Carlos Peña, Glaucón y Herodes
Carlos A. Casanova | Sección: Política, Sociedad, Vida
El pasado 10 de febrero Carlos Peña publicó una carta en “El Mercurio” en la que defendía que en los supuestos previstos en el proyecto de ley de legalización del aborto propuesto por el gobierno de Michelle Bachelet simplemente reconocen que no se puede exigir a la mujer que realice acciones supererogatorias o, tal como las define Peña, “conducta que va más allá del deber que los seres humanos podemos recíprocamente exigirnos”. Para justificar aquel aserto, aduce algunos ejemplos: “no es difícil imaginar situaciones, análogas al embarazo por violación, como la invasión de la propia casa por extraños muertos de hambre a los que si no se acoge, morirán, en los que la ley tampoco impondría la obligación de mantenerlos (y aceptaría, en cambio, que el dueño de casa los expulsara y quedara impune)”. En su contexto, el ejemplo pretende justificar la permisión no sólo de ciertas omisiones, sino también de ciertas acciones positivas, respondiendo a una objeción: “no sería lo mismo matar al feto mediante maniobras abortivas que dejar morir al hijo por negarle sangre o un riñón”.
El argumento de Peña no es original. Se ha aducido en el debate sobre el aborto en los Estados Unidos. Se ha dicho allí que no se puede exigir a la mujer que continúe con el embarazo, del mismo modo que no se puede exigir a nadie que se conecte durante nueve meses por vías intravenosas a un extraño, aunque ese extraño no pudiera sobrevivir sin tales conexiones. Pero el argumento es falaz y sofístico. Veamos esto en torno a la versión norteamericana, primero, y, luego, en torno a la versión chilena.
La justicia y la amistad cívica tienen un orden. Nadie está obligado de la misma manera respecto de un extraño y respecto de su propio hijo. Respecto de un extraño, es verdad que no se me puede exigir que me conecte de la manera señalada. Pero, ¿y respecto de un hijo? Ahí el asunto ya no es tan claro.
Por otra parte, el embarazo es un estado y proceso natural. Romper el embarazo no es simplemente omisión de socorro, sino una acción de matar. El argumento pretende ocultar este aspecto del problema. No se trata de impedir una conexión artificial, sino de interrumpir una conexión natural. (Y nótese que no estoy aduciendo que una regla médica o un proceso natural por sí mismo sea una regla ética, que es lo único que excluye el argumento de Moore conocido como la “falacia naturalista”).
En el caso del aborto, por tanto, si el embrión y el feto son seres humanos y personas, la moral tanto pública como privada que debe aplicarse es la misma que la que se aplica a la acción de matar a los nacidos. Por eso, tal como reconoce la legislación chilena vigente, sólo se permite el aborto cuando es querido indirectamente. En Chile, contra las mentiras que se han propalado a los cuatro vientos, el aborto indirecto está permitido y se practica normalmente cuando es necesario. (Por ejemplo, en el embarazo ectópico).
El argumento de Peña exige dos palabras más. En primer lugar, no es lo mismo expulsar de la casa propia a un pobre que interrumpir un embarazo. La persona a la que contra su voluntad le conectaran unas vías intravenosas para mantener con vida a un extraño durante nueve meses, podría desconectar positivamente esas vías sin que por ello estuviera realizando una acción ilegítima. De la misma manera, puede uno impedir que la propia casa sea invadida y, también, expulsar a quienes la han invadido. Pero debe decirse que puede uno estar obligado a alimentar a un extraño que se está muriendo de hambre y que se encuentra en su casa (de uno), aunque no deba mantenerlo en la casa una vez pasada la emergencia. El destino universal de los bienes lo exigiría; así como ese mismo destino universal excluiría que se cometiera el delito de hurto, si ese muerto de hambre tomara de mi despensa lo que necesita para no morir allí mismo, y sólo eso.
Pero, además, debe considerarse que un pobre niño que resulte concebido a consecuencia de una violación es un ser humano inocente y es hijo de la mujer que lo porta. Por eso, y porque debe excluirse la acción directa de matar al inocente, no procede el argumento de Peña ni aun en este caso. La mujer, si no puede soportar la vista del niño porque le recuerda la agresión sufrida, podrá darlo en adopción una vez nacido.
Nada tiene que ver que el caso se dé en una sociedad democrática o en otro régimen. En la sociedad pluralista, lo que me lleva a aceptar en el diálogo los puntos de vista diferentes es el respeto a la persona, y a todas las personas. Si se admite que un ser humano inocente puede ser excluido de ese respeto, se están minando las bases sobre las que se construye una auténtica sociedad pluralista.
El punto discutido, entonces, es si el embrión es un ser humano o no lo es; y si todo ser humano es persona o no lo es. Que el embrión sea ser humano es un tema que ya he tratado. Brevemente, quien niegue esto con los conocimientos biológicos de que disponemos hoy en día, deberá ser una persona que crea en la magia: que puede haber un cambio substancial, por el que ciertas partes del padre y de la madre se convierten en un nuevo ser humano, sin evento causal alguno. Porque, si la concepción no es el evento causal en el que se genera el nuevo ser humano a partir del óvulo y el espermatozoide, quiero que me explique Carlos Peña cuál es.
Ahora bien, si un autor está dispuesto a negar el carácter de persona a algunos seres humanos, ese autor o bien está ignorando la naturaleza de las cosas (como ocurre con Peter Singer y he apuntado en el lugar citado antes), o bien suscribe una ideología semejante a la nazi. En efecto: si el Estado puede declarar que ciertos seres humanos no son personas, ¿cuál fue, entonces, el error de los nazis al excluir la dignidad de ciertas categorías de seres humanos?
