Bestiario Constitucional
Alfredo Jocelyn-Holt | Sección: Política
Nunca olvidaré las instrucciones con que se me pauteó la primera vez que me entrevistaron para un programa de televisión, a comienzos de los años 90, sobre la Guerra del Pacífico si mal no recuerdo. Antes de entrar a grabar, Patricia Verdugo a cargo de las preguntas, me dijo que debía apuntar a un público de cultura general y madurez intelectual equivalente a unos 14 años. Sospecho que, desde entonces, la media ha bajado fuertemente. Lo digo por el “Constitucionario”, el de los animalitos de la granja orwelliana con que la Nueva Mayoría pretende instruir a los chilenos en el proceso constituyente recién inaugurado.
A menor edad mental, más fácil manipular audiencias y sus efectos comunicacionales. Esto lo sabe la izquierda local desde que Ariel Dorfman y Armand Mattelart las emprendieran en contra de Walt Disney y su Disneylandia-bestiaria en su célebre libro “Para leer al Pato Donald” de 1973. Sus autores –recordemos– resentían el infantilismo de tales comics, vía mediante la cual el imperialismo habría difundido su maléfica ideología de Rico McPato en países subdesarrollados como Chile. Todos sus personajes eran animales, siendo “el animal el único ser viviente del universo que es inferior al niño”, ergo hacia ellos y su falso sentido de poder había que dirigir el mensaje subliminal. Cuestión que el día 11 de septiembre, en pleno golpe, quedó más que confirmado al no transmitirse otra cosa por televisión que monos animados. Desde entonces, por lo visto, esta gente ha aprendido la lección: la técnica propagandística que denostaran bien puede servir al populismo de izquierda tan zoológico como el de derecha si se lo propone.
Basta detenerse en cómo el “Constitucionario” define la voz “república”: “R de república. Chile es una república. Aquí las autoridades de gobierno son nuestras representantes (sic). En una república todos tenemos que respetar la ley y hay separación de poderes. Y, por decisión de la selva, el presidente es: ¡el conejo!”. Algo muy distinto a como la “Enciclopedia” de Diderot y d’Alambert definiera el mismo término: “Forma de gobierno en la que el pueblo como un todo, o una parte de él, posee el poder soberano”.
Por cierto, esta otra definición es más compleja, no caricaturesca. Según Rousseau, colaborador de la “Enciclopedia”, a lo que debe aspirar una constitución es a convertir al individuo en estado natural, “un animal estúpido y limitado”, en “un être intelligent et un homme” (me salto la traducción), descartándose lo de la selva y esa soberana bobada de que cualquier conejo puede dirigir nuestros destinos. Un igual nivel de sofisticación cabe apreciar en un texto como “El Catecismo Político Cristiano” de 1810.
Es que estas obras también didácticas y de difusión, a diferencia del sesgado “Constitucionario”, lograron estar a la altura de la discusión de su tiempo, no predicaron o banalizaron los temas y jamás se les ocurrió suponer que la ciudadanía fuese tonta e ignorante. Típico error de publicistas: de ellos este nuevo chasco.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.




