Me cayó caca de paloma, ¿y?

Juan Ignacio Izquierdo Hubner | Sección: Familia, Sociedad

¿Te sonreíste con el título? ¿te ha pasado también? En mi caso, iba saliendo del metro Universidad Católica, unos minutos atrasado, a clases de Derecho Laboral y de pronto escuché el suave “splash”… me detuve y la marea de gente que venía caminando tras mío manifestó distintas reacciones: la mayoría disimuló, varios no contuvieron la sonrisa. El más descarado fue un alumno de intercambio que estalló en una sonora carcajada. En compensación por su falta de sensibilidad, le pedí que me ayudara a limpiar la camisa… y el cuello (¡puaj!).

Por mucho que intenté limpiar la mancha en el baño, sólo conseguía expandir un poco más ese color “bronceado”… Al final no me quedó otra opción que pasar un poco de calor y dejarme puesto el polerón. Durante todo este proceso, vi cómo mis sentimientos iban evolucionando. Primero pensé “¡por qué yo y por qué ahora!”, luego “¡cómo hay gente tan infeliz que se ríe de mi!”, y una vez superado el impulso de golpear al gringo que se reía sin tapujos de mi desgracia, el sentido positivo volvió a mi mente: “Al menos puedo aprovechar de practicar un poco mi inglés con este compadre” fue mi primer razonamiento, sí, un tanto mezquino. Y luego llegaron algunas ideas un poco más serias.”

Los problemas son cosas de todos los días. ¿Quién ha tenido un “día perfecto” o siquiera “una hora perfecta”? Los inconvenientes son tan frecuentes, que me atrevería a decir son inherentes a la vida misma. La pregunta es ¿cómo enfrentamos esta realidad? Yo veo, al menos, tres posturas frente al dolor:

 

1) Negar el dolor

Se me viene a la mente esa publicidad del turismo que sugiere destinos paradisíacos, perfectos, que nos dejan como babeando. En el fondo, toman el anhelo de felicidad que tenemos, lo identifican con la comodidad o el relajo, e idealizan un producto. Del mismo modo, también intentamos vivir una vida idealizada, hacer como que los problemas no existen, negarnos a verlos. Sin embargo, sabemos que las cosas nunca resultan como quisiéramos: los pasaportes se quedan en la casa, el avión se atrasa, descubrimos hongos en el sofá de la pieza, se echa a perder el wifi del hotel, etc. La vida no es perfecta, y tratar de vivirla como si lo fuera, sólo puede traer más sufrimiento y frustración.

 

2) Rebelarse contra el dolor

“¡Cómo puedo ser tan quemado!” fue la tentación que tuve durante los primeros segundos en que el excremento de ave resbalaba por debajo de mi oreja… ¿Ustedes han escuchado lamentos, quejas, malhumores de otros? Seguro que con frecuencia. Pero creo que no es la manera adecuada de enfrentar las dificultades de la vida, pues esta actitud lleva inevitablemente a una espiral de rabia y frustración: por mucho que uno se moleste con la realidad, ella se mantiene ahí, y dejarse llevar por el deseo de lamentarse, quejarse, encontrar todo malo, nos sumerge en un estado de pesimismo y negatividad permanente, que nos hace perdernos de todo lo bueno.

 

3) Aceptar el dolor y aprender de él

Ya que el dolor es ineludible, ¿por qué no aceptarlo? Esta elección es afortunada: alivia las tensiones y nos ayuda a no perder la alegría. La clave es desentrañar su sentido. De este modo, si a alguno le toca recibir el “regalo” de un ave, puede verlo como una oportunidad de reírse de uno mismo, de interactuar con otros, y ¿por qué no?, de contar luego la anécdota. Pero pensemos también en sacrificios de mayor magnitud, y ahí, creo que quien logra entrever el porqué de su sufrimiento, consigue crecer a partir de él y encontrar en él incluso motivos de alegría: esto es patente, por ejemplo, en el sacrificio de nuestras madres, que hacen enormes esfuerzos por sacar adelante a sus hijos, y lejos de ser desdichadas, son felices precisamente por haberlo dado todo.

Después de hacer esta reflexión, entendí un poco más por qué hay gente que no es tan feliz: si uno desprecia el sacrificio, o considera el esfuerzo como un “costo” para conseguir “lo verdaderamente deseable”, si sólo se piensa en conseguir comodidad o placer, si desde el lunes no hay mucho más espacio mental que el deseo del fin de semana; o durante el año, de las vacaciones… entonces qué fácil viene la frustración, porque la vida no es comodidad, sino sacrificio, por mucho que intentemos negarlo y pretendamos vivir en una fantasía.

Sé que convivir con los errores y problemas cotidianos no es nada fácil, sin embargo, me atrevo a afirmar que el mejor lugar para aprender a llevar bien el dolor o la incomodidad es la familia, pues ahí aprendemos que el amor supone sacrificio. En la familia germina ese sentido común que nos recuerda que, mientras más nos ocupemos de ayudar a otros, menos espacio mental nos queda para las propias dificultades. En fin, tenemos libertad, y un modo bastante excelente de usarla es persiguiendo la amistad y el amor, tanto que –estoy convencido– el hombre se realiza en la medida que más ama.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Definido, www.eldefinido.cl.