Abortistas y partidarios del aborto

Raúl Madrid | Sección: Política, Sociedad, Vida

El otro día conversaba con una amiga que se declara a favor de despenalizar el aborto. Se trata de una buena persona, que conozco además hace varios años. No es lo mismo estar a favor del aborto, que ser abortista –pensaba yo mientras escuchaba lo que me decía–.

Hay partidarios del aborto que lo son justamente por ser buenas personas. Y es lógico. Si a usted, que no ha pensado mucho el tema porque apenas tiene tiempo de trabajar, cuidar de sus hijos y seguir vivo en la lucha cotidiana, le preguntan al pasar si permitiría que su hija muriera por causa de un simple conjunto de células, o si obligaría a la misma a soportar idéntico “cuerpo extraño” producto de una terrible violación, obviamente que va a responder que no. Es como si le preguntaran a alguien si ofrecería a un desconocido lo poco y nada que tiene para comer, o si caería voluntariamente al suelo para evitar que otro se azote la cabeza contra el pavimento.

Estos partidarios del aborto simplemente siguen su buen corazón; lo que ocurre es que están equivocados en las conclusiones. O, más bien, el modo de formular la pregunta los hace equivocarse, los lleva de la mano a barruntar la respuesta que está ya disimulada de forma mañosa en la pregunta, intentando explotar naturales sentimientos de compasión, que en sí mismos son nobles y buenos.

La pregunta es mañosa porque es abstracta. Y en abstracto uno siempre tiende a compadecer a todos. En abstracto, todos compadecemos al preso que tiene que pasar veinte años en la cárcel, porque nos ponemos en su lugar, nos imaginamos lo difícil y terrible que debe de ser estar veinte años privados de libertad. Y tendemos a decir que es una cosa horrorosa. Sin embargo, el asunto se pone un poco distinto cuando nos explican por qué lo condenaron a veinte años de presidio –es decir, cuando deja de ser abstracto–: violación y posterior asesinato de una niña de tres años, arrojándola dentro de un saco todavía viva al mar, por ejemplo (este es un caso real).

En el caso del aborto es lo mismo. Por eso le interesa tanto al Gobierno hacer propaganda, para diseminar este mensaje. Es mucho más fácil empatizar con la vida o el bienestar de la madre que con la vida o el bienestar de la criatura en su vientre. ¿Por qué? Muy sencillo: porque la madre ya tiene aspecto humano, se comunica, expresa pensamientos y sentimientos, los mismos que tenemos nosotros. Este argumento se vende rápido.

Pero ¿y el pequeño ser que crece en su interior? –“Un conjunto de células, y punto” dicen los abortistas (es decir, los que creen que el aborto es una reivindicación en la lucha de los derechos de la mujer, por encima de cualquier otro, incluso la vida)–. Curioso argumento. Usted y yo también somos un conjunto de células, sólo que nadie interrumpió nuestro proceso de multiplicación vital. ¿Eso los autoriza a matarnos? ¿Los habría autorizado en su momento? ¿Eso quiere decir que usted y yo estamos vivos gracias a que no había abortistas cerca? ¿Y esto es lo que pretenden que se reconozca en una ley, matar a gente como usted y como yo, antes de que podamos decir lo que estoy diciendo?

Es bueno recordar que esa indefensa criatura en el vientre materno tiene programado en su genoma desde el primer momento de su existencia no sólo la altura que puede alcanzar –dependiendo de su fenotipo–, sino también hasta la capacidad que tendrá para tocar el piano, entre otras miles de condiciones y aptitudes. Pero, por desgracia para él, de momento no tiene aspecto reconociblemente humano, y eso le impide generar empatía. Para comprender cabalmente el problema del aborto no sólo hay que ser sentimentalmente solidarios, sino que es preciso pensar, con argumentos, cuál es el estatus moral y jurídico de lo que las hembras humanas conciben y dan a luz.

Por esto es que quisiera llamar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que son partidarios del aborto en los casos de despenalización propuestos por el Gobierno (ojo, no a los abortistas, porque éstos, se diga lo que se diga, serán inmunes a cualquier argumento) a que se detengan un momento y piensen si detrás de esa conmiseración abstracta no cabe también una compasión concreta, real, por las personas mas débiles de nuestra sociedad; por ese silencioso “conjunto de células”, pero también por las madres reales, capaces de amar más allá de sí mismas, y a quienes, en lugar de hacerlas cargar con la muerte de su hijo, lo que debemos conseguir es acompañarlas, apoyarlas, y salvarlas de una pena que las va a seguir toda su vida.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Chile B, www.chileb.cl.