Libertad de enseñanza y libertad de asociación, a la luz del caso Costadoat

Carlos A. Casanova | Sección: Educación, Historia, Religión

#04 foto 1 autorDesde la aparición de la vida académica con la práctica filosófica de Sócrates y desde su consolidación en la Escuela de Platón, la libertad ha sido un rasgo central de la misma. No se puede recordar sin estremecerse las lúcidas palabras que dirigió el maestro al Tribunal popular ateniense: “os estimo, atenienses, pero debo obedecer a Dios antes que a ustedes”. La autonomía universitaria es un simple corolario de este rasgo de la vida académica: la institución que tiene por fin principal poner en tela de juicio los criterios con que se toman las decisiones políticas y económicas en una sociedad no puede estar controlada por los poderes políticos o económicos. La prudencia política, como enseña Aristóteles al final del libro VI de la “Ética a Nicómaco”, no puede pretender gobernar a la sabiduría, porque sería como pretender gobernar sobre los dioses.

Una diferenciación análoga a la ateniense se dio en Israel: el profeta juzgaba al rey, y no le estaba sometido. La Iglesia heredó naturalmente la función profética, y se vio forzada en Occidente, a partir del siglo V, a asumir también la herencia académica. Después de varios siglos, la acción académica de la Iglesia culminó en la fundación de las universidades, cuya autonomía fue siempre custodiada por los diversos prelados (el Papa en el caso de París), el Obispo local en el caso de Oxford, por ejemplo. En el seno de esta universidad se cultivaban muy variadas corrientes filosóficas y, por tanto, muy diversas escuelas teológicas, pero siempre dentro del marco de la Fe. Y, sea dicho de paso, del seno de esta universidad, en el tiempo de Roberto Grossetesta (1230), surgió la ciencia experimental que hoy se llama “moderna”.

Al romperse la unidad espiritual de Occidente, de manera paulatina se formó una sociedad pluralista. En ella, la Universidad también debe contar con autonomía. Pero, además, con el debido respeto al orden público y a las buenas costumbres, los hombres tienen libertad de pensamiento y de enseñanza. Sin embargo, no puede ejercerse efectivamente esa libertad si los individuos no pueden asociarse para cultivar cooperativamente la filosofía o la teología u otras disciplinas, según una visión compartida del mundo. Un individuo aislado no puede desarrollar realmente ni traer a plenitud su visión del mundo. Por esto, es esencial a la existencia de la libertad de pensamiento y de enseñanza la consagración del derecho de asociación. De aquí que, como dije en un viejo artículo publicado en “Vivachile.org” y en “Humanitas”, “el tema de las universidades católicas en una sociedad pluralista está vinculado al derecho de asociación. La jurisprudencia del Tribunal Constitucional Español (Sentencias de fechas 13.02.81 y 27.03.85) ha mostrado claramente que en el Estado moderno los derechos de libertad de pensamiento y de libertad religiosa serían nugatorios si no se comprendieran en conexión con la libertad de asociarse para transmitir el pensamiento y la religión. Por eso ha establecido también esa jurisprudencia que las instituciones educativas en las que se asocian las personas para transmitir su religiosidad o su manera de ver el mundo pueden poseer un ideario, y que los diversos miembros de la institución deben respetarlo y actuar conforme a él, aunque quizá alguno de ellos abrigue desacuerdos en su interior. La concepción individualista de los derechos humanos […] haría volar por los aires cualquier institución intermedia entre el Estado o el mercado, por una parte, y el desnudo individuo, por otra; y aboliría cualquier efectividad real de los derechos a la libertad de pensamiento o de religión. Es decir, acabaría con el pluralismo de la sociedad y uniformaría a todos con un credo social general, que en la propuesta del Padre [Costadoat] sería el credo liberal en materias morales y posiblemente filo-marxista en materias políticas.

En el seno de la Universidad Católica, y particularmente en una Facultad de Teología, los profesores gozan de una amplia libertad académica, como demostró la universidad cristiano latina, donde convivieron las teología de santo Tomás de san Buenaventura, del Beato Duns Scoto y de Jean Buridan. Pero, si un profesor viola sistemáticamente el ideario, la autoridad competente tiene todo el derecho de excluirlo de la enseñanza. De otro modo, se destruirían el derecho de asociación, el pluralismo y, con ellos, la verdadera libertad de enseñanza. Nadie impide al profesor Costadoat irse a otra institución en la que se juzgue que su enseñanza no viola el ideario. La Universidad Alberto Hurtado, por ejemplo, estoy seguro, no se ha planteado excluirlo de la enseñanza.

Queda un punto en el aire: si la enseñanza de Costadoat viola o no el ideario de la Universidad Católica. No tengo ninguna duda de que así es. Digo esto basado en mi conocimiento de su cristología, sobre la que he publicado un artículo en “Vivachile.org”, en “Infocatólica” y en mi blog. Alguien podría preguntarse si esta limitación de la enseñanza al ideario no viola la esencia de la Universidad. Sobre el punto, el profesor Alasdair MacIntyre ha hecho observaciones muy interesantes en su libro “Tres versiones rivales de la ética”. El prejuicio ilustrado según el cual la filosofía o la ética (añadamos la teología) puede enseñarse de una manera etérea, como no incluida en una tradición, es falso. Para que la universidad pueda cumplir su misión de investigar la verdad y, como consecuencia de ello, poner en tela de juicio a los agentes sociales, es preciso que se cultiven estas disciplinas de una manera inserta en tradiciones. Por este motivo, MacIntyre propone que se funden universidades tomistas y universidades nietzcheanas, que puedan discutir sin tapujos sobre todos los temas, todas las tesis, hasta las últimas consecuencias, de manera que se pueda realmente establecer la verdad.

La Universidad Católica debería ser un lugar donde se cultivara la teología dentro de la tradición católica. El consejo de MacIntyre podría seguirse de manera que dentro de la Facultad de Teología surgieran diversas escuelas teológicas (como en la universidad de la Cristiandad latina) que se transmitieran como diversas tradiciones y que debatieran entre sí. Pero esas diversas escuelas deben respetar el mínimo común que une a los católicos, que es la doctrina de la Fe y del Magisterio. Lamentablemente, Costadoat ha transgredido sistemáticamente este mínimo común.

#04 foto 2Me falta responder a una última objeción: ¿debe toda universidad, entonces, someterse a un ideario? La universidad estatal, por su parte, no tiene por qué responder a un ideario. Sin embargo (como he sostenido en un artículo en que trato todos estos temas de manera más amplia, que fue publicado en “Ius Publicum”, No. 34, marzo de 2015, y que está disponible aquí), dentro de la universidad estatal, si es que ésta quiere cumplir realmente su misión de buscar la verdad y poner en tela de juicio los criterios con que se toman las decisiones políticas y económicas, habría que abandonar la orientación histórica de la enseñanza de la filosofía y dividir la enseñanza en varias tradiciones rivales que reflejen el pluralismo social y que puedan entrar en un debate serio en su seno. Debate que sirva para establecer la verdad desde la que se juzgará al poder. Sin este debate serio, los estudiantes reciben un barniz de visiones filosóficas incompatibles que no pueden fundar ningún juicio. El vacío sapiencial que queda en sus almas es llenado por ideologías revolucionarias que no se meditan a fondo. Si mi propuesta es rechazada, ¿no será porque a los ideólogos no les conviene que se desarrolle un juicio racional sobre doctrinas insostenibles?