De delantales, médicos y revoluciones

Fernando Villegas | Sección: Historia, Política

La aparición pública de Su Excelencia usando un delantal blanco -esperamos ver pronto un estetoscopio colgando de su cuello- cada vez que las circunstancias recomiendan lucir el atuendo de un médico de consultorio en vez de la sobria tenida de Presidente de la República, a lo cual se suma su famoso dicho de que hacer tal cosa es “grito y plata”, no es una muestra aislada de equilibrismo político lindando con la comedia y quizás hasta con el delirio, otro salto de la coalición y su timonel a los equívocos parajes de la fantasía como remedo y sustituto de la realidad, sino parte integral de la ya muy sobajeada táctica de gestión de crisis con insólitas presentaciones de la Mandataria y también de planeación propagandística en gran escala. Es, el comunicacional, el ámbito donde el gobierno apuesta más fichas sin importarle que su valor asemeja el de los billetes del “Metrópolis”. Nada más normal: el hábitat de las izquierdas es siempre un paisaje verboso y engañoso donde  suelen moverse con excelencia. Pero atención: el rostro impenetrable con que se hace uso de esos recursos histriónicos para re-encantar a las multitudes no es sólo para ganar alguna próxima elección, sino para mantener los prerrequisitos políticos y emocionales de una revolución. Es en lo que la Presidenta y la mitad de la NM están embarcadas.

Revolución es la palabra. REVOLUCION, no “retroexcavadora”. No porque no haya ni guillotinas ni pobladores asaltando una Bastilla deja de serlo. Revolución es exacta y simplemente esto que tenemos entre manos, un proceso político de gran ambición teórica e infinita indefinición práctica, siempre traumático, iniciado y desarrollado por un grupo de iluminados -de hecho, enceguecidos- con una Gran Revelación de cambio institucional al que consideran TAN necesario, TAN bueno y TAN irrebatible que por imponerlo están dispuestos a todo. Esa ceguera al principio arrogante y muy pronto violenta aparece con mecánica y fastidiosa reiteración en cada proceso similar estudiado por la historia. También es parte de él que algunos revolucionarios nieguen serlo, a veces por puro cinismo, en otras por pura necedad. Estos últimos creen que están embarcados sólo en un campaña de reformas para implementar simples ajustes, en nuestro caso ajustes al estándar de la Ocde, al siglo XXI o a la “madurez” de las actuales generaciones.

Esta revolución cuenta con los auspicios del gobierno y la NM, pero además del apoyo a regañadientes -porque desean ir aun más lejos- de las variopintas hordas de jóvenes indignados y/o furiosos que copan calles, asambleas y paraninfos, de feligresías partidistas ávidas de comer de la mano del Estado, de los ancianos de la vieja izquierda que entraron de lleno en su segunda infancia política, feministas del apocalipsis, “alternativos” varios y electorados duros a los que se pinta como encarnaciones de un mítico “mandato ciudadano”. Es gente que no está en lo suyo simplemente por apoyar un gobierno de “reformas”.

 

Gramsci Redux

En efecto, mientras los anestesistas de la coalición se empeñan en tranquilizar a la ciudadanía diciendo que no es para tanto y sus curanderos en el gabinete tratan de disminuir el tranco, los activistas se apoderan gradualmente de los espacios donde hay o puede crearse poder. Ya se enteraron que lo del asalto al Cuartel Moncada o ganar una elección a lo Allende es insuficiente. Se han puesto más sofisticados y releído a Gramsci. Comprendieron que una sociedad no cambia con un golpe de mano sino mediante una transformación masiva -o siquiera decisiva- de actitudes y pensamientos, de valores y estados de ánimo, de creencias y apetencias. Saben que no se trata sólo de cambiar de gobierno, sino de implantar un nuevo discurso político, cultural, sexual y étnicamente correcto. Y saben que para eso no basta con predicarlo sino deben imponerlo como hizo la cristiandad con el Evangelio, mostrando por un lado la conveniencia del bautizo y por el otro la inconveniencia a palos de no hacerlo; para eso están los muchos y activos monaguillos con que cuentan en los medios de comunicación, los incentivos de las agencias gubernamentales manejando el “gasto social”, la presión verborrágica y delirante derramada a borbotones en las redes sociales, la violencia en los espacios públicos y la actividad de grupos organizados haciéndose presentes en toda ocasión de “participación democrática”. Cuentan sobre todo con el miedo del ciudadano común deseando no ser tildado de reaccionario o hasta fascista, con la colaboración de los oportunistas y con esa pasividad fatal de las “mayorías silenciosas”, precondición de todo emprendimiento de esta naturaleza porque además de silenciosas son timoratas, meras manadas listas para el matadero o la esquila.