En la vida hay situaciones en que tenemos que tomar decisiones difíciles. A veces no nos queda más alternativa que o bien enfrentar responsablemente las consecuencias de esas decisiones, y actuar de manera admirable, o bien actuar como bellacos. Una madre que está pasando un hambre atroz a causa de un largo asedio, por ejemplo, podría pensar en asar a su hijo y comérselo, como ocurrió en un caso durante el asedio romano de Jerusalén, según cuenta Josefo. Soportar el hambre y amar a su hijo hasta el final, y morir con él, podría ser un acto admirable; pero comérselo después de asarlo, salvo el caso de locura, es un crimen nefando.
Carlos Peña no hace sino argumentar sofísticamente, entonces, al estilo contractualista de Glaucón. Y, quizá sin darse cuenta, asume el papel de una suerte de Herodes criollo que no sólo aboga por el asesinato de los inocentes chilenos, sino por el asesinato de los propios hijos para defender un honor mal entendido o satisfacer el ansia de evitar el sufrimiento a toda costa. Pero Carlos Peña está haciendo otra cosa también. Está desviando nuestra atención de los verdaderos asuntos que se encuentran en juego con este proyecto. Lo que hay detrás no es la autonomía o la misericordia hacia las mujeres chilenas que se encuentran en situaciones muy difíciles. Como dijo admirablemente Soledad Alvear en el Congreso, lo que está en juego es el interés de una élite a la que no le importa ni dejar tirada a la mujer que, por presiones indebidas, ha decidido permitir que se mate a su propio hijo; ni le importa la muerte de millones de niños inocentes. Las menores, por ejemplo, recibirán la presión de su “pololo”, del médico, de extraños “expertos” para declarar lo que no ha ocurrido; y no podrán contar siquiera con el consejo de sus padres, porque serán arrinconadas en un laberinto psicológico. Conozco casos terribles ocurridos en los Estados Unidos. No es la mujer la que va a decidir: es una mafia de médicos financiados y defendidos por esa élite de la que habló Soledad Alvear, por esa élite que es un lobby del horror.
Lo que está en juego es la presión de ese lobby internacional liderado por Planned Parenthood. Un lobby que se alimenta y se lucra con sangre. Ante él, parecen niños de pecho tanto el faraón egipcio que ordenó la muerte de los primogénitos de Israel, como el rey Herodes, “el Grande”. Me pregunto: ¿cuántas manos no estarán moviendo la pluma en Chile con la energía que les da el repugnante combustible que es el dinero de sangre?
Addendum
El domingo pasado, Carlos Peña volvió a defender el aborto en el caso de violación con un argumento que tiene la misma estructura del que usó el 10 de febrero, pero esta vez citó como fuente a Judith Thomson y se ajustó a las imágenes de este autora. Veamos lo que dijo exactamente:
“Cuando una mujer es violada se la reduce a la condición de cosa. Es la vejación más extrema que puede sufrir una mujer. Y la huella de esa vejación se extiende en el tiempo cuando de ella resulta un embarazo. Se trata de una experiencia exclusiva de una mujer: anidar una vida humana que es resultado de un acto de fuerza que la cosificó. Lo más parecido a eso que podría ocurrir a un hombre, según el experimento mental de Thomson (Philosophy & Public Affairs , Vol. 1, N° 1, Fall, 1971), es que mientras duerme se conectara, sin él consentirlo, un riñón suyo a un enfermo hasta encontrar, para este último, un donante que permita trasplantarlo. La mujer violada y el hombre conectado estarían en la misma situación: una vida extraña dependería de ellos.”
En realidad, ya respondí a este argumento en el inicio de este artículo. Pero la insistencia de Peña me permite añadir algunas consideraciones y ejemplos, para realmente hacer el caso lo más semejante al aborto.
Puestos a imaginar como Peña y Thomson, imaginemos que una mujer ha sido raptada por un hombre cruel y desalmado. Supongamos, además, que la persona enferma de que habla Peña no hubiera estado enferma en realidad antes de que la conectaran. Lo que ha ocurrido es que, durante la noche, el hombre cruel y desalmado ha extraído los riñones de este tercero y lo ha conectado sin consentimiento de nadie al riñón de la mujer raptada. Supongamos ahora que la persona cuyos riñones han sido extraídos es el hijo pequeño de esa mujer. El único modo de que sobreviva el hijo es que la mujer se quede conectada hasta que se consiga un donante de riñón. Pero, el raptor no lo permitirá por varios meses, y le da la opción de escapar sólo si toma primero unas grandes tenazas que él le va a proporcionar y le hace trizas la cabeza al niño; y después toma una espada y corta el cuerpecito hasta que no sea sino un amasijo de carne y sangre. (En el caso más benévolo, el malhechor le permitiría tomar una almohada y ahogar al niñito). Sólo habiendo hecho eso, la mujer se podrá desconectar. ¿Le sería lícito a la mujer hacerlo? ¿Será un defensor de su dignidad quien la presione o intente persuadirla con argumentos cada vez más agudos de que es lícito hacerlo?
Mi ejemplo es más cercano al caso del aborto, y elimina la falsa asepsia que Peña y Thomson quieren dar al suyo: el aborto no es una interrupción del embarazo, sino una carnicería inmisericorde. Si alguien tiene dudas sobre esto, le recomiendo que vea el filme de Eduardo Berástegui, “Una dura realidad”.
Quien vea ese filme, que juzgue luego si no es justo encontrar una cierta semejanza entre Carlos Peña, por una parte, y Glaucón y Herodes, por otra.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog El abejorro, http://carlosacasanovag.blogspot.cl.




