Pan para hoy…

María Isabel Vial | Sección: Sociedad

Da la sensación de que lo inmediato es el signo de nuestros tiempos, más aún si la dimensión económica es la que predomina. Los paros ilegales, los bonos millonarios y la colusión son parte de una realidad que golpea, y sus consecuencias en distintas formas afectan y duelen.

El mundo al revés. De acuerdo a estudios de la OCDE, Chile es el tercer país donde más se trabaja y a la vez uno de los menos productivos. Pareciera que algunos trabajadores ganan más cuando paralizan la empresa que cuando producen. La negociación colectiva tampoco ayuda si se centra en el bono de término de conflicto. A su vez, la ambición de algunos ejecutivos afecta la reputación de la empresa y de sus trabajadores, y la fuente laboral de muchos.

Declarar una huelga para obtener un bono de término de conflicto es reducir la negociación a lo transaccional y restarle importancia a su verdadero significado. Manifiesta una desconexión total entre las partes al no entender cuáles son las expectativas y necesidades del otro. Se pone el acento en las diferencias y no en el contexto que los une, que es la empresa. Las consecuencias son devastadoras y recomponer las confianzas es trabajo de años.

En definitiva, el bono de término no está sujeto a ninguna mejora sustentable: no es un aumento real en el sueldo, ni está relacionado con la productividad. En el largo plazo, favorece a la empresa y no a los trabajadores, ya que no hay aumento de remuneraciones, no hay ganancias variables asociadas a resultados, ni capacitación o incentivos. Es una medida que apunta a lo inmediato, y no a la solución real del problema. Más aún, existe una contradicción al premiar el conflicto. Si las decisiones solo consideran la variable económica, primarán el poder y la fuerza por sobre las buenas prácticas laborales, la sostenibilidad de la empresa y la solución real de los problemas.

El desafío es hacer de los lugares de trabajo espacios de desarrollo individual y colectivo. En ese sentido, la productividad juega un rol primordial. Los trabajadores son quienes están en contacto directo con el corazón del negocio, son ellos los que mejor conocen el entramado de sus actividades. Sus opiniones, sugerencias y conocimientos son un activo que incide en la productividad de la organización. Hemos visto en las empresas finalistas del Premio Carlos Vial Espantoso que se han logrado reducciones de costos importantes a través de la implementación de ideas innovadoras que nacen de trabajadores que están en la operación.

Si queremos mejorar la productividad, tenemos que compartir sus resultados. Los incentivos a la eficiencia pasan por el reconocimiento y la compensación. Es clave que el aporte de cada cual a los resultados sea retribuido. Si la torta crece, en la medida que la organización contribuye como un todo, resulta coherente repartirla de la misma forma.

La invitación es a descubrir y reconocer el valor del trabajo y la real dimensión de la empresa, que trasciende lo económico y se sustenta en el largo plazo.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.