Mentira

Adolfo Ibáñez S.M. | Sección: Política, Sociedad

Las confusas reformas que promueve el Gobierno arremolinan la actividad de los políticos. Es la imposición del Programa por sobre la realidad que requiere de una atención permanente. Esta última no da dividendos electorales (que lo diga Piñera). Pero siempre es necesaria, aunque para valorarla y concitar una respuesta electoral debe estar orientada por un sustrato político.

Lo que agita al país en este momento no es solo el exceso de ideologismo ni la ausencia de conducción. Hay un malestar muy grande con este reformismo y sus protagonistas, que se traduce en un rechazo ciudadano a los políticos y en un poco aprecio por ejercer el derecho a sufragio. Si bien estos últimos son de más larga data, últimamente se han acentuado.

Las reformas han sido elaboradas y presentadas con precipitación y sin claridad, olvidando que las leyes deben concretarse en realidades tangibles y operables y no puramente discursivas. En el fondo, se ha olvidado algo básico: el país tiene una forma que le es peculiar. Esta requiere de una permanente labor de cuidado y perfeccionamiento, pero no es intercambiable por cualquier otra. Si algo concreto puede desprenderse de la confusión de la reforma tributaria, de las contradicciones de las reformas educacionales, del rediseño del sistema electoral y de la laboral, es que apuntan a beneficiar a ciertos grupos de interés, considerados estratégicos para afianzarse indefinidamente en el poder. Hasta el manejo de la cuestión boliviana parece envuelto en una nube de confusiones.

Ahora se suma el proceso constituyente, sin que se haya explicado su necesidad y objetivos. Se desacredita la Constitución actual, así como con cada una de las reformas anteriores se procedió a desacreditar el sistema que había regido y sus resultados notablemente positivos. El recién establecido Consejo de Observadores Ciudadanos, carente de objetivos, aparece como otra nube distractiva, salvo que sus miembros lo concreten. Esta suma de ampulosas vaguedades muestra un voluntarismo que oculta metas y finalidades que no persiguen el bienestar colectivo ni la prosperidad nacional. Detrás de tanto activismo se dibuja algo fraudulento, un engaño, una gran mentira que apunta a encerrarnos en un presente vociferante y de eterno descontento, y que despeja el campo a los poderosos de siempre en la política. En contraste, la debilidad de la oposición limita una ofensiva eficaz en defensa de los cimientos de nuestra convivencia y de su proyección al futuro.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.