¿Quién lee diarios en verano?

Raúl Madrid | Sección: Política, Sociedad

#04-foto-1-autorEsto es lo que me comentó un amigo, no sin cierta sorna, cuando le dije que me iba a mi casa a escribir esta columna, y probablemente tenga razón. La gente se ha marchado ya de veraneo, o están a punto de hacerlo. Los que se quedan los hacen mirando lánguidamente hacia el oeste, pensando en el mar, o hacia el sur, imaginando los lagos y las colinas de la zona meridional, y los que regresen en febrero, seguro que emplean su tiempo en actividades menos abstractas.

No puedo negar que la reflexión me descorazonó un tanto. ¿Para qué escribir, si no habrá nadie para leerme? Como si fuera poco, me acordé del consejo de Bello a Barros Arana cuando éste redactaba la “Historia general de la independencia de Chile”: “escriba, joven, sin miedo, que en Chile nadie lee” (Barros Arana, “Reseña biográfica parlamentaria”). Me temo que esta vergonzosa peculiaridad del alma nacional permanece incólume, e incluso, ha avanzado, en caso de que ello sea posible. Esto, unido al despoblamiento de los lugares donde se toman decisiones, me sumió en un cierto desánimo escritural.

Para seguir ahondando en la herida, esta ausencia de lectura no se limita a los diarios –ojalá fuera sólo eso–. Los alumnos, por ejemplo, en su gran mayoría no leen lo que se les va a controlar con nota, utilizan resúmenes, o se dividen los capítulos, calentando la materia en una verdadera marmita de conocimientos prefabricados y desechables (así les va). Los amigos no leen los libros que uno les regala…y dentro de los que sí leen, muchas veces el nivel de comprensión también deja mucho que desear. Nunca olvidaré aquello de que el ochenta y cuatro por ciento de los chilenos no entiende lo que lee, según una encuesta del Consejo de la Cultura y el Centro de Microdatos de la Universidad de Chile realizada el 2011, con un universo entre los nueve y los sesenta y cinco años. Lo más escalofriante era que sólo un tres por ciento (¡tres!) de la población lograba evaluar críticamente o formular hipótesis derivadas de conocimientos presentes en un texto.

Semejante apatía neuronal, agravada por los calores y el ausentismo estivales, es lo que el gobierno de Michelle Bachelet quiere aprovechar para colar un número importante de leyes a la mala, sin reflexión ni mesura, durante lo que resta del mes de enero: la reforma laboral, la modificación a la reforma tributaria, la ley de partidos políticos, la ley de fortalecimiento de la democracia, la supuesta “carrera docente”, la ley corta anti- delincuencia y la ley de la libre competencia. Como si esto fuera poco, el Presidente de la Comisión de Constitución de la Cámara de Diputados, Leonardo Soto (PS), ha dicho que espera despachar también en las mismas fechas el proyecto de despenalización del aborto, asegurando que “es nuestro deber no eternizar la discusión”. Todo sea por decir que cumplieron el programa, como si se tratara de un evangelio, aunque las leyes que aprueban sean técnicamente deficientes, y algunas éticamente inviables, como el mencionado proyecto de despenalización de un crimen.

El Parlamento, por su parte, en lugar de frenar este paroxismo legislativo, lo acoge y se muestra dispuesto a sancionar la multitud de proyectos, evidenciando nuevamente su irresponsabilidad. Es como si el sistema, en lugar de producir el esperado (y relativamente quimérico) efecto de control mutuo entre los poderes del Estado, obrara como si estuvieran coludidos por estructuras superiores al bien común, con total independencia del bienestar real del país. Es decir: el bien de la Nueva Mayoría, y no del país.

Hay algo de vulgar en este procedimiento, además de su dudoso carácter moral, que probablemente no deba sorprendernos. El oportunismo de esperar a que los adversarios estén distraídos, a que el debate se encuentre tácitamente en receso, constituye un acto de cobardía y una vulneración del respeto debido a la opinión pública, la cual declaran apreciar tanto cuando se trata de murmurar la palabra “democracia”. Todo lo anterior además, sin perjuicio de que semejante procedimiento técnico-jurídico –el de las urgencias– es deplorable, nos habla una vez más de que las prioridades para legislar se encuentran no en las necesidades del país, sino en la imposición de un modelo ideológico que utiliza todo el aparato estatal para convencer y manipular a los ciudadanos.

De este modo, si no media el empeño de algunos y la Providencia no dispone otra cosa, los chilenos, bronceados y repuestos de su año de trabajo, se encontrarán en febrero y marzo con que les han colado un paquete legislativo de normas apresuradas, ineficientes y a medio terminar. Para qué decir que lo más grave será, siempre, cualquier movida legislativa para despenalizar el aborto, pues no se está discutiendo aquí un detalle, sino la vida de personas inocentes a manos de quienes debieran garantizar su integridad y salud. Espero, de todo corazón, que no lo consigan.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Chile B, www.chileb.cl.