Los indeseados como enemigos
Raúl Madrid | Sección: Sociedad, Vida
Advierto de entrada que este fantástico título no es mío: lo tomo prestado del Profesor Jesús María Silva Sánchez, destacado penalista español, porque a partir de él pienso introducir el tema de hoy.
Debo confesar que nunca fui partidario de la Teletón. Con el paso del tiempo, sin embargo, me di cuenta de que lo que realmente me molestaba era todo ese deseo de figurar y de lucrar que parecía acompañarla, con montones de “rostros” pegándose en el mismo para alcanzar un trozo de pantalla, y esa repentina generosidad de transnacionales que de improviso querían donar parte de sus ganancias ante millones de telespectadores. Al conocer, sin embargo, a través de personas concretas y reales la naturaleza de la acción que lleva a cabo, me arrepentí de la banalidad de mis juicios, y me convertí en un defensor de sus proyectos.
Pero esto tiene también una lectura más profunda, relacionada con la atención que otorgamos a los desvalidos, los enfermos, los indeseados; todos aquellos que, para llegar ser tales, son comparados con algún concepto abstracto de normalidad, que suele estar más relacionado con lo común o frecuente que con lo verdaderamente correcto o canónico. Hoy en día pareciera que las personas más vulnerables no existen. Sus necesidades aletean un momento en las noticias o las redes sociales, y luego vuelven al anonimato, y, lo que es peor, a la indefensión.
Es muy posible que este fenómeno tenga lugar porque nuestra sociedad no quiere saber nada del dolor ni de la muerte, y hace todo lo posible por echar tierra a cualquier persona o circunstancia que nos recuerde la fragilidad de la existencia, y lo precario de nuestro paso por el mundo: una mala noche en una mala posada, decía Santa Teresa.
Sin embargo, este estado de cosas ha sufrido un cambio. Los indeseados han pasado de no querer ser vistos, a convertirse en enemigos, elementos de los cuales la sociedad debe defenderse. Semejante conclusión no debiera extrañar a nadie, por cuanto es una consecuencia lógica de otorgar toda nuestra atención a lo mundano, sin querer encontrarnos con signos desagradables que nos anuncien la finitud de la vida, la salud o las capacidades intelectuales, y nos hagan preguntarnos por lo que ocurre cuando esta existencia tan precaria se termine.
Pero de este razonamiento, por lo demás muy hedonista, no se concluye que lo que no nos gusta deba ser tratado como trataríamos a un enemigo, es decir, como contrario a uno mismo, como un conjunto de personas de países que se oponen a otros en una guerra. Tiene que haber algo más Los enfermos, los dementes, los ancianos, y por supuesto las personas en el vientre materno caben dentro de esta categoría de enemigos, de individuos de la especie humana que no queremos ver, para evitarnos probablemente tener que hacer algo por ellos.
Ahora bien, ¿cómo se produce el paso desde el desprecio o indiferencia hacia un grupo de sujetos, a considerarlos después como enemigos que deben ser eliminados? Pienso que la teoría más apropiada es la que considera que, para una sociedad alejada de la caridad como es la nuestra, la existencia de personas defectuosas constituye un espectáculo que nos irrita, ya sea por recordarnos nuestra condición mortal, o simplemente porque resulta antiestético, y nos amamos tanto a nosotros mismos que su presencia nos disgusta, nos arruina el efecto de que todo está bien, y no hay nada de qué preocuparse.
Y mientras nosotros disfrutamos de los bienes del mundo, la presencia del otro, el diferente, se va convirtiendo cada vez más en una “no persona”, y por lo tanto, en un material que puede ser disponible sin remordimientos ni cargo de conciencia (esto ya ocurre, incluso con los nacidos, para los que se reclama el derecho de los padres al aborto postnatal).
Sólo en un contexto así, donde los indeseados son convertidos en enemigos, puede llegar a plantearse una ley de despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo, es decir, una ley de aborto. Supongo que a la gente la han confundido tanto que ya ni siquiera reacciona ante este proceso vil y vejatorio, pero justamente para eso escribo, para tratar de remover las conciencias de los lectores, y hacerles ver que se trata de una lógica perversa, que el niño no es el enemigo de la madre, sino todo lo contrario -ni el anciano enemigo de su familia-. Los verdaderos enemigos están fuera, susurrando cosas al oído, recordándonos lo “fácil” que puede ser la vida si removemos ese molesto inconveniente. ¿Caeremos en la trampa?
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Chile B. www.chileb.cl.




