Los ahorros del gran capitán

Fernando Villegas | Sección: Historia, Política, Sociedad

La conocida expresión “las cuentas del gran capitán” tiene un origen muy curioso, pero no viene a cuento examinarlo. Sí, en cambio, recordar su significado. De acuerdo a Wikipedia, la frase “se utiliza para calificar de exagerada una relación de gastos o incluso a un listado de cualquier tipo, para ridiculizar una relación poco pormenorizada o para negar una explicación pedida por algo a la que no se tiene derecho…”.

Con “los ahorros del gran capitán” pretendemos aquí aludir un ejercicio inverso; no se trata de una cuenta de gastos desmesurados, sino de ahorros casi inexistentes. Es la lista de ítems de ahorro –si acaso de ese modo, con desbocado optimismo, podemos calificarla– que presentó el ministro de Hacienda como muestra de seriedad financiera en momentos cuando los ingresos fiscales se van a pique por la baja del precio del cobre y la disminuida actividad económica interna.

Como lo sabe hasta doña Juanita, ahorrar se hace obligatorio NO SOLO cuando han disminuido los ingresos, sino si además han aumentado los egresos y un mal día llega la factura; es la mezcla de ambas desgracias lo que produce los números rojos, pero respecto al último ítem el gobierno no ha dicho una palabra. Los inmensos gastos hechos o por hacerse para la implementación –si podemos usar por segunda vez una expresión optimista– de sus programas y además financiando un rebasamiento desorbitado del aparato público, invadido por hordas de compañeros y compañeras, son temas que no parecen tener existencia. Las culpas están en otra parte. No es la NM, no es el desplome brutal de la actividad económica, no son los desembolsos ni son las “transformaciones profundas” y sus efectos. Como hacía muchos años  un enloquecido parroquiano del Café Haití, quien daba conferencias sobre los problemas mundiales y terminaba siempre culpando de todo, a gritos y dando saltos, a los detectives, en este caso el gobierno brinca y vocifera para culpar a la economía mundial y a la “campaña comunicacional de la derecha”, como lo denuncia la camarada Vallejo, a la conspiración fascista como lo afirma el revolucionario Navarro.

 

Preocupación

La NM naturalmente ha estado preocupada, pero no tanto de la situación financiera del país como del plan de ahorros que pudiera ofrecer el ministro de Hacienda para salir del paso. Tenían miedo de su “mirada tecnocrática”. En varias oportunidades le hicieron ver que no se podía y no se debía afectar “a las personas”. El término “persona”, en boca de ese sector, no significa ciudadano sino elector y “elector” no equivale a cualquier elector sino al cliente electoral de la izquierda y/o el gobierno, al chileno progresista que vota por ellos siempre que haya un reembolso en la forma de bonos, canastas y subsidios. La NM estaba y está urgida de no sufrir un deterioro de esa base electoral, la que le permite empinarse a los cargos de representación y gestión a los que aspiran y con los cuales económicamente respiran. Es lo normal; la izquierda democrática, cualquiera sea su nombre de fantasía, es en su esencia un animal político cuya existencia, alimentación, prosperidad y preservación deriva de una relación clientelística suficientemente amplia para otorgarle una masa crítica de votos a cambio de paquetes de tallarines y satisfacciones espirituales tales como cantar, en patota, “somos hijos del Che”, “vamos a colgar a los momios”, “emparejaremos la cancha” o “abajo el imperialismo yanqui”.

 

Sumisión

Valdés agachó cabeza ante esa conmovedora preocupación de la NM por el bienestar del prójimo y entregó un plan de ahorros cuantitativa y cualitativamente trucho, un “efecto especial” tan risible en su precariedad como los de las películas de bajo presupuesto del canal “Sci-Fi” del cable. No sólo la cifra teórica –alrededor de 500 millones de dólares– es completamente insuficiente dados los desequilibrios macroeconómicos en juego –previstos, además, con ese optimismo oficialista que tarde o temprano obliga a “sincerar las cifras”– sino además los mecanismos que propone para lograr dicha cantidad son irrisorios por su naturaleza e inasibles por su vaporosidad. En breve, Valdés ha presentado en sociedad algo así como un plan de ahorro en papelería y gastos en taxi del personal del Estado. Y ha propuesto que no se celebren tantos contratos, medida que cruelmente ataca el modo de vida de los camaradas que aún faltan por sumarse a la revolución. En fin, ha ofrecido recortar los gastos corrientes, cosa que debió hacerse mucho antes SI puede hacerse ahora.

Fuera de eso, ¿quién y cómo controlará que tal o cual repartición esté gastando menos? ¿La Contraloría? ¿Cómo se evita que perpetren el mismo nivel de gastos vía endeudamiento? ¿Quién puede creer que tras un período de vacas gordas los voraces y encebados servidores de la nación se van a plegar a pastorear las vacas flacas?

 

El milagro

No se crea ni por un instante que el gasto exagerado es fruto de decisiones puntuales que pueden ser revertidas dándoles con una regla en los nudillos a los jefes de las reparticiones públicas, hoy en día tan gustosos de rodearse, entre otras cosas, de un profuso “gabinete” de asesores pagados con suculentos honorarios. El gasto excesivo es condición natural, genética, intrínseca e inevitable de esta clase de políticas y políticos, no sólo de algunos de sus miembros. Se ha observado en toda época y lugar donde esté vigente alguna variante de populismo o progresismo. Para no salir de L.A., se ha visto abundantemente en Venezuela, Argentina, Brasil, Ecuador, Bolivia y por cierto en Chile. Y en todos esos países dicha política del gasto desenfrenado ha sido desastrosa o se encamina al desastre. La razón es simple: la plata se acaba mientras simultáneamente la voracidad aumenta. Creer que se puede saciar a la masa “empoderada” es como creer que se puede complacer y aquietar a un cocodrilo arrojándole salchichas.

Tan poderosa es la fijación de estos regímenes con el gasto –“gasto social” es como se palabrea en la jerga prevaleciente– que en algunos casos han llegado al extremo de sacralizarlos. Sucede en Bolivia, donde se habla del “milagro boliviano”. El milagro boliviano consiste en haber Morales fusilado los recursos nacidos del buen pero transitorio nivel de precios internacionales de sus exportaciones. Un ingenuo pensaría que lo milagroso, en Bolivia, sería lograr hacerle un “update” a su esmirriada maquinaria económica y cultural; eso sí sería difícil y digno de calificarse como intervención divina si se consiguiera. Gastar, al contrario, es lo más fácil del mundo. Lo puede hacer cualquier idiota.

 

¿Y Chile?

Chile, siempre se nos ha dicho, es caso distinto. Se suele vocear con arrogancia que somos más serios, responsables, disciplinados y cuidadosos en el manejo de la cosa pública que los demás y gracias a eso no caeríamos en excesos bautizados de milagros, pero esa creencia es en sí misma un exceso, un atracón de credulidad aproximándose en candor al milagro boliviano. Este Chile ya no es el Chile donde gobernaba una oligarquía que ya siendo rica no necesitaba robar y siendo oligarquía no necesita atender a nadie más. No es el Chile donde las autoridades, nos cuentan los fabuladores, salían del gobierno tal como habían entrado. La imagen de Manuel Montt regresando a casa con una mano por delante y la otra por detrás es un mito fabricado a costa del pobre Montt, quien quizás efectivamente regresó en pelotas a su casa, pero eso no impidió que unas décadas después esa misma oligarquía, austera y cristianísima, se gastara casi los enteros ingresos del salitre en un arrebato de consumismo a la europea, tarea llevada a cabo en parte por los grandes señores y rajadiablos avecindados en el país y en parte por sus vástagos, enviados por años de años a pasear y putear a París. Léanse las crónicas de Joaquín Edwards Bello.

De modo que ajústense los cinturones porque el gobierno no se lo ajustará. La NM no puede desoír la “voz de la calle”. Para cuando llegue la factura el guión es el de siempre y ya se lo ensaya: la conspiración de la derecha golpista.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.