 

Doble-hablar

En el libro 1984 de Orwell, distopia inspirada por el paraíso comunista, se describe una asfixiante dictadura totalitaria cuyo lenguaje oficial es regulado por los misterios y protocolos del “doble-hablar”. Como sucedía en la URSS, donde una palabra ajena al dogma podía significar un tiro en la nuca o una temporada de 20 años en el Gulag, cada vocablo del mundo de 1984 significaba lo que fuera el decreto de esa semana de los Líderes Bienamados. Todo, en 1984, es eufemismo, hipocresía, “dialéctica”; el Ministerio de la Guerra se llama Ministerio de la Paz y dos más dos pueden ser cinco si así lo determina el último congreso del partido. Orwell apenas exageró; recuérdese que en la URSS de Stalin se rechazaban las teorías científicas creadas por cientistas burgueses. Pasó con la genética.

¿No tenemos en Chile una versión apequenada del doble-hablar?  Véase el caso de las llamadas “asambleas ciudadanas” donde en realidad impera la voluntad de una banda organizada de activistas. Véase en qué consisten los eventos de “participación democrática”, arreglados de antemano por los organizadores. O las tomas escolares protagonizadas por 20 individuos que responden presuntamente a “la voluntad del estudiantado”. O las votaciones libradas a gritos entre una docena de dirigentes, pero que se hacen equivaler al “voto de las bases”. Hace rato ya que los  sufragios del 25% del electorado fueron igualados a un “mandato popular” y al “pueblo soberano”, identidad espuria que es el fundamento y legitimidad de la NM. Y no olvidemos la agenda programática y constitucional de una confusa y desintegrada coalición, pero empeñada en asociarla con “lo que pide la gente”. Doble-hablar…

 

Interfaces

No se crea que estas virtualidades semánticas y gestuales se mantienen para siempre flotando en un mundo espectral; al contrario, se deslizan desde la realidad a la fantasía y viceversa con la facilidad con que cambian de dimensiones las entidades malignas del cine de terror.  No por nada los tropicales y cariñosos “Desayunos con el Presidente” de Chávez se traducían en un dos por tres en matones callejeros apaleando y hasta matando a manifestantes de oposición. Regímenes dados a sustituir su fracaso en la realidad con la fantasía onírica de la propaganda, ofrecen, entre otras curiosidades, precisamente la de que si bien pierden contacto con el mundo tangible y lo confunden con sus sueños, al mismo tiempo y en compensación desarrollan una capacidad sonambúlica para cruzar las fronteras de ambos.

Lo estamos viendo. Iniciativas reales para reparar los desaguisados son sustituidas por eslóganes, las rectificaciones urgentes por los anuncios, los actos de gobierno por simpáticas chapitas; al mismo tiempo esa crema pastelera de engañifas mediáticas es acompañada por acciones o inacciones reales en el espacio público, medidas administrativas y/o políticas contra quienes no se alinean, acorralamientos en la calle, amenazas surtidas y frenesíes descerebrados en las redes sociales, presiones judiciales, legislaciones al vapor, listas de enemigos públicos, piquetes de activistas, funas a la orden, sumarios a policías, degradaciones funcionarias y organizaciones paralelas funcionando dentro de la misma Moneda.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.