Menos pastillas y más cambiar hábitos

Carolyn Moynihan | Sección: Educación, Familia, Historia, Política, Religión, Sociedad, Vida

El tan sonado lanzamiento a finales de agosto de un fármaco contra la falta de deseo sexual en las mujeres resalta una de las grandes paradojas de la sociedad contemporánea: si bien la higiene pública y la ciencia médica han barrido prácticamente viejas enfermedades como la viruela o la polio, otras enfermedades y trastornos mentales tienden a crecer y multiplicarse, de tal modo que la humanidad parece estar tan enferma como siempre. ¿Estamos respondiendo a estas epidemias del modo más efectivo?

Los escépticos sostienen que el trastorno de deseo sexual hipoactivo (TDSH) –el mal que se pretende mitigar con el fármaco Addyi, apodado como “la Viagra rosa”– no es una verdadera enfermedad, sino la medicalización, por parte de compañías farmaceúticas deseosas de crear un nuevo mercado, de problemas de las mujeres con sus relaciones sexuales o sus ritmos biológicos. Probablemente tengan razón.

Pero esto no implica negar la realidad de las epidemias de cáncer, enfermedades cardiacas y diabetes, que se extienden por el mundo. Se estima que la diabetes de tipo 2 afectará a más de un 10% de la población adulta en muchos países durante las próximas dos décadas, propiciada por una pandemia de obesidad. Hoy día, alrededor de un 35% de la población adulta mundial tiene sobrepeso y un 12% son obesos, mientras que la proporción de niños y adolescentes con sobrepeso u obesidad también está aumentando rápidamente.

 

El atractivo de la tecnología médica

Estas cifras proceden de un artículo publicado el año pasado en el Journal of Epidemiology and Community Health por cuatro especialistas en salud pública de la Universidad de Navarra y del Intituto de Salud Carlos III de Madrid, que alertan contra la solución médica a estas epidemias. Mientras que la medicina es necesaria y obra maravillas en algunas personas, está desplazando progresivamente a otros remedios más simples, accesibles a cualquiera. Los autores mencionan las grandes franjas de población adulta que consumen estatinas, el creciente recurso a caros chequeos contra el cáncer de pulmón y la proliferación de píldoras contra la diabetes o la obesidad como ejemplos de la preferencia de las autoridades sanitarias por los remedios médicos frente a posibles cambios en el estilo de vida –en la dieta, el ejercicio y el tabaco, por ejemplo–, que prevendrían hasta en un 90% esas enfermedades. (…)

 

Ir a lo fácil

Evidentemente, es más fácil tomar una pastilla, ir a un chequeo y seguir con el mismo estilo de vida que antes, o hacer algún esfuerzo meramente simbólico. Sin embargo, al igual que en el caso del medio ambiente, hay buenas razones contra la excesiva confianza en la tecnología. Aquí van tres:

  • Probablemente la tecnología no evitará que muramos antes, pues la medicina preventiva es menos eficaz que un cambio en el estilo de vida. Es más, podemos acabar peor, por exceso de confianza, según el fenómeno conocido como compensación de riesgos. “Creer en el poder de una nueva tecnología preventiva puede llevar a una peligrosa ilusión de ser inmune”, dicen los autores.
  • Está implicada una cuestión de justicia. La tecnología supone un alto coste para los servicios nacionales de salud, coste que acabaría siendo insostenible si los políticos siguen cediendo a las continuas demandas de chequeos, vacunación y tratamientos farmacológicos. El coste de estos servicios recae sobre todos, pero afecta desproporcionadamente a los que procuran cuidar de su salud.
  • Otro asunto relacionado es la equidad. Si el sistema sanitario público –financiado con impuestos– no proporciona esos remedios médicos, los pobres no podrán acceder a ellos. Y si el sistema quiebra, la siguiente generación no podrá acceder a ellos. Ahora mismo, los países en vías de desarrollo no pueden permitirse buena parte de la tecnología médica que se da por descontada en los países ricos aunque, paradójicamente, les hayamos exportado nuestros estilos de vida poco saludables.

 

El cáncer de cuello de útero, un caso paradigmático

A este respecto, el caso del cáncer de cuello de útero es paradigmático. Esta enfermedad está causada en la mayor parte de los casos por el virus del papiloma humano (VPH), de trasmisión sexual. Entre 2006 y 2009, se distribuyó en muchos países una vacuna contra en VPH con el objetivo de lograr una cobertura universal para chicas preadolescentes (de 12 a 13 años).

