos incrementos de producción eran apaleados hasta que se rendían (…) En ocasiones, algunos morían, unas veces porque se negaban a aumentar la cifra y otras antes de que pudieran elevarla lo suficiente”.

El tercer aspecto del Gran Salto entró en escena en la primavera de 1959, con la exigencia de Mao de llevar la producción de acero a 100 millones de toneladas en tres años. Como la producción de las fábricas era insuficiente, para cumplir con la meta el gobierno ordenó a los campesinos la fabricación en todos los pueblos de hornos caseros en donde toda la población debía echar cualquier cosa que sirviera de materia prima: utensilios del hogar, cacerolas, campanas de las escuelas… Para mantener los hornos encendidos permanentemente los árboles eran talados para hacer leña, y lo mismo ocurrió con los muebles y las puertas de las casas. Oficialmente la producción aumentó de manera sorprendente, pero en la práctica el acero obtenido era de tan mala calidad que no servía. Para empeorar las cosas, la dedicación a la producción de acero llevó a descuidar la producción agrícola; cuenta Jung (me refiero a Jung Chang; en China el primer nombre es el apellido) que “como muchos campesinos estaban extenuados por las labores de recolección de combustible y chatarra, los campos quedaron entregados a las mujeres y niños, quienes se veían obligados a realizar todas las labores manualmente dado que los animales estaban ocupados contribuyendo a la producción de acero”.

Como los tres aspectos de la estrategia de desarrollo eran contrarios a la realidad o a la “naturaleza de las cosas”, el desastre fue inevitable. La cosecha de la primavera de 1959 fue mala y la mayor parte fue confiscada para saldar las deudas del país con la URSS. La parte que se les permitió a los campesinos conservar resultó insuficiente para pasar hasta la próxima cosecha y el hambre se extendió por los campos. Las cosechas siguientes también fueron malas; recién en 1965 en algunas zonas se recuperó el nivel de producción de 1957. Mientras tanto la situación se volvió catastrófica: según Jung en la provincia de Chengdu la ración de los adultos era de 8 kilos y medio de arroz, 100 gramos de aceite vegetal y 100 gramos de carne (si es que la había)… ¡al mes!

El hambre alcanzó tal intensidad que muchos recurrieron a la antropofagia, especialmente de niños (aclaración: no que a los niños se les diera de comer carne humana, sino que adultos comían carne de cadáveres de niños). Jung relata: “Un día, en 1960, desapareció la hija de tres años de la vecina de mi tía… Se averiguó que los padres de aquella niña estaban vendiendo carne seca. Habían secuestrado y asesinado a cierto número de niños y se dedicaban a venderlos a precios exorbitantes, como si se tratara de carne de conejo. Ambos fueron ejecutados y se echó tierra sobre el asunto, pero todo el mundo sabía que se continuaba matando niños”. Otro testigo cuenta que presenció a “familias que intercambiaban entre ellas a sus hijos para comérselos. Distinguí con toda claridad el rostro afligido de los padres masticando la carne de aquellos niños que les habían dado a cambio de los suyos”.

La magnitud del desastre obligó a Mao a poner fin a su “Gran Salto” a comienzos de 1961, pero la hambruna continuó por lo menos hasta 1962. Como el gobierno de entonces y los posteriores nunca han reconocido la magnitud del error y la hambruna se convirtió en un tema tabú hasta hoy, no está claro ‒y seguramente nunca lo estará‒ el número de seres humanos ‒en su mayoría niños menores de diez años‒ que murieron de hambre en China entre 1959 y 1962. Quienes han estudiado el desastre dan cifras que van de 17 a 55 millones. El periodista chino Yang Jisheng realizó una investigación aprovechando su calidad miembro del partido comunista y empleado de una agencia oficial de noticias para hablar con funcionarios de la época y sobrevivientes de la hambruna y obtener documentos oficiales. El resultado lo vertió en un libro que tituló “Lápida”, el que fue publicado en 2010 en Hong Kong (en China está prohibido). Yang afirma: “La gran hambruna fue de lejos más mortífera que la Segunda Guerra Mundial. La guerra causó entre 40 y 50 millones de muertes en Europa, Asia y África durante un periodo de siete a ocho años, mientras que los 36 millones de personas que murieron en la hambruna china fallecieron en un período de seis meses”.

¿Qué llevó a Mao a concebir tal estrategia de desarrollo? Para el historiador Paul Johnson, el Gran Salto fue “la expresión más pura de la impaciencia crónica de Mao, de su creencia en el dominio de la mente sobre la materia, de su confianza en que, si existía la voluntad necesaria, aún no había concluido la era de los milagros”. Para Jung, el Gran Salto fue fruto de la obcecación y megalomanía de Mao.

¿Era Mao consciente de la magnitud del problema? El historiador Pierre Rigoulot afirma: “Es fácil conceder que el objetivo de Mao no era matar en masa a sus compatriotas. Pero lo menos que puede decirse es que los millones de personas muertas de hambre apenas le preocuparon”. Esta opinión parece quedar confirmada con un dato escalofriante: en el acta de una sesión del Politburó del 25 de marzo de 1959 quedó estampada la siguiente frase suya: “Es mejor dejar que muera la mitad de la población con tal de que la otra mitad pueda comer a gusto”.

Y una tercera pregunta: ¿Puede atribuirse a Mao toda la responsabilidad hasta el punto de eximir de culpa al sistema político? El historiador Frank Dikötter, quien también investigó el tema cifrando en 45 millones los muertos por hambre, ha dicho: “Creo que tanto ese hombre (Mao) como ese sistema fueron responsables de esa tragedia. Es la responsabilidad colectiva del partido comunista de la China de ese entonces”. Una afirmación de Yang confirma lo anterior: “En el apogeo de la hambruna, en enero y febrero de 1959, los graneros del Estado estaban llenos…En todo el país, la gente acampaba alrededor de los graneros de cereales. Gritaban e imploraban: ‘Partido Comunista, danos algo que comer’. Suplicaban junto a la entrada de los silos de grano hasta que el hambre acabó con todos. Es inimaginable… Los emperadores de las dinastías abrían los almacenes y repartían alimentos entre la población en caso de catástrofes o penurias. Pero la dirección del Partido Comunista, que pretendía servir al pueblo, se negó a socorrer a la población”.