La figura de Ambridge
Carlos López Díaz | Sección: Historia, Política, Sociedad
Observe la figura anterior: ¿es esto un círculo? Sólo vale responder sí o no. Conviene hacerlo antes de seguir leyendo, para que la respuesta sea lo más espontánea posible.
La figura y la pregunta a ella asociada se deben al psicólogo Ben Ambridge, de la Universidad de Liverpool. Según nos informa el izquierdista diario The Guardian, las personas que se decantan por afirmar que se trata de un círculo tienden a ser progresistas, es decir, partidarias del gasto público, del matrimonio gay y de la legalización de la marihuana. En cambio, si usted prefiere atenerse al rigor geométrico y responder no a la pregunta, tenderá a ser conservador, favorable a que el gobierno proteja los derechos de los empresarios y a un ejército fuerte, y más reacio a la inmigración ilegal.
La idea es que los progresistas aceptan más fácilmente la desviación de la norma, son más flexibles y tolerantes; rasgo de carácter que se manifestaría mediante un sencillo test.
Tengo serias dudas de que los progresistas sean más tolerantes que los conservadores. Aunque este sea el tópico comúnmente admitido, lo que observo es que los progresistas son al menos tan poco tolerantes con quienes discrepan de ellos como la mayoría de los mortales, si no más. (Un ejemplo entre miles, aquí.) Sin embargo, esto no invalida necesariamente el test de Ambridge. En mi caso, al menos, funcionó, pues respondí que la figura no era un círculo y, efectivamente, no tengo problema en definirme como conservador.
La figura de Ambridge quizá nos está indicando otra cosa. El progresista sería más partidario de la subjetividad y del relativismo, es decir, más proclive a considerar que no existe tanto una realidad objetiva indiscutible como diversos puntos de vista personales o culturales. El progresista sería por ello más sensible ante las emociones, en contraste con el conservador, que tendería a priorizar los hechos.
Esta caracterización me recuerda poderosamente a una tesis del gurú progresista George Lakoff. Este autor asocia el paradigma progresista con unos virtuales padres protectores, y el conservadurismo con un padre estricto. Los primeros aspiran fundamentalmente a que sus hijos sean felices, mientras que el segundo es más partidario de que sean fuertes y tengan éxitos mensurables (buenas calificaciones académicas, un buen empleo, etc.) Los primeros creen que concediendo más libertad a los hijos, y tratándolos con afecto, estos sabrán hallar por sí mismos el camino en la vida, y ganarán en autoestima. El segundo, en cambio, cree imprescindible la disciplina y el esfuerzo para fortalecer el carácter y ser competitivo en un mundo con frecuencia hostil. Va mucho más allá del “sentirse bien con uno mismo” que se nos vende hoy como la máxima aspiración.
El progresismo sugiere que los padres protectores aman más a sus hijos que el freudiano pater familias pintado por Lakoff, o al menos que empatizan más con ellos. Pero esto no es necesariamente así. Un padre exigente puede ser objetivamente preferible, en términos educativos, que unos padres “colegas”; cosa que a veces los hijos terminan reconociendo, con el tiempo. Decir “no” suele ser más difícil que decir “sí”; cuando un padre o una madre optan por lo primero lo hacen generalmente porque creen que es lo mejor para su hijo, no porque no tengan en cuenta sus sentimientos.
Los dos modelos de familia de Lakoff están estrechamente relacionados con las opiniones políticas sobre la educación, el gasto público, la defensa nacional, etc. El progresista se preocupa ante todo por que los parados reciban su subsidio; el conservador cree que lo importante es que encuentren trabajo, y garantizarles un subsidio permanente o muy duradero no parece la mejor manera de incentivarlos a ello. El progresista es partidario de un sistema educativo que respete la espontaneidad y fomente la creatividad de los alumnos. El conservador cree prioritario transmitir conocimientos y preparar a los jóvenes para el mercado laboral. El progresista es poco amigo del gasto militar, pues cree que puede avanzarse hacia una “cultura de la paz” mediante la educación y el diálogo, mientras que el conservador no lo ve ni mucho menos tan claro, y prefiere estar preparado para defenderse, llegado el caso.
Unos tienen sobre todo en cuenta los sentimientos de los desempleados, de los jóvenes, de las mujeres. Los otros piensan más en la necesidad del esfuerzo y la productividad, en las realidades de la vida y de la naturaleza humana, y a su modo creen que con ello promueven el bien y el interés general de manera más efectiva (aunque menos “simpática”) que los progresistas.
La sabiduría convencional asocia a los conservadores con el inmovilismo y a los progresistas con la innovación y el cambio, manteniéndose fiel al significado original de estas denominaciones. Pero me pregunto si el ser humano habría salido de las cavernas con los buenos sentimientos progresistas, si hubiera llegado a inventar la escritura o la rueda. En cualquier caso, no creo que hubiéramos llegado muy lejos con unas ruedas como la figura de Ambridge.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog Cero en Progresismo, https://ceroenprogresismo.wordpress.com.