No obstante, tal y como sostienen los autores, “la mayoría de estos programas de vacunación han sido aplicados con subvenciones públicas en países de renta alta, a pesar de que muchos de ellos tienen tasas muy bajas de enfermedades relacionadas con el VPH”. Al mismo tiempo, “son pocos los países en vías de desarrollo que han introducido la vacuna del VPH en sus programas nacionales de salud, a pesar de que el nivel de enfermedades relacionadas con el VPH es mucho mayor allí. Con su coste actual, la vacunación pública es inasequible para países de renta baja o media”.

Incluso en países desarrollados no se ha logrado la cobertura total, y las chicas con más riesgo de VPH son las que tienden a quedar fuera. En 2012, en los Estados Unidos solamente un tercio de las chicas habían recibido las tres dosis necesarias de la vacuna. Algunos padres se oponen al programa por motivos morales o de otra índole. No hay duda de que la vacuna ha hecho algún bien, pero dado el desajuste entre la necesidad y la posibilidad de acceder a ella –aparte de otras razones–, estos autores argumentan que sería mejor dar prioridad a cambiar los comportamientos que ponen a la gente en riesgo de contraer el VPH:

La infección por el VPH depende en gran medida del número de personas con las que se tienen relaciones sexuales y de otros comportamientos sexuales de riesgo. Se necesitan estrategias de prevención a largo plazo, que incluyan intervenciones estructurales y una educación sexual que aporte la información correcta y completa sobre aspectos básicos de la infección por el VPH. Estas medidas sencillas, asequibles y sostenibles son absolutamente esenciales para prevenir el cáncer, especialmente en los países en vías de desarrollo”.

 

Cambiar de conducta es posible

Algunas personas se oponen a cualquier mención de la conducta –en particular cuando se trata de enfermedades de transmisión sexual–, pues les parece que es moralismo y echar la culpa a la víctima. En cambio, mucha gente moraliza y reclama un cambio de conducta cuando se trata de salvar el planeta. ¿Por qué hemos de esperar que la gente reduzca los desechos, recicle y use energías limpias si no la creemos capaz de moderarse con el azúcar, el tabaco y las relaciones sexuales?

En cuanto a las culpas, el equipo español apunta a “industrias y grupos comerciales internacionales, que han fomentado un ambiente hedonista” que afecta especialmente a los pobres.

Hoy en día, “la promoción, el precio, la disponibilidad y el marketing de productos influyen mucho en las decisiones del público. Las decisiones sobre estilos de vida dependen en gran parte de las opciones/intereses de gobiernos, de productores y compañías multinacionales y, por consiguiente, de los incentivos de las instituciones financieras. Unas pocas instituciones y personas con poder de decisión –que establecen las prioridades y dictan qué está de moda y qué no– logran que las opciones menos saludables sean las más asequibles, moldeando las preferencias de gran parte de la población y alentando opciones perjudiciales para la salud”.

En contraste, los autores proponen hacer hincapié en la persona, promoviendo un cambio cultural: una tarea para todas las instituciones de la sociedad, desde la familia, pasando por las empresas, hasta el gobierno.

Los controles estrictos del marketing del tabaco en algunos países (prohibiciones de exhibir y anunciar, subida de impuestos y advertencias en las cajetillas) muestran lo que puede lograrse cuando se busca en serio cambiar las conductas. En los Estados Unidos, la Food and Drug Administration (FDA) está próxima a prohibir las grasas transgénicas que obstruyen las arterias. Desgraciadamente, ningún gobierno occidental muestra la misma valentía cuando se trata de combatir la “pornificación” de la sociedad, que incita a tantos comportamientos sexuales insanos.

 

La sobriedad, un remedio sostenible

Quizá habría que conceder la última palabra al Papa Francisco, quien defiende que no podemos aspirar a un entorno natural limpio y saludable sin antes hacer nuestros ciertos valores morales que han sido desplazados:

La sobriedad y la humildad no han gozado de una valoración positiva en el último siglo. Pero cuando se debilita de manera generalizada el ejercicio de alguna virtud en la vida personal y social, ello termina provocando múltiples desequilibrios, también ambientales. Por eso, ya no basta hablar sólo de la integridad de los ecosistemas. Hay que atreverse a hablar de la integridad de la vida humana, de la necesidad de alentar y conjugar todos los grandes valores” (n. 224).

La sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora”, dice el Papa Francisco. De modo similar, “la felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida” (n. 223).

Este artículo se publicó originalmente en inglés en MercatorNet.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés por MercatorNet, www.mercatornet.cm. Esta versión en castellano es de Aceprensa, www.aceprensa.com.