La “cuestión del poder”

Fernando Villegas | Sección: Historia, Política

#08-foto-1-autor Para entender la reacción lenta, ineficaz, coñetera, en miniatura, mezquina, charlatana y a veces pura y simplemente necia del gobierno ante los megaproblemas representados por la sequía y los incendios -necia, decimos, como lo es el encararlos brindando conferencias de prensa, haciendo llamados a la calma, armando comisiones y enviando delegados- no es improductivo remontarse al pasado e investigar allí su origen, las semillas de su concepción del mundo, de su estilo de gestión -o más bien de su mediocre gestión-, de su desinterés por “lo doméstico” y su obsesa concentración en los temas políticos.

En nuestro caso hace ya muchos años, en 1968 o 1969 –¿o 1970?– vimos cómo se plantaba y regaba esa semilla. Fue cuando la Universidad de Chile celebró un plebiscito en el que participaron todos sus “estamentos”, como entonces se llamaba y diferenciaba en castas a los profesores, los estudiantes y los administrativos. Eran los tiempos de la reforma universitaria en su primer y refrescante avatar, del chivateo estudiantil en favor de la democratización del claustro académico y en contra del “imperialismo yanqui”, de lienzos clamando desde la fachada de la ucé que los diarios mentían, la época de gloria de dirigentes de larga cabellera, colgantes bufandas pero además adecuadamente locuaces frente al micrófono y quienes, a partir de esos días –lo hemos visto también en el presente– pusieron sólido fundamento a sus carreras políticas. El plebiscito planteaba un gran número de preguntas acerca de la gestión de la universidad, cada una de ellas con dos opciones, la propuesta por el bloque de izquierda y la otra por la derecha. El pliego con el cuestionario era grueso y fatigoso de leer, pero vuestro cronista, una mañana, sentado en una sala vacía entre dos clases, a solas y en paz se puso a estudiarlo punto por punto para escoger las que a su juicio eran las mejores propuestas.

En eso estaba cuando un compañero de curso y dirigente socialista, Ramón Silva, fulano por lo demás alegre y buena onda, entró al aula y viéndonos en ese trámite de inmediato preguntó:

  • ¿Qué haces, Villegas?
  • Estudio los puntos para dirimir cuáles me parecen mejores…

Ramón, escuchando eso, abrió los ojos de par en par y bramó:

  • ¡¡Pero no sea huevón, compañero!! ¡Marque no más todo lo propuesto por la izquierda! ¡Hay que resolver la cuestión del poder, quién gana! Los temas concretos los vemos después….

 

Lección aprendida

Nunca olvidé esa escena, ese momento, esa fulgurante revelación cuando comprendí de un golpe que en política, al menos tal como es concebida y practicada desde una trinchera partidista y/o ideológica, el problema no es ni nunca puede ser qué es lo razonablemente mejor para el país o la universidad o la escuela, sino precisamente lo que Silva llamó, esa mañana, “la cuestión del poder”. La “cuestión del poder” encierra en sí misma, implícitamente, la idea de que nuestro bando tiene razón, toda la razón y nada más que la razón, por lo cual es imperioso hacerse con los medios institucionales que mañana, lograda la victoria, permitan materializar sin oposición esa luminosa verdad de nuestra propiedad en el ámbito pedestre y poco esplendoroso de lo cotidiano. En otras palabras, primero se pelea por ver quién controla la cabina de pilotaje y una vez que un bando ha ganado se decide en qué aeropuerto aterrizará nuestra agenda y cómo se vuela hasta aquél. La posibilidad de que mientras tanto el avión caiga en picada nunca se toma en cuenta.

Años después entendí el punto siguiente, lógica conclusión del primero: si bien ese enfoque es común a todas las corrientes políticas, prevalece bastante más en la izquierda y por una razón muy sencilla; este bando usualmente representa y está masivamente formado por ciudadanos ajenos al núcleo del poder, a los mecanismos que generaron y preservan el orden social y sus privilegios, por lo que en su mirada el tinglado institucional aparece como objeto ajeno, base del dominio de otros, instrumento de la elite de turno y desde luego injusto porque los ha dejado afuera. La tarea primera, entonces, es vencerla y arrebatarle dichos mecanismos. Más tarde se verá cómo concretar los difusos sueños relativos al “después”.

Por inversa razón las derechas están más inclinadas a privilegiar la gestión; para ellas el marco institucional es indiscutido, el orden natural de las cosas, referente cuasi geográfico y simultáneamente invisible dentro del cual se mueven; por esa razón en su mirada sólo puede aparecer como objeto perceptible de acción política la manera como se gestiona, el modo como se perfecciona, las tareas de mantenimiento, reparación y tal vez modernización.

 

Otras derivadas

#08-foto-2Luego algunas décadas pasaron y entonces entendí los deletéreos efectos de una derivada adicional: lo que se inicia como una visión estratégica termina, con los años, convertido en miopía y casi ceguera táctica; ya no se sabe trasladar nada, con eficacia, desde el ámbito de la palabra al de la planeación operativa. Este abismo lo veremos crudamente en los próximos capítulos de la llamada reforma educacional. Lo cierto es que tras mucho porfiado y pegajoso cantinfleo se pierde el interés, la diligencia, el saber práctico, el instinto organizacional y la eficacia administrativa. Lo “doméstico” sale completamente del radar. Y entonces, cuando al fin se resuelve el “problema del poder”, poco se sabe qué hacer con él, salvo cacarearlo en la forma de una eterna lectura y relectura de los textos sagrados, hoy en día preparados, para digestión presidencial, por los calienta-refritos de turno de La Moneda. En esas formulaciones ditirámbicas se buscan, sin éxito, las señales camineras. No por nada uno de los libros seminales de Lenin se tituló ¿Qué Hacer? Es una pregunta que para los incumbentes tradicionales del poder resulta sin sentido.

Hay más consecuencias; la dicotomía esquizofrénica entre un presunto saber teórico del mundo y una incompetencia abismal para moverse en él termina por producir infinidad de fracasos y muy pocos éxitos, por lo cual, poco a poco, un áurea pesimista se instala en los personeros de dicha constitución política y los lleva, por grados sucesivos, a perder la fe y caer en un cinismo que puede terminar en la corrupción. En efecto, si los discursos etéreos manifiestan finalmente su vaciedad primigenia y la acción concreta siempre fracasa, lo único que queda en pie es meter las manos donde se pueda. En eso no hay cómo equivocarse. De ahí que los alguna vez buenos estrategas y casi siempre malos tácticos terminan a menudo convertidos en oportunistas a tiempo completo. ¿Una asesoría al pedo? ¿Un lobby a favor de quién sea pague la tarifa? ¿Un negocio instantáneo y jugoso? ¿Una destinación diplomática? ¿Una remunerativa comisión? ¿Una delegación? ¿Un pituto fiscal de seis palos el mes? Todo vale. Y así sucede que “la cuestión del poder” termina convertida en la cuestión de “cómo llegamos al poder y cómo lo conservamos”.

El “cómo llegamos” ya lo hemos visto. El “cómo lo conservamos” estamos por verlo cuando llegue el momento de hacer los pactos y destapar al tapadito.

 

Fuego y delegados

El país, mientras tanto, se quema y se siguen combatiendo los incendios con el contenido de vasos whiskeros vertido por la ventanilla de un helicóptero, se sigue pagando mal a quienes los combaten, se sigue mendigando ayuda de países vecinos, se siguen creando figuras administrativas ridículas, se siguen quemando cosechas, bosques, fauna y flora y se sigue mirando para otro lado en vez de perseguir policial y judicialmente a los autores que anunciaron, ellos mismos, que vendría una “tormenta de fuego”. ¡No se vayan a enojar aun más!

Y a la pasada el país se seca, pero de lo primero hecho por este gobierno se cuenta el paralizar el avance de los proyectos ya en marcha para construir 16 embalses. Fue la moda; la horda ganadora entraba a las diversas dependencias del Estado como una patrulla del FBI allanando un garito. ¡Hay que proyectar la imagen de que venimos a reparar un desfalco! ¡Hay que hacer como que está la crema! ¡Nada de embalses fascistas! ¡Paren todo, miren que primero debemos resolver “la cuestión del poder…”!

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.