Indignación, resentimiento y responsabilidad

Rodolfo González Gatica | Sección: Sociedad

#04-foto-1 La “Indignación” es el estado emocional agudo que surge como respuesta a una agresión específica, a un abuso o a una ofensa del que uno ha sido objeto. Es una conducta personal y, como tal, es comprensible y sana ya que demuestra que ciertas ideas o cosas importan y que no pueden ser violentadas sin que exista una reacción por parte de quien se siente o es vulnerado. La indignación tiene mucho que ver con los valores, con la justicia o con la transparencia con que ésta se ejerce.

El “Resentimiento”, en cambio, es el estado crónico, permanente, de insatisfacción ante todo lo que se percibe como una oportunidad no disponible, aunque el sujeto nunca tenga las condiciones ni capacidad para aprovecharla. Más que una respuesta específica a un estímulo negativo, es un estado de ánimo que hace mirar con ojos de profunda envidia a todo aquel que no representa lo que uno es o quiere ser. El resentimiento tiene mucho que ver con las oportunidades de los demás y cómo éstas se perciben como privilegios.

Muchos ciudadanos, aunque se escuden en un colectivo de indignados que claman ética y justicia, son más bien un conjunto de resentidos que exigen acceso a oportunidades que creen que les están vedadas de manera arbitraria. Presentarse como resentido tiene menos prensa y el vocablo es menos elegante. Así el resentido prefiere disfrazarse de indignado, como sus homólogos de Paris o Madrid, como los exponentes de Nueva York o del Medio Oriente: al menos no quieren perderse esa oportunidad de estar en el foco de la atención pública: los periodistas suelen dar cobertura a personas que están indignadas, no a quienes son resentidos.

Así como la indignación es sana, incluso higiénica, el resentimiento suele ser corrosivo, degradante y estéril. De la indignación puede nacer una solución; del resentimiento no cabe esperar más que odio. De la indignación pueden emerger argumentos, diagnósticos, propuestas. Del resentimiento brotan descalificaciones, consignas y violencia. Ejercer la autoridad desde el resentimiento es la mejor forma de inocular el veneno en las generaciones siguientes.

La indignación necesita espacio y capacidad para expresarse, para canalizar el problema y encontrar la solución. El resentimiento no necesita más que 140 caracteres para explotar en las redes sociales, algunas piedras y capuchas, así como un sinfín de groserías para juzgar a quienes no son aceptados como parte de su colectivo. Por eso, entre otras razones, cuando alguien de su bando traiciona la tribu y consigue una oportunidad, cae inmediatamente en desgracia, sin importar que haya usado métodos lícitos o no.

Y así no se puede conversar, así no se puede negociar, así no se puede llegar a acuerdos fecundos, así no se encuentran soluciones ni se progresa como Nación. El mayor retroceso que tiene nuestro país no es económico ni educacional, no es de salud, de empleo, de previsión o de vivienda: es de resentimientos no superados y de privilegios mal asumidos, de carencias profundas para mirar el futuro sin usar el retrovisor político o social como hoja de ruta.

Y en esto somos responsables todos, cada uno desde su trinchera, pública o privada: la prensa y sus lectores, los empresarios y los trabajadores, los dirigentes gremiales y sus afiliados, los líderes sindicales y sus representados, los automovilistas, peatones y ciclistas, los operadores de tiendas y sus consumidores insaciables, los médicos y sus pacientes, los profesores y sus alumnos, las nanas y sus patrones, los políticos y sus partidarios.

Y, si cada uno es responsable de aportar a la solución, a cada uno le toca actuar en su ámbito, con decencia y conciencia, con optimismo y con ganas de construir y dejar algo mejor para los que vienen; educando la tolerancia y sus expresiones personales y sociales, reconociendo sin envidias ni rencores las diferencias y las igualdades, supliendo con caridad lo que las oportunidades no han sabido proporcionar, viviendo con austeridad responsable independiente de la capacidad económica del momento, teniendo un trato digno y respetuoso hacia el otro, venga de donde venga y llámese como se llame; actuando con firmeza ante la injusticia sin taparse el ojo con la venda política o social o con el aplauso de la galería, en fin, tratando de superar esos lastres que Chile incubó desde su Independencia y que se agudizaron en los últimos 50 años y que resulta indispensable modificar si queremos construir un futuro mejor para las próximas generaciones.

La indignación debe ser capaz de abrir espacios a la generosidad, al bien común, a pensar en los demás, a tratarse con respeto, en fin, a comportamientos contrarios al individualismo egoísta que campea en nuestra sociedad. Porque el común denominador en todos estos casos es el egoísmo revestido de antiguos y nuevos ropajes y máscaras.

#04-foto-2Egoísmo en lo económico, que concentra la riqueza en los bolsillos de unos pocos en desmedro de otros muchos. Egoísmo en lo político, que concentra el poder en los privilegios y corrupciones de unos pocos que hacen del servicio público un público servicio a sus propios intereses. Egoísmo en lo laboral, donde la comodidad de unos y el victimismo de muchos se aprovechan del esfuerzo y del trabajo de unos pocos. Egoísmo en lo personal, donde la capacidad de entrega es siempre menor que la capacidad de exigir y recibir, y donde el compromiso sucumbe ante las ofertas del mercado de los afectos fáciles y baratos. Egoísmo en las tecnologías y sus dispositivos, que fabrica jóvenes y adultos cada vez más desconectados del prójimo real mientras se inundan de información global, inútil y lejana, así como de tonterías, pesadeces y críticas cercanas.

Paralelamente, las manifestaciones de los generosos son cada vez más escasas y débiles. Caen las donaciones, se reducen las vocaciones, se diluyen las obras de caridad, se esfuman las anécdotas de la abnegación y del trabajo honesto y silencioso. Mientras haya hogares donde los padres y los hijos no sucumban ante la exaltación de los derechos, de los privilegios, de los abusos, de las vagancias y de las consignas irresponsables, habrá espacio para la creación de un modelo de sociedad, más humana, más justa, más entretenida, más comprometida, más servicial, más feliz.

En cada rincón donde los deberes se expresen con alegría para el bien del otro, donde la economía, la política, el corazón, el trabajo y la tecnología se usen para garantizar el bien del otro y del conjunto, podrá germinar una mejor sociedad, ésa que no logra dibujar ni los indignados ni los resentidos, ni los gobiernos desconcertados de nuestra época.