Cara gratuidad
Alfredo Jocelyn-Holt | Sección: Educación, Política
Va a tomar su tiempo poder evaluar las consecuencias de una medida tan discutible como la gratuidad universitaria recientemente aprobada. Se sabe desde que se tiene memoria que la educación municipal está pésima, pero de tanto en tanto se nos lo recuerda y vaya que duele, como si recién nos enteráramos. Acaba de suceder con la última PSU que ha confirmado que al Instituto Nacional lo están destruyendo (lo sabíamos), y que sólo tres de diez alumnos de liceo público logran empinarse sobre los 500 puntos (ídem). Sospecho que en cuanto a la gratuidad –sus virtudes y defectos– tenemos para rato. La discusión no se ha zanjado.
La principal razón es que es una medida ultra demagógica. Nada en el mundo en que vivimos es gratis (“There is no such a thing as a free lunch”), y una norma “retro-actual” de este tipo no va a cambiar a este mundo (“Eppur si muove”). Para la “Familia Chilena” es irrelevante si la cancelación de la universidad de sus hijos se haga vía becas completas o gratuidad. Por tanto, más allá del populismo de la nueva disposición, ¿qué realmente hay detrás? A juzgar por lo que dice el rector Ennio Vivaldi, más de lo mismo de lo que ya se ha echado a rodar. Gracias a la gratuidad, “el financiamiento estará condicionado a un intervencionismo del Estado”. Lo cual, según Vivaldi, no está mal; al contrario, “lo único que quiero -confiesa- es que intervenga, que tome el verdadero rol que le corresponde”.
Ello sin perjuicio de que aún no se explicita hasta dónde pretenden extender este intervencionismo. ¿Cogobierno? Lo más probable. ¿Control sobre lo que se imparte en cursos u otros mangoneos? Si en Derecho de la UCh esto ya ocurre. Autoridades han encargado a estudiantes que revisen e informen sobre la bibliografía de los cursos de sus profesores. Que además se atraiga a estudiantes “beneficiados” por la gratuidad, ergo ideológicamente comprometidos con la medida, augura un escenario “de obsecuencia comisaria” (la expresión proviene de un distinguido profesor de la escuela), es decir, autoridades coludidas con estudiantes activistas.
Vista así, la gratuidad opera, primero, como chantaje reivindicacionista (“quien no llora no mama”), en eso nos hemos llevado estos últimos cinco años y, luego, como caballo de Troya (“el que paga la orquesta pone la música y hace bailar a las niñas”), cuestión que ¿falta por ver… para creer? Ingenuos no escasean que juran que todo es en buena ley cuando, en verdad, es de sumo cuidado. Conste que la palabra gratuidad tiene otra acepción que la obvia según el diccionario. Además de “algo que se consigue sin pagar” significa “falta de fundamento o razón de ser; algo arbitrario, sin base”. El lenguaje empleado es, por tanto, intencionalmente equívoco. Se confunde a propósito.
Que nuestra educación universitaria valga en función de lo que cuesta o no monetariamente desvirtúa su sentido original. Ni los que lucran con la universidad ni los que la ofrecen a modo de “free lunch” son sinceros. Vamos de mal en… (saque su propia conclusión).
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.